entrevista a David Rieff

David Rieff, historiador, politólogo, periodista y ensayista
Tengo 66 años. Soy de Boston, paso seis meses en Nueva York, el resto entre Buenos Aires, Johannesburgo e Irlanda. Vivo solo. Tengo una hija. Durante años enseñé historia de la acción humanitaria en París. Estamos entrando en una época horrible y deberíamos defender los logros obtenidos. Soy ateo.

Resultat d'imatges de David RieffEstamos entrando en una época horrible.

¿Lo peor está por llegar?

Sí. El miedo y la ira colectiva de los jóvenes por la dejadez ante el cambio climático son absolutamente justificados. Yo no viviré para ver la catástrofe, pero ellos sí.

No es muy animoso.

Hablar de optimismo en un momento en el cual nadie sabe como cambiar el sistema político global para afrontar lo que nos viene encima me parece pueril.

El pesimismo paraliza.

A mí me importa la verdad, no su efecto. Si tengo que elegir entre justicia y verdad, elijo siempre la verdad. No voy a participar en mentiras útiles.

Hay soluciones, falta aplicarlas.

Hay propuestas interesantes, lo reconozco, pero tengo grandes dudas de que sean suficientes y que seamos capaces de aplicarlas en las grandes ciudades pobres del mundo. La solución no es cambiar Barcelona sino Delhi y México DF.

Ha documentado el horror del mundo durante 15 años, ¿qué ha entendido?

Que el mundo es un matadero.

¿Por qué la especie humana somos así?

No creo en el mal absoluto ni en la bondad absoluta. En situaciones difíciles la conducta de los humanos suele ser poco admirable.

Hay excepciones.

Sí, pero no se puede construir un mundo con las excepciones. La existencia es ambigua.

¿A qué conclusiones ha llegado?

Que el mundo no es ni blanco ni negro, es gris. Walter Benjamin escribió que no hay documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie; y yo comparto esta visión.

Pero hay razones para el optimismo: las democracias son más numerosas que nunca.

En términos de países sí; en términos de población, no. Steven Pinker dice que la gente como yo no asume las cifras positivas.

Pinker, el optimista profesor de Harvard, su antagónico.

La gente como él habla del éxito que significa haber creado una Corte Penal Internacional, con 123 países firmantes del tratado de Roma, pero no dicen que el 66% de la población mundial vive en los 70 países que no han firmado, y que el 70% de las armas del mundo están allí. Y la CPI juzga a los que no tienen amigos ricos.

La enfermedad y el hambre en el mundo se han reducido sustancialmente.

Veremos si eso perdura con las catástrofes medioambientales. Y otro dato: muchos de los éxitos en términos de desarrollo han ocurrido en países autoritarios. El mundo es ambiguo.

La cifra de muertos en las guerras ha disminuido.

Pero ahora está subiendo. Además, no soy un determinista del progreso; en los últimos 70 años hemos visto un progreso en términos de la paz, pero no necesariamente va a seguir así.

Quizá las oenegés es de lo mejor que hemos construido.

Yo creo que las oenegés en general no, pero tengo una admiración sin límites hacia las oenegés humanitarias: hacen un trabajo extraordinario, pero no es un trabajo de transformación del mundo sino de alivio.

Cualquier cooperante quiere cambiar el mundo.

Como dijo la exsecretaria de Acnur Sadako Ogata, no hay soluciones humanitarias para problemas humanitarios, y todos lo sabemos. Es difícil aceptar que uno no puede hacer más que aliviar, y esa es la razón por la que la alianza entre el movimiento por los derechos humanos y la acción humanitaria es equivocada.

Explíquemelo.

Son proyectos en cierto sentido opuestos. El militante de los derechos humanos tiene que ser inflexible ante el cumplimiento de la ley humanitaria, pero el actor humanitario tiene que negociar con verdugos para acceder a las víctimas porque su fin es poder ayudar.

Entiendo.

Mi argumento es el mismo que el del poema de Brecht “Refugio nocturno”, que dice que dar una cama por una noche es un acto admirable, pero no va a cambiar el mundo. La única solución es política, y es ahí donde los ciudadanos podemos influir.

¿La especie humana no progresa?

No pienso en estos términos, la vida es la vida. No creo que la historia tenga un sentido ni que progresemos hacia una vida mejor, hacia un mundo ideal, un paraíso, esa una visión laica de una idea religiosa. Nadie va a venir a rescatarnos. Pero hay cosas buenas en el mundo y excelentes personas, y para mí eso es suficiente.

¿Le ha sido difícil ser objetivo ante la barbarie?

Hablar de buenos y malos en las guerras es un error, pero hay excepciones. Yo sólo he perdido una vez la objetividad y fue en el caso de Bosnia.

Los grandes organismos internacionales, ¿han fracasado?

Son el producto de los deseos de los países poderosos. Yo creo que la ONU tiene el fracaso inscrito en su ADN, porque los países poderosos han querido que sea así: un organismo sin poder, sin capacidad de intervenir o cambiar el sistema global.

¿Qué mueve al mundo?

La gran poeta polaca, Wislawa Szymborska, en los últimos años de su vida siempre decía: “Yo no sé es mi frase favorita”, y puedo decirle en confianza que me identifico.

18/07/2019 - lacontra/lavanguardia