España cañí 310: "La viuda de la duquesa o... ...tres bodas y un funeral", John Carlin

03/01/2020 - lavanguardia

Resultat d'imatges de La historia

Se centra en una pelea sobre una herencia, un drama de palacio y a la vez una sátira de la política contemporánea española. Basada en hechos reales, la trama se desarrolla casi toda en el histórico pueblo de Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del río Guadal­quivir.

El elenco

LILIANE DAHLMANN, nacida en Kaiserslautern, Alemania; criada en Catalunya; enamorada en la provincia de Cádiz. Sacrificada, sufrida y tenaz. Custodia de un tesoro.

LEONCIO ALONSO GONZÁLEZ DE GREGORIO Y ÁLVAREZ DE TOLEDO, duque de Medina Sidonia número XXII, marqués de Villafranca del Bierzo XVIII, marqués de los Vélez XIX, conde de Niebla XXVI, (“Grande de España” y Alonso para sus amigos), alto y elegante, fervientemente religioso, consumido por una sensación de injusticia ante la convicción de que el tesoro que vigila la alemana es suyo.

PAMELA GARCÍA LICEAGA Y DAMIÁN, rubia, venezolana, esposa del duque, con quien comparte fe e indignación.

PEPE GÓMEZ,, abogado, guardián de los secretos.

LUISA ISABEL ÁLVAREZ DE TOLEDO Y MAURA, conocida como Isabel o la Duquesa Roja, madre de Alonso, Pilar y Gabriel, esposa de Liliane, duquesa de Medina Sidonia, marquesa de mucho más, antifranquista, devota de Voltaire, dueña del palacio de los Medina Sidonia en Sanlúcar de Barrameda. Su sombra sobrevuela la trama tanto como
el fantasma del difunto rey en Hamlet .

Isabel decide que ni el palacio ni el archivo pasarán a manos de sus hijos: “Para mí mis hijos han muerto”

Sinopsis de los cinco actos

Acto 1

El año 2008. Una boda simple y secular en la alcaldía de Sanlúcar. Preside una jueza, hay doce testigos y la pareja son dos mujeres. La más seria de las dos y la más joven, con unos cincuenta años, es Liliane. A Isabel, la duquesa de Medina Sidonia, que tiene setenta y uno, se la ve alegre y bromista, disfrutando del acto de rebeldía contra los antiguos códigos de la nobleza española que su matrimonio supone. Toda la vida a Isabel la han llamado “pajarito”, por lo bajita y delgada que es. Pesaba 36 kilos. Hoy pesa menos de 30. Se está muriendo de cáncer de pulmón y todos los presentes lo saben. Isabel reconoce ante la alcaldesa que ella es la que ha propuesto casarse in articulo mortis, un último gesto de amor, mas un punto pragmático, hacia la persona con la que ha compartido su vida durante 27 años. Liliane, consciente de que esto es media boda y medio funeral, intenta disimular su incomodidad durante la breve ceremonia pero se ha pasado media vida complaciendo a Isabel y no le va a negar su última voluntad. “Sí, quiero”, ­dice Liliane. “Sí, quiero”, sonríe Isabel.

(La imagen se disuelve…)

Año 1955. “Sí, quiero”, declara, desafiante, una diminuta novia de 19 años vestida de blanco, mirándole a los ojos al sacerdote en el momento culminante de una boda en una iglesia llena a rebosar, una fiesta religiosa de la high society española. La novia es Isabel; su marido, José Leoncio González de Gregorio y Martí, un terrateniente de Soria de ideas poco afines a las suyas, más a las del general Francisco Franco.

La pareja tiene tres hijos en rápida sucesión, dos varones y una niña, y siete años después de la boda el matrimonio se anula por la vía religiosa. Isabel se traslada a París, dejando a los hijos con el padre, que se los pasa a su bisabuela. En la capital francesa, Isabel se libera de las cadenas de la España francocatólica, escribe poemas, bebe, baila, fuma y se mueve en los círculos sociales de la avant-garde intelectual europea. Tras la grisura española, esta es la vie en rose .

Radicalizada, Isabel vuelve a España siete años después, se reúne con sus hijos, escandaliza a la
burguesía sanluqueña con sus actitudes libertinas, hace política a ­favor de los campesinos y el régimen franquista la mete presa. Sale ocho meses después, escribe una novela polémica, La huelga , y antes de que la vuelvan a encarcelar
huye a Francia, cruzando la frontera disfrazada de hombre. Vuelve a su vida parisina y sólo regresa a España siete años después, tras la muerte de Franco. La prensa le ­pone el apodo la Duquesa Roja .

Tras iniciar lo que será un largo trabajo de reformas, Isabel se instala en su casa ancestral de Sanlúcar, el palacio de los duques de Medina Sidonia. En un guardamuebles en Madrid encuentra un tesoro que se lleva a su palacio en Sanlúcar: un archivo familiar de valor incalculable con seis millones de documentos y 800 años de antigüedad.

Alonso, el hijo mayor de la duquesa, denuncia a Liliane para que se le reconozca como heredero

Acto 2

El año 1982. Boda en Sanlúcar. Se casa el hijo mayor, principal heredero de Isabel y futuro duque, Leoncio Alonso González de Gregorio y Álvarez de Toledo. Una de las invitadas a la boda es Liliane Dahlmann, amiga íntima de la novia. Más duradera que el matrimonio de Alonso sería la relación iniciada aquel día entre Isabel y Liliane, que se conocen y se enamoran. Liliane abandona su hogar en Barcelona y se va a vivir con Isabel, a compartir hogar con ella y a trabajar a su lado en la gran y última misión que Isabel emprende: ordenar y catalogar a puño y letra el colosal archivo familiar.

Historiadoras amateur, las dos entienden que lo que tienen entre manos es un bien nacional y una mina para futuros historiadores: el archivo comienza en el siglo XIV y contiene información de primera mano de los viajes de los conquistadores a América, de la Armada Invencible (comandada por el entonces duque de Medina Sidonia), de la expulsión de los moriscos, de intrigas reales y, entre mucho más, de detalles pormenorizados de la vida económica y social cotidiana de la España de la edad media en adelante.

En 1984 un pleito legal que los tres hijos traen contra la madre por la herencia de una parienta muerta consolida el lugar de Liliane como centro afectivo de Isabel. Isabel le dice a Liliane: “Para mí mis hijos han muerto”. Decide que de ninguna manera el palacio y el archivo van a pasar a manos de sus descendientes biológicos. Crea una fundación para blindar el tesoro contra toda posibilidad de que esto ocurra. El objetivo de Isabel, su último acto de rebeldía republicana, es asegurar que cuando ella muera los bienes de los Medina Sidonia pasen no por título hereditario a sus hijos sino a la nación española; que sea un bien público, como el Museo del Prado. Isabel se nombra presidenta de la Fundación Casa Medina Sidonia; Liliane será la secretaria vitalicia.

El único marido que tuvo Isabel, el terrateniente de Soria, muere a finales de febrero del 2008. Nueve días después, sin decirle nada a sus hijos, Isabel se casa con Liliane. (Vemos repetida una imagen fugaz de los “Sí, quiero”.) Al día siguien-te Isabel muere. No hay luna de miel pero se va de este mundo con la satisfacción de pensar que ahora el futuro deseado para el palacio
y el archivo está doblemente asegurado.

Li­li­ane, la persona en quién más confía en el mundo, no sólo se ­convierte en presidenta de la fundación, Isabel muere entendiendo que es ahora su principal heredera.

Acto 3

Entra en escena el hijo mayor de Isabel, el flamante Duque de Medina Sidonia, Leoncio Alonso González de Gregorio y Álvarez de Toledo. Alonso se divorció en 1998, se casó tres años después con Pamela García Liceaga y Damián y, a través de ella, con la iglesia evangélica a la que ella pertenece, la Iglesia Universal del Reino de Dios. El fundador brasileño de la iglesia y sus discípulos más cercanos han tenido problemas con la justicia en varios países a lo largo de veinte años, acusados entre otras cosas de la­vado de dinero y malversación financiera.

Lorem ipsum dolor sit amet, conse ctetuer adipiscing elit.Lorem ipsum dolor s

(Getty)

Pero Alonso no ha perdido la fe en la justicia y recurre a ella cuatro años después de la muerte de su madre para denunciar que Liliane se aprovechó de su madre al casarse con ella y para exigir que se le reconozca como heredero y propietario mayoritario del patrimonio Medina Sidonia.

“Mi madre muere y me entero de que está casada,” dice el duque. “Lo superé, todo tiene un sentido gracias a Dios –literalmente–. Decidí luchar. Era injusto”.

Hay dos juicios, uno en Sanlúcar y otro en Cádiz. Por un lado la fundación, cuyos siete patronos son el Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía, la Diputación de Cádiz, el Ayuntamiento de Sanlúcar, Liliane Dahlmann, un profesor universitario de Sevilla y finalmente, sí, Alonso, el duque.

El duque gana… y no gana. El primer juicio aparentemente acaba bien para el duque. Como él dice: “Me indemnizaban con 17 millones. Recurrí la sentencia renunciando a esa fortuna y pedí que se reconociera mi parte en la pro­piedad”.

Al final obtiene una victoria moral, pero no una victoria real. Él es el propietario, según las sentencias de los jueces, él y sus dos hermanos, a cada uno de los cuales les corresponde su cuota de la propiedad; pero ni el duque ni sus hermanos pueden hacer lo que quieran con la propiedad, por ejemplo vender su parte. La paradoja y la parálisis se deben a que los bienes que contiene el patrimonio Media Sidonia son, también según los admirablemente salomónicos jueces, “indivisibles”. No se puede sacar nada del recinto; no se puede vender ni un metro cuadrado del palacio, ni un cuadro, ni una hoja del archivo. Por otro lado, la ley dice que solo Liliane tiene derecho a vivir en el palacio.

Pepe Gómez, un veterano abogado que fue amigo y asesor de la duquesa Isabel, actúa a favor de la fundación, es decir, de Lilliane. “La sentencia no se puede ejecutar,” dice Gómez. “Ya que los bienes son ‘indivisibles’ no es posible ejecutarla en el mundo real. Es una sentencia metafísica”.

Según Gómez y otros eminentes ciudadanos de Sanlúcar la solución terrenal debería pasar por la intervención de las cuatro administraciones de gobierno que participan en la fundación, pero a día de hoy se conforman con mirar para otro lado. No se han puesto a buscar una solución negociada porque al final les costaría demasiado dinero o porque no ven mucho rédito electoral en hacerlo, o por las dos cosas.

Mientras unos se cruzan de brazos, Liliane sigue manos a la obra. Custodia las veinticuatro horas del día el archivo y palacio, donde vive sola, o sola si uno excluye a sus tres perros y a un señor mayor que viene todas las noches a interpretar el papel de guardia de seguridad. Liliane apenas sale porque le asusta lo vulnerable que es el contenido del palacio, con sus antiguos cuadros y muebles, y los seis millones de documentos históricos del archivo, que aún siguen en su condición ancestral, todos en papel sin haber sido digitalizados.

¿Por qué no es posible el acuerdo? Liliane: “Es lo que yo me pregunto”. El duque: “Es lo que pregunto yo”

“Esto debería estar protegido como un banco,” dice Liliane. “En cambio aquí estoy yo, una prisionera con sus perros. Sigo por un compromiso con Isabel, que me eligió a mí como presidenta y conservadora y directora de la fundación. Pero el precio es muy alto. Me jodí la vida, pero no me rindo. Cada vez que veo su foto digo: ‘Isabel, ¿qué me hiciste?’”.

La vida se le jodió mucho más en marzo del 2019 tras un encuentro cara a cara con el duque. El palacio funciona también como un hotel y el duque le dijo que había ve­nido a Sanlúcar a un acto y le preguntó si podría hospedarse ahí durante un par de noches. Liliane le dijo que sí y, más de seis meses después, él y su esposa ahí siguen, poniendo a Liliane más de los nervios que nunca, y a algunos de los que vienen a hacer visitas al palacio también.

Acto 4

Julio del 2019. Una guía acompaña a una docena de turistas por los suntuosos salones del palacio. Admiran los sofás dorados, los tapices medievales y se ponen a mirar un cuadro del duque de la Armada Invencible cuando aparece el duque del pleito interminable con Pamela, su esposa, justo detrás. “¡Esta es mi casa!”, declara. “¡Bienvenidos a mi casa!”. “¡Manipulan la verdad!”, escupe Pamela. “¡Cuánta mentira!”

La guía, furiosa, le cuenta lo sucedido a Liliane, que alza los ojos al cielo. “¡Una vez más! ¡No se cansan de jorobar!”, responde y le enseña a la guía un vídeo filmado con una cámara de seguridad: Pamela de noche caminando para arriba y ­para abajo por un pasillo del palacio, como hipnotizada, rezando, de vez en cuando deteniéndose para hacer la señal de la cruz en una puerta.

“Esta no es casa de nadie”, dice Liliane. “Yo vivo aquí porque estoy obligada a vivir aquí. Nada me gustaría más que liberarme y vivir en una casa normal fuera y venir al palacio sólo a cumplir mis horas de trabajo, como una persona normal. Pero no puedo. Debo proteger todo esto, y ahora más que se ha instalado el okupa.”

El gran temor de Liliane y de la gente que la rodea es que el duque insiste en obtener su herencia para luego poder donársela a la Iglesia Universal del Reino de Dios. La pesadilla de Liliane es que el palacio, lejos de ser un bien público, se convierta un día en el Vaticano de la secta brasileña.

El duque se escan­daliza cuando se entera de dicha sospecha. “Es una ridiculez”, dice. “No hay amenaza para nadie. Mi madre quería que esto no se dividiera y lo ha conseguido; quería que fuese indivisible y lo logró, legalmente. Lo que quería yo y mi madre para la fundación: idéntico. Yo soy la mejor garantía de la fundación. Dicen que yo sólo quiero dinero pero, ¡esto no se puede vender! Es un bien cultural. Yo lo que quiero es estar aquí, que el duque de Medina ­Sidonia esté en su casa, estar aquí con mis antepasados, ser presidente de la fundación y que todo lo demás se quede igual, indivisible”.

El legado de Medina Sidonia no es, según los jueces, divisible; nada se puede sacar, nada se puede vender

Mientras tanto, el duque permanece sine die en el palacio, haciendo lo que algunos consideran, incluso miembros de su familia, el ridículo. A él no le molesta lo que la gente opine. “Pienso quedarme”, dice. “Me gusta. Me sienta bien”.

“No tiene ninguna lógica legal que ahí siga, seis meses después”, dice el abogado Pepe Gómez. “Se presenta un delito de ocupación. La fundación le pidió que se fuera y dijo que no”.

¿Qué sentido tiene que se niegue a abandonar el palacio? “Es un gesto vacío. De impotencia”, según Gómez. “Hace esto porque sabe que por la vía procesal que él ha iniciado no va a ningún lado. De lo que se trata es de la apariencia de la posesión”.

Liliane y Alonso comparten techo, un techo grande, pero viven en dos alas opuestas del palacio y se encuentran en los pasillos sólo por casualidad, presos ambos, a su manera, de su pasado, de sus obligaciones o de sus vanidades, y del limbo al que les ha condenado la kafkiana judicatura española.

¿Por qué no se ponen de acuerdo entre los dos?

Liliane: “Es lo que yo me pregunto”.

El duque: “Es lo que pregunto yo”.

Acto 5

Liliane y la duquesa, enferma de cáncer, se casaron en el 2008 in articulo mortis, un último gesto de amor

No se sabe el desenlace de la historia. Se ofrecen aquí dos posibili­dades. La primera es más cinemática; la segunda, un final feliz ejemplar, una celebración del sentido común de la que todo el mundo puede aprender. Un día se verá cuál de las dos se ajusta más a la realidad.

1. Una tarde en Sanlúcar, en un bar frente al río Guadalquivir, durante la puesta de sol, un joven oye a un empleado de una de las administraciones comentar a un amigo que el sistema de seguridad del palacio no es ni remotamente lo que debería ser dado el incalculable valor del tesoro que contiene. Una semana después media docena de ladrones penetran en el recinto, maniatan al sereno (que no ha oído la llegada de un camión al parking del palacio porque estaba cautivado por el primer episodio de La casa de papel ), duermen a los perros de Liliane con trozos de carne dopados, la pillan a ella en la cama, la atan, la amordazan, y en una hora vacían el archivo de los documentos, se llevan un par de cuadros del palacio, los meten en el camión y cuando la policía se entera cinco horas más tarde los ladrones y su botín están en un hotel en las afueras de Casablanca, donde se encuentran con un señor brasileño de aspecto beato y una maleta llena de dólares… “El robo del siglo”, exclaman todos los diarios de Europa. España queda en ridículo. El presidente del Gobierno promete una investigación. Ruedan cabezas en las cuatro administraciones públicas que forman parte de la fundación. Liliane se debate entre el suicidio y volver a Alemania. El duque se jubila en Venezuela, donde es nombrado vicario de la Iglesia Universal.

2. Las cuatro administraciones de gobierno cambian de parecer y, en vez de lavarse las manos y delegarlo todo a los jueces, entienden que una resolución del conflicto por la vía política de la negociación puede ofrecer no un problema sino una oportunidad. Conscientes de que la clave consiste en satisfacer tanto los egos como los bolsillos de las partes, se sientan a negociar con los herederos –Liliane, el Duque y sus dos hermanos–. De repente los cuatro descubren que no, que el enemigo no tiene cuernos y cola, que el problema que se han creado ha sido tan innecesario como absurdo y en un día se ponen de acuerdo respecto a las cantidades de dinero que cada uno debe recibir. Se determina categóricamente que los bienes de la fundación pasan para siempre a la nación española y al duque no sólo le dan como vivienda un confortable recinto dentro del palacio sino que lo nombran presidente vitalicio de la fundación. A Liliane la nombran secretaria de la fundación, como cuando vivía Isabel, le otorgan un sueldo y colocan a su alrededor un equipo profesional independiente, en plan Museo Guggenheim, para por fin digitalizar los seis millones de documentos, gestionar el acceso al archivo y al palacio y extraer lo máximo de ambos tanto en dinero como en prestigio. Ni el duque ni su esposa interrumpirán las visitas de los turistas y Sanlúcar, cuya economía necesita ayuda, se transformará en un lugar de estudio para historiadores del mundo entero, agregando valor a la ciudad, a Andalucía y a España. Se habrá gastado dinero público para compensar a los herederos pero resultará ser una magnífica inversión. Los políticos a nivel local, provincial, autonómico y estatal que confeccionaron el arreglo serán celebrados por todo lo alto y consolidarán sus mayorías electorales. Hacen historia y dan un ejemplo al mundo entero: por fin, un problema innecesario resuelto. Para la escena final otra boda sería demasiado pedir, quizá, pero para satisfacción del espectador lo deseable sería que el Duque y Liliane se fundieran en un fuerte abrazo, como el del Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. ¿Una fantasía? Seguramente. Pero para eso está el cine. Para soñar.