"Libres ante el miedo", José María Lassalle

Europa y la democracia liberal están sufriendo duramente el impacto de un virus que estaba anunciado, pero que ha resultado inesperado en sus devastadores efectos sociales y económicos. Estamos contra las cuerdas, sí, pero no estamos vencidos. Padecemos el desarrollo exponencial de una enfermedad que se ha incubado masivamente antes de adoptar medidas muy restrictivas porque somos sociedades libres que no están acostumbradas, afortunadamente, a la disciplina y las prácticas de confinamiento. Y porque, además, disfrutamos de una institucionalidad compleja y descentralizada, gradual y conflictiva que decide sin precipitación qué intereses generales deben primar en situaciones de excepcionalidad. Algo que da lugar a que nuestra toma de decisiones no pueda ser inmediatamente resolutiva, pues hay que ponderar y evaluar el alcance de cualquier medida de intervención social. Sobre todo cuando, al servicio de la seguridad, se adoptan regulaciones extraordinarias que sacrifican la libertad de todos.

Es cierto que hemos visto en tiempo real cómo el tsunami de la pandemia avanzaba hacia nosotros durante semanas y nos ha faltado capacidad de respuesta adecuada a todos los niveles. A ello han contribuido varios factores. El principal ha sido la falta de transparencia de China, que secuestró información y minimizó durante semanas los efectos de la expansión del virus. De hecho, a medida que se contrastan nuestras cifras con las chinas, se pone de manifiesto que el ocultamiento y la represión masivas han sido los vectores básicos de su gestión durante estos meses. A este dato hay que añadir la incapacidad europea para ofrecer un liderazgo que sumara esfuerzos y los coordinara dentro de una estrategia conjunta. Circunstancia que ha contribuido a que se impusiera una tentación estatalista que ha llevado a las democracias europeas a fiarse de su propia capacidad para gestionar desde su soberanía sanitaria una pandemia que exigía modelos de gobernanza mucho más colaborativa y federal. Algo que hay que relacionar con un exceso de autoconfianza al pensar que estábamos suficientemente protegidos detrás de uno de los mejores blindajes sanitarios del mundo y bajo dispositivos institucionales de gestión de crisis eficientes y avanzados, tal como se ha demostrado otras veces en situaciones de riesgo alimentario o de crisis medioambiental.

Las previsiones han sido desbordadas en toda Europa. La Covid-19 está siendo un enemigo insuperable para nuestro continente porque el virus fue sembrado cuando estábamos instalados en una normalidad que escondía su propagación silenciosa. Se infiltró en nuestras vidas agazapado detrás de los hábitos de convivencia de sociedades acostumbradas a una estructura cotidiana de libertad que descansa sobre la responsabilidad de cada uno. Una libertad que es difícil de desarraigar y que cuesta limitar y disciplinar. Entre otras cosas porque nuestra historia es, en parte, y en especial en el mundo mediterráneo, un esfuerzo de generaciones por liberarnos de instituciones de poder basadas en la culpa y la disciplina moral. Una conquista que nos hace rechazar por principio mecanismos de estabulación y que nos lleva a defender formas de socialización cooperativa a partir de nuestra libertad, sin dirigismos ni autoridades centralizadas. Incluso hemos promovido revoluciones políticas para conseguirlo y gracias a ellas disfrutamos en Europa de una civilización de derechos y una institucionalidad ­legal al servicio de una convivencia cívica basada en la mayoría de edad de todos.

El neofascismo se prepara para el horizonte de la pospandemia

Perico Pastor Perico Pastor (Perico Pastor)

Pagamos ahora desgraciadamente con nuestra salud el precio de no estar acostumbrados a vivir dentro de un cuartel o un ­convento de clausura. Algo que no debemos olvidar si no queremos socavar las bases morales sobre las que se asienta nuestra ­arquitectura democrática. Sobre todo ahora, cuando son muchas las voces que tratan de culpar a la democracia liberal y a sus administradores, tanto en nuestro país como en el conjunto de Europa, de falta de previsión, de negligencia e, incluso, de incapacidad sistémica a la hora de afrontar la pandemia. Voces que no esconden su propensión autoritaria y extremista al culpar a la libertad y a la institucionalidad democrática de ser las causantes de la amplificación de los efectos nocivos de la pandemia. Una estrategia que el autoritarismo comienza a desplegar agitando el miedo y el malestar acumulados por días de confinamiento y sufrimiento colectivos, y transformándolos en odio e ira organizada que espera ser cobrada políticamente cuando expire el estado de alarma.

El neofascismo se prepara para el horizonte de la pospandemia. Una batalla electoral que enredará en las emociones atemorizadas de unas clases medias instaladas en el populismo. Se fragua en las redes un relato antisistema que enfatiza la necesidad de fronteras, de más seguridad y de unidad inquebrantable de la comunidad a través de un Estado más fuerte. El objetivo es restablecer la lógica amurallada de la edad media, cuestionar la globalización y defender liderazgos carismáticos que busquen culpables en Europa y enemigos entre los defensores de la insti­tucionalidad liberal de la democracia. Una apología de la dictadura para tiempos de excepción normalizada ­como los que se avecinan. Una apología del orden y la seguridad que habrá que combatir haciendo pedagogía que convenza a la sociedad de que los riesgos globales se resuelven con más ­gobernanza global y más libertad.

Europa y las democracias liberales deben dar ejemplo de fidelidad a sí mismas. Venceremos a la Covid-19 y aprenderemos de nuestros errores. Lo haremos más tarde y asumiendo costes humanos, sociales y económicos extraordinarios que nos obligarán a repensar críticamente nuestros protocolos de gestión de crisis y a reforzar nuestros blindajes sanitarios y científicos, así como los reaseguros sociales que refuercen la solidaridad entre todos. Pero lo haremos mejor que las dictaduras en términos morales porque lo afrontaremos desde la responsabilidad individual, la cooperación social y la solidaridad, y no desde la disciplina, la mentira, el orden y el autoritarismo.

Los riesgos globales se resuelven con más gobernanza global y más libertad

Y aunque la tentación totalitaria nos acompañará, estoy convencido de que la derrotaremos porque habremos vencido a la pandemia sin dejar de ser lo que somos. Una sociedad adulta que quiere vivir con las dificultades, las tensiones y los errores propios de una estructura básica de libertad desde la que saldrán, también, soluciones, aciertos y mejoras que, a partir del talento, la cooperación y la solidaridad nos harán vencer esta pandemia y los retos que nos irá planteando la globalización. Ganaremos esta batalla sin asumir los costes totalitarios de un régimen de mentira, vigilancia y represión que trata como esclavos a sus habitantes. China no es un ejemplo que seguir. Por eso, los aplausos son de todos y para todos. Por eso aplaudimos y no estamos en silencio.

, 28/03/2020 - lavanguardia