"Un mundo de hombres niños", Francesc-Marc Álvaro

Necesito ayuda: ¿dónde fue a parar el interés general? Por favor, que alguien me conteste. ¿Lo sabe el presidente Sánchez? ¿Lo sabe el ministro Illa? ¿Lo saben en esa oficina gubernamental donde escrutan los mensajes en los medios y las redes sobre la gestión del Gobierno? ¡Pero qué cosas tiene usted, señor comentarista, mira que preguntar por el interés general a estas alturas del partido! ¿Acaso piensa usted que España es Suecia? Bueno, borre esta frase, no sea que nos acusen –a usted y a mí-–de supremacistas, por traer a colación la democracia más estable de Escandinavia. Nada de comparaciones, que el personal tiene la piel muy fina y las colas de ofendidos con cargo son más largas que las que se montan cada mañana frente a la panadería.

No comparemos, pues. Centrémonos en algo singular y propio, algo que pone en marcha la pregunta del que firma estas líneas: ¿por qué los niños de España podrán salir a la calle a partir de domingo y los adolescentes no? Con esta pregunta no quiero crear mal rollo ni disturbio alguno. Simplemente, no comprendo. El ciudadano necesita comprender, incluso cuando está dispuesto –como es el caso– a obedecer sin rechistar. Para que los contribuyentes podamos entender, los que mandan deberían saber bien lo que hacen y, luego, deberían explicarlo con claridad. Pero no ha sido así. El martes, hasta tres ministros se refirieron al confinamiento infantil de forma dispar. ¿Podrían evitar estas comedias de enredo? Un poco, si tuvieran más claro lo que es y lo que no es el interés general.

¿Permitir que los menores abandonen un rato los hogares forma parte del estricto interés general?

Luis Tejido / EFE Luis Tejido / EFE (EFE)

Con todos los respetos para los padres con chavales en casa, hay que hacer la pregunta en voz alta: ¿Permitir que los menores abandonen un rato los hogares forma parte del estricto interés general ahora mismo? En este contexto excepcional, uno pensaba que el interés general era, por encima de todo, frenar los contagios y, de forma especial, preservar la salud de los grupos más vulnerables. Uno pensaba también que, en segundo y último lugar, el interés general pasaba por evitar el colapso económico, con medidas compatibles (en teoría) con el confinamiento. Eso era el interés general, además de poder pasear a los perros, por supuesto. Las peluquerías estuvieron comprendidas en el interés general, pero fue sólo un espejismo; al final, cerraron, como atestiguan mi cabello y mi barba, a punto para un casting de la segunda parte de Náufrago.

Ahora, los niños “son liberados” (como gustan decir solemnemente algunos), y las explicaciones oficiales son peregrinas. Crece la perplejidad del pobre administrado que no acaba de entender el criterio del gobernante. Repito: seguro que todos los niños necesitan salir a la calle ya, pero también muchos adolescentes se suben por las paredes, así como miles de personas que –con o sin trastorno mental diagnosticado–soportan peor que otras el estar confinadas. El asunto debe ponerse encima de la mesa con normalidad. Sin caer en el populismo condescendiente del ministro de turno, que les dice a los progenitores que pueden acudir al súper o a la farmacia con la criatura, un recreo fascinante y maravilloso.

Parecería que todo este lío se puede aclarar con un debate técnico de expertos, en el que pediatras, psicólogos, pedagogos y educadores tengan la última palabra. No es así, por mucho que estos profesionales se prodiguen comentando las vicisitudes de los menores obligados al mundo interior. Todo lo que decide el Gobierno es político y –como ya explicamos en estas páginas recientemente– compete a los elegidos en las urnas tomar la decisión menos mala, que debería tener como centro el interés general, algo que no puede atomizarse en múltiples excepciones, por respetables y legítimas que sean. Un interés general rodeado de intereses sectoriales mal explicados nos aboca al peligro de mayor confusión para la ciudadanía. Más caos, por tanto.

Los expertos –sobre epidemias, sobre niños, sobre peluquerías, sobre perros o sobre servicios esenciales– facilitan datos, plantean escenarios, ofrecen alternativas y sugieren soluciones, son indispensables y deben ser escuchados con atención, pero su responsabilidad no es con el todo sino con una parte de la realidad. Dice Víctor Lapuente que “los buenos políticos son los que confían, evalúan y fomentan a los profesionales”. Sin duda. El gobernante no puede meterse en lo sectorial como si fuera un técnico, debe estudiar lo que este analiza y trascender su dictamen, pues está obligado a considerar muchos otros factores que los expertos simplemente no contemplan. Esta síntesis es la que debe conectar siempre con el interés general, y mucho más en una situación tan grave como la que vivimos.

Demis Roussos, cantante olvidado de los setenta, tenía una balada titulada Un mundo de hombres niños , que invita a pensar en “una escuela al aire libre / donde sólo enseñen a jugar / por el cielo azul como pupitre / todo el tiempo para cantar”. A los políticos contemporáneos les aterra ser impopulares (más que ser incompetentes) y eso, a veces, los convierte en cantores de buenas intenciones, un ejercicio que acaba desdibujando el interés general.

, 23/04/2020 - lavanguardia