conservacioniso transestatal africano

Se apaga el motor y Áfricatoma la palabra. Delante del todoterreno, un grupo de 22 elefantes remolonea en una explanada de hierba fresca junto a una laguna. Un joven macho se lanza al trote y amaga con aplastar a un cocodrilo que toma el sol en la orilla y que se arroja al agua como un latigazo en cuanto le ve venir. Más allá, un grupo de 15 elefantes se acerca a paso lento. Al fondo, hay trece más. Bofiang Otimile - aunque se hace llamar Clarence para facilitar la vida a los turistas-no mira al frente. Se cuida de mantener la distancia con un grupo de once paquidermos que hacen crujir los árboles a la derecha del vehículo. "Hay muchos, esta es su casa", dice. Es mucho más. Botsuana, Zimbabue, Zambia, Angola y Namibia han unido fuerzas para crear el que será el último edén del elefante africano. Los cinco países firmaron en agosto la creación del área de conservación transfronteriza Kavango-Zambezi (KAZA), que abarca un área del tamaño de Suecia - o como Alemania y Austria juntos-con 37 parques naturales en su interior. En la zona viven más de 250.000 elefantes, el 44% de su población total en África.Es su último paraíso porque el tiempo - y el hombre-han sido traidores: en cien años, el elefante africano ha pasado de 3-5 millones de ejemplares a poco más de medio millón. Cuando Bofiang arranca el vehículo y se dirige a la salida del parque botsuano de Moremi, una manada de 20 paquidermos tapona el camino y obliga a esperar un buen rato. Al final abren un hueco y nos dejan pasar. Como si quisieran dejar claro que ese es su hogar.

Además de un paraíso de paquidermos, KAZA es un enorme corazón verde para África.Si se entrara por su extremo este, en Zimbabue, se tardaría más de un mes en salir por el opuesto, en Angola. Eso si hubiera 4x4 capaz de soportar tal tute de carreteras de tierra, humedales y caminos perdidos. La recompensa sería cosa seria: dos joyas naturales como las cataratas Victoria y el delta del Okavango, 3.000 especies de flora, 600 de aves y centenares de mamíferos como leones, hipopótamos, jirafas, búfalos o leopardos. Al zoólogo John Hanks, sus 35 años de experiencia como conservacionista en una decena de países africanos le permiten optar por el aplauso con conocimiento de causa. Yno echa el freno a su satisfacción: "Por primera vez cinco países se ponen de acuerdo para cooperar y crear la mayor área de conservación de África,es la noticia más importante en muchísimos años", dice.

La sede del área de conservación KAZA está en Kasane, en el noroeste de Botsuana. Desde este edificio, cofinanciado por el gobierno alemán y botsuano y con colaboración de WWF, se coordina el compromiso de proteger y conservar el área natural y promover el turismo sostenible. Las oficinas de una planta baja, aún huelen a nuevo. Desde una sala decorada con fotos de las maravillas naturales de la zona, Olive Ncube ejerce de portavoz y va directa al alma del proyecto: "Los ecosistemas no conocen de fronteras dibujadas por el hombre, por eso nace este KAZA", espeta. Luego dirige sus palabras hacia otro punto clave. "En toda esta zona de conservación viven 2,5 millones de personas que se verán beneficiadas por la creación de empleo". Según los informes, por cada ocho turistas al año se creará un puesto de trabajo en una región pobre, donde el 80% de la población se dedica a la agricultura de subsistencia. Con un presupuesto inicial de 20 millones de euros, que pretenden ser apenas el punto de partida para atraer inversiones privadas y donaciones, no se quedará sólo en buenas intenciones.

El reto es grande por la dificultad de coordinación de cinco países -cuatro angloparlantes, uno portugués-, la necesidad de construir infraestructuras sin agredir al ecosistema -algunas zonas del Okavango sólo son accesibles con avioneta y otras con canoa- y por la difícil convivencia entre fauna salvaje, población local y desarrollo turístico. Pero los beneficios son mayores aún. Para Werner Myburgh, director de la fundación Parques de Paz, organismo que ha monitorizado el proceso negociador de KAZA, el factor humano es vital. "KAZA es algo diferente a un parque nacional tradicional. Su objetivo es la conservación, pero incluye más usos de la tierra, como la agricultura o el terreno reservado para la gente que vive allí. Con KAZA, los cinco países buscan asegurar la conservación de los recursos naturales compartidos a lo largo de sus fronteras pero, más importante que eso, quieren coadministrar esos recursos para contribuir al desarrollo humano y generar una economía sostenible para el medio ambiente".

Myburgh no duda que ese progreso será compatible con la protección de la naturaleza. Cree que pueden ir, e irán, de la mano. Sobre todo porque las vallas que se levantaron en su día para separar los países ahora se difuminarán. "Se abrirán corredores y restablecerán las rutas migratorias que quedaron interrumpidas con la creación de las fronteras internacionales", explica. Botsuana fue la primera en dar el paso: abrió 35 kilómetros de su valla a lo largo de la franja de Caprivi, que ha permitido desplazarse hacia Angola a miles de elefantes. La guerra civil angoleña, el conflicto más largo de África,fue letal para la fauna. Se calcula que las guerrillas mataron a 150.000 elefantes para alimentarse o para intercambiar el marfil por armas. En el año 2001, Elefantes Sin Fronteras contabilizó 38 ejemplares en un parque natural del sur angoleño. Ahora allí ya son más de 8.000 "elefantes refugiados angoleños que regresan a casa", como los bautizó la organización.

En una zona herida por la guerra, incentivar la cooperación al desarrollo puede ser una buena noticia. "Cuando se usan los recursos para crear prosperidad, la paz normalmente prevalece; la estabilidad económica es una piedra angular para la paz", opina Myburgh.

El doctor Ralph Kadel, de la división de Recursos Naturales del banco alemán Kfw, que trabaja en la gestión de los parques de KAZA, abre dos nuevos retos. Uno cree que caerá cara y el otro teme que caiga cruz. Para Kadel, la protección del bosque ayudará a mitigar el impacto del cambio climático. Algo esencial porque vienen curvas: según el Centro Sudafricano de Investigación Industrial y Científica, el sur del continente será una de las zonas más afectadas por el calentamiento global. Pero a Kadel le preocupa más que KAZA sea sepultado por las altas expectativas. "KAZA es muy prometedor, ¡mucha gente está esperando los impactos positivos hoy! Todos deberíamos entender que este tipo de desarrollo necesita tiempo (…) hasta conseguir los objetivos pueden pasar 12 o 15 años", advierte.

 

Konua no es que no vea la belleza, es que no la quiere ver. O quizás la ve pero sabe que ese atractivo es traicionero y entonces no es lo mismo. Cuando los visitantes se quedan boquiabiertos al ver un elefante a tiro de piedra, él no se deja llevar por el entusiasmo del recién llegado. "Esos animales son peligrosos. Los elefantes sobre todo; entran en los campos de cultivo y lo destrozan todo. No dejan nada". Lo dice porque lo ha visto cien veces. Konua se subió con cinco años a un mokoro, una suerte de canoa de madera alargada ideal para avanzar por los estrechos canales del Okavango, y ya no se bajó.

Conoce el plan KAZA y también sus peros: los conflictos de convivencia entre elefantes y población local amenazan el éxito de la nueva área de conservación. Un informe dedicado a este asunto no se anda por las ramas: "En algunos lugares, el conflicto elefantes-humanos es tan serio que puede poner en peligro el futuro de KAZA".

La harmonía es difícil: los paquidermos arrasan cultivos y rompen vallas de protección, lo que permite que animales salvajes como el búfalo se junten con el ganado y expandan enfermedades. En la zona botsuana de Chobe hay hasta cinco elefantes por kilómetro cuadrado, diez veces más de la densidad considerada "manejable".

Kenneth Ferguson, experto en elefantes del Instituto de Investigación de mamíferos de la Universidad de Pretoria, urge a actuar. "El elefante es el emblema de KAZA, reabrir corredores naturales para que se desplacen a Angola o Zambia ayudará, pero también se precisan soluciones locales".

Ferguson ha publicado un estudio sobre los elefantes en la zona y sabe del impacto en el ecosistema del exceso de la población de paquidermos. "¿Has estado allí?", pregunta con aires de respuesta. Y no hace falta que diga mucho más. Visitar la región es sinónimo de árboles hechos astillas o tumbados cada dos pasos. Cuando tiene hambre, el elefante no es demasiado amigo de prácticas verdes.

La comunidad científica ya se ha puesto manos a la obra. El experto en elefantes John Hanks cree que hay que echarle imaginación. Rechaza como solución el pago de indemnizaciones -"es ayuda rápida para los afectados, pero no corrigen el problema y es difícil llegar a todos"-y cree que la opción de instalar cables electrificados a dos metros del suelo son tan efectivos como utópicos.

Hay más opciones. Un estudio del Centro de investigación Mpala en Kenia descubrió que los elefantes evitaban comer en árboles donde vivía una especie de hormigas agresiva que les mordían en la trompa si se acercaban. "Al parecer, el olor les advierte de la presencia de esas hormigas, por lo que podría extraerse ese olor y rociar árboles no colonizados naturalmente por estos invertebrados", explica Hanks. Colocar en la zona de cultivo un panal de abejas, de quienes los elefantes se mantienen a una distancia prudencial, es otra opción barata y pacífica.

Pero el rey de las soluciones naturales es picante: "El uso de unos pimientos pequeños y picantes es una de las tácticas más efectivas", señala Hanks. Su uso da cancha a la imaginación: o bien se plantan los pimientos en todo el perímetro del huerto o bien se impregnan trozos de ropa con grasa y polvo de esta hortaliza y se cuelgan cerca de los cultivos. Otra opción plantea mezclar pimientos con excrementos de elefante y colocar un trozo de carbón ardiendo encima: el humo los mantiene alejados.

Para Hanks, el esfuerzo vale la pena, pero no hay que olvidar el factor primordial: "Es clave que las comunidades locales se beneficien del KAZA. Si no ocurre, el problema se agravará".

19-II-12, X. Aldekoa, lavanguardia