Bretaña, resistencias ante la provincialización

Un movimiento ciudadano lucha por restituir Nantes a Bretaña y potenciar así la identidad de esta región milenaria
REUTERS  Eusebio Val  París. Corresponsal

El orgullo viene de lejos. Hace 7.000 años existía ya una comunidad humana organizada y próspera en esta cuña del continente metida en el Atlántico. Lo atestiguan los misteriosos monumentos megalíticos dispersos por el territorio bretón, como los alineamientos de menhires de Carnac o los dólmenes y túmulos de Locmariaquer. Se calcula que, para levantar alguna de estas piedras, de hasta 350 toneladas, fue necesaria la fuerza de 3.000 hombres. Sucedía más de mil años antes de las pirámides de Egipto.

Ahora el orgullo requiere menos esfuerzo físico. Basta con izar una bandera. Desde el pasado jueves, la Gwenn ha Du ( “blanca y negra”), ondea en la fachada del ayuntamiento de Nantes. La izó la alcaldesa, la socialista Johanna Rolland. No es un hecho anecdótico ni folclórico sino un desagravio y un mensaje político fuerte. Supone el primer paso de un proceso que podría concluir en un referéndum para que el departamento de Loira-Atlántico se reincorpore a la región de Bretaña, del que fue desgajado en 1941, durante la II Guerra Mundial, por un decreto del gobierno colaboracionista de Vichy.

 

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Nantes fue durante siglos la capital de Bretaña. En su catedral está enterrado el duque Francisco II, quien se resistió a la sumisión al rey de Francia. Desde hace casi 80 años, esta ciudad, donde nació el novelista Julio Verne y que fue uno de los principales puertos europeos del comercio esclavista, es la capital del departamento de Loira-Atlántico, una creación administrativa artificial –como tantas otras en Francia-, en la región País del Loira.

Para el diputado Paul Molac, celoso defensor de la identidad bretona y ariete contra el centralismo de París, el hecho de que Nantes y su región no formen parte todavía de Bretaña “es una negación de la historia, una negación del pueblo bretón y también una negación democrática, pues los sondeos dan siempre una mayoría favorable a la reunificación”. “Es una cuestión de principio –prosigue el parlamentario-. Imagínese que se trocea Catalunya para darle un pedazo a no sé quién. Eso pondría problemas. Podríamos pensar que las islas Baleares deberían formar parte de Catalunya, pero bien…

 

-¿Y Perpiñán? –le provocamos.

-Sí, ahí la dificultad está en que, además, hay dos estados distintos– contesta, sin profundizar en el análisis.

Hace dos años hubo una recogida de 105.000 firmas en Loira-Atlántico para organizar una consulta popular. “Se trata de canalizar una voluntad democrática, de afirmar un sentimiento de pertenencia”, asegura Christophe Prugne, presidente de la asociación À la bretonne, activistas incansables a favor del referéndum y de que Nantes recobre plenamente su alma arrebatada.

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Barco de Napoleón, restaurado y expuesto en los Ateliers de Capuchins de Brest, señal de la preponderancia de todo lo francés en una Bretaña que mantiene sus raíces 

AFP

El ecologista Florian Le Teuff, alcalde adjunto de Nantes, es uno de los promotores de la consulta en el consejo municipal. Se prevé que haya una votación en el 2021, con un mandato para negociar con el Estado. Según Le Teuff, durante demasiados años ha habido “un desfase” entre la voluntad popular y las posiciones de los representantes políticos. Estos son ahora más sensibles a la cuestión.

–¿Quién tiene la decisión final sobre si se organiza o no la consulta? ¿El Gobierno central? ¿El propio presidente Macron?

–Aquí todo pasa por el presidente. Y eso es también parte del problema. Estamos en un país muy centralizado en el que la mayoría de poderes se hallan en París.

–¿Quizás el Estado tiene miedo de que, con la reunificación, Bretaña gane en sentimiento de identidad y que, como consecuencia, la unidad de Francia esté en peligro?

–Es cierto que existe este temor, pero en realidad no tiene fundamento. En Nantes hay un sentimiento de pertenencia a la República y también hay una identidad regional. No son incompatibles. La bandera de Bretaña ondea junto a la francesa y la europea. No nos creamos problemas.

Bretaña fue anexionada por Francia en 1532. Durante varios siglos mantuvo su autonomía, pero con la Revolución Francesa y su furor jacobino por uniformizar el país, la región perdió buena parte de su autogobierno y sus señas de identidad se debilitaron.

El independentismo bretón, que durante un periodo generó violencia terrorista –a finales del siglo pasado– es hoy residual, aunque no ha desaparecido por completo. El periodista de Paris Match y escritor Gilles Martin-Chauffier, autor del ensayo Le Roman de la Bretagne , manifesta su “envidia” hacia los portugueses por haberse emancipado de España y creado un imperio propio. Bretaña, en cambio, no supo aprovechar su situación geográfica y su rico patrimonio para mantener su soberanía frente a Francia y expandirse. Según él, la región se ha convertido en “un promontorio marítimo del Estado”. “No somos más que una reserva folclórica –ironiza–. Nuestros ancestros no estuvieron a la altura”. Para Martin-Chauffier, Bretaña es “una bella sirena agotada que ya no tiene dientes para morder”.

Solo 20.000 alumnos estudian en bretón en escuelas de inmersión o bilingües, insuficiente para salvar la lengua

 

Más allá de la poesía del lamento, la lucha por la identidad bretona se centra ahora en la preservación de la lengua. Su origen es celta. Está emparentada con las que se hablan en Cornualles (sudoeste de Inglaterra) y en el País de Gales. De allí procedían los ancestros de los actuales bretones de Francia, que huían de las invasiones anglosajonas.

El idioma bretón llegó a estar en serio peligro de extinción. La amenaza persiste. Salvarlo es la difícil misión de la red de escuelas Diwan (germen), fundada en 1977. Son 48 escuelas primarias, 6 collèges (secundaria) y dos institutos. Es educación pública concertada. El Estado paga a los maestros. En total, algo más de 4.000 alumnos están escolarizados bajo inmersión total en bretón. Hay, además, otros 14.000 estudiantes, en escuelas públicas católicas, que cursan enseñanza bilingüe, en bretón y francés. Es un esfuerzo meritorio pero “insuficiente”, como reconoce Gregor Mazo, director de Diwan. Se calcula que entre el 2% y el 3% de los jóvenes de la región están escolarizados total o parcialmente en bretón.

“Para que la lengua sea utilizada en la vida cotidiana, fuera de la escuela, por la gente, nos falta el entorno lingüístico de la sociedad, que me parece demasiado débil –admite Mazo–. No es suficientemente eficaz para que los jóvenes hablen también bretón en su tiempo de ocio, aunque hay algunas iniciativas y presencia en los medios de comunicación, pero es poco”.

Diwan forma parte de una asociación de escuelas de lenguas regionales entre las que figuran las que enseñan en corso, occitano, vasco, alsaciano y catalán. El bretón que se aprende es una lengua estandarizada hace un siglo, aunque se intentan preservar los dialectos. Diwan se inspiró en el modelo exitoso de las ikastolas en el País Vasco francés. “Si nos comparamos con Catalunya, estamos muy lejos, por supuesto –asiente Mazo–. Pero estamos contentos con nuestro trabajo porque partimos de la nada, hace cuarenta años.

–¿Es una lucha por sobrevivir?

–Sí, aunque intentamos transmitir un mensaje positivo, más que un mensaje de combate.

El Partido Bretón (Strollad Breizh), con aún muy modesta representación a nivel municipal pero grandes ambiciones, trata de impulsar el soberanismo. Según su página web, sigue el modelo del Scottish National Party y de la desaparecida Convergència i Unió. Según su portavoz, Joannic Martin, “el electorado bretón aún no está preparado para que le hablen de independentismo”. Su idea es conseguir el máximo autogobierno y luego ya se verá. Martin confía en que quizás la independencia no será necesaria, si bien no tiene confianza en el Estado francés. Su partido se opone al referéndum de unificación porque teme que París lo manipule a su gusto y desvirtúe el sentido de la consulta.

El diputado Molac, que firmó la declaración de solidaridad con los políticos catalanes presos, se siente autonomista y no independentista. “Como autonomistas nos vemos muy bien en una Francia federal dentro de una Europa federal –asegura–. Hay que ir paso por paso”.

–Pero Francia está muy lejos de ser un Estado federal, ¿no le parece?

–Sí, estamos muy lejos.

–¿Catalunya o el País Vasco español son modelos que les inspiran?

–Sí, las autonomías en el marco español son algo interesante, desde una perspectiva cultural y también de gestión. El problema es que Francia está dirigida por una casta de funcionarios que están muy alejados de la realidad concreta.

El autonomista Paul Molac dejó el partido de Macron, decepcionado, porque “ha recentralizado”

 

–¿Cree que las identidades vasca, bretona o corsa son compatibles con la Francia republicana?

–Totalmente, salvo que París no quiere oír hablar de ello. Todo es compatible porque es la realidad.

Molac se presentó en el 2017 con el partido de Macron, La República en Marcha (LREM), pero luego se marchó, decepcionado.

“Bajo los aires de modernidad, LREM es más la Francia de los años sesenta y setenta que la del año 2020 –concluye, severo, el diputado bretón–. Yo les dije que iba con ellos para hacer la regionalización y que si no la hacían, me iría. No la han hecho ni me han buscado para hacerla. LREM incluso ha recentralizado. Ha sido una marcha atrás”.