convivencia de la democracia española con los militares golpistas

Diferentes intentonas y conspiraciones en los primeros años de la Transición terminó en el 23F

En 1977, España emprendía la tarea de demolición de las estructuras franquistas “desde dentro”. Tras la coronación de Juan Carlos I y el nombramiento de Suárez como presidente del Gobierno se concedió el indulto general y ese mismo año se aprobó la Ley de Amnistía para que se “borraran definitivamente los efectos de la guerra civil y abriese claramente el camino hacia la transición democrática”. Los Nueve miembros de la UMD fueron amnistiados, pero en cualquier caso pagaron un alto precio por enfrentarse al totalitarismo. El largo proceso hacia la Transición iba a contar con fuertes detractores y enemigos dispuestos a dinamitarlo al menor descuido. La extrema derecha de Blas Piñar entró en acción como lobby de presión para evitar que Suárez llegara demasiado lejos y la Falange seguía muy activa.

Aunque los ultras no obtuvieron representación parlamentaria en aquellos momentos convulsos, como sí ocurre hoy con Vox, en los primeros días de la Transición el búnker político inició una campaña de desestabilización del nuevo régimen democrático con la inestimable colaboración de los elementos franquistas de las Fuerzas de Seguridad y del Ejército. Grupos fascistas y militares se unieron en fraternal comunión, creándose un constante clima de pregolpe de Estado. La gran pesadilla de Suárez en aquellos tiempos era que el movimiento cuajase y entrase en las instituciones, y aunque eso nunca ocurrió, siempre hubo una amenaza ultraderechista en la sombra.

Con astucia, Suárez diseñó una ley que reservara a las Fuerzas Armadas su carácter autónomo, como un poder más del Estado, sin depender orgánicamente de Moncloa. Fue una especie de tregua o pacto de no agresión. Para ello, el Ejército tendría la potestad de regirse a través de sus propias normas y organismos internos de ejecución, control y administración. De alguna manera, la propuesta cuajó entre “los duros”, pero una vez más fue un parche que lejos de resolver la cuestión militar la aplazó hasta su estallido final: el intento de golpe de Estado del 23F de 1981.

Algunos expertos consideran que la Transición, cuando más debilitado estaba el franquismo, fue una gran oportunidad perdida para hacer limpieza en los cuarteles, para sacar a las manzanas podridas del cesto y construir un nuevo Ejército cien por cien democrático, aunque bien es cierto que una cosa es hacer análisis históricos a posteriori, cuatro décadas después, y otra muy distinta tomar decisiones en los años setenta, cuando el ruido de sables y la amenaza de un golpe de Estado todavía aterrorizaba a los españoles, que aún no habían superado el trauma de la guerra civil y la dictadura.

Las primeras e incipientes operaciones golpistas, desde reuniones clandestinas en cuarteles y cafeterías hasta nombramientos de militares afectos al antiguo régimen, fueron detectadas por los servicios secretos ya en aquel año 1977. Sin embargo, se decidió seguirlas de cerca sin intervenir para no enervar aún más a la cúpula militar. Hay constancia de una primera reunión de jefes y oficiales del Ejército en el Casino Militar de Madrid en enero de aquel año y aunque no se puede catalogar en sí misma como una trama seria y organizada, sí ponía en evidencia que numerosos oficiales estaban en contra del proceso democratizador. Más importancia tuvo la reunión de Xátiva registrada en septiembre, meses después de la legalización del PCE y de que se celebrasen las primeras elecciones libres en España tras el final de la dictadura.

Se sabe que altos mandos considerados como “peligrosos”, fraternales camaradas todos ellos, se reunieron en la localidad valenciana para hablar y compartir inquietudes sobre la situación política del país. Se puede decir que aquello fue un intento que llegó a más que a una tertulia con café. El grupo liderado por el ex vicepresidente de Defensa Fernando de Santiago y Díaz de Mendivil apostaba por el nombramiento de un “Gobierno fuerte” presidido por un teniente general y constituido por tecnócratas de diferentes tendencias políticas. Un Gobierno apolítico, según decían eufemísticamente los conjurados.

En el seno de la trama había diferencias de opinión. Para algunos de los reunidos era necesario involucrar a Juan Carlos I en la operación; otros opinaban que quizá lo más conveniente fuese deponer al monarca. Por primera vez aparecía la idea de que el rey, de alguna manera, podía autorizar, consentir o patrocinar un levantamiento militar. También en aquella ocasión los sediciosos redactaron una carta con destino Casa Real explicando su plan secreto, aunque la misiva jamás llegó a Zarzuela, o si lo hizo no surtió el efecto esperado.

Poco después se planeó una segunda conspiración mucho más preparada. En los días en que se debatía la Constitución, la Operación Galaxia –por el nombre de la cafetería madrileña donde se reunieron los rebeldes, el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero y el capitán Sáenz de Ynestrillas− se fijó como objetivo tomar el Palacio de la Moncloa mientras se reunía el Consejo de Ministros. El momento elegido fue en pleno viaje oficial del rey a México. Gutiérrez Mellado estaría también de gira explicando los pormenores de la Constitución. Tejero y Sáenz de Ynestrillas fueron detenidos después de que dos oficiales destaparan el asunto. Más tarde se supo que hasta un centenar de jefes y oficiales, considerados cargos relevantes, estaban enterados y al corriente de la intentona golpista. El juicio se celebró en 1980 y los dos cabecillas fueron condenados a penas testimoniales de tan solo unos pocos meses. Ninguno pisó la cárcel. Una vez más, la mano blanda contra el golpista iba a pasar factura al país.

La democracia fue tolerante con aquellos que querían destruirla y en medio de una oleada de constantes atentados terroristas de ETA y GRAPO (especialmente contra miembros del Ejército y de las fuerzas de seguridad del Estado) llegamos a la situación altamente explosiva de los primeros días de 1981. Antes, Tejero había seguido conspirando en el seno de la Brigada Paracaidista y de la División Acorazada Brunete entre 1979 y 1980. Ambos planes fueron desbaratados.