*Lean, por favor, hasta el final*, Montserrat Nebrera

Montserrat Nebrera
Barcelona. Viernes, 22 de octubre de 2021. elnacional.cat

Nací en el Poble Sec, pero allí vivíamos “de prestado” en casa de mis abuelos y en unas condiciones que hoy se denominarían de pobreza energética. Fui todo lo feliz que puede serlo una criatura rodeada de amor, sentido común y sabiduría. También lo fui después en Nou Barris, donde mis padres consiguieron instalarse en un piso de alquiler de renta limitada, de esos que Franco hacía desde el Patronato de la Vivienda con la misma intención y algo más de eficacia que nuestros gobernantes actuales en la izquierda. Siempre he dicho que Franco, en lo económico, con sus pantanos, obra pública en general, monopolios, regulación de precios y ayudas a la clase obrera era tan o más socialista que los que hoy se llaman así. En lo de las libertades civiles, claro, suspendía, pero visto cómo vamos, hoy tampoco parece que andemos muy sobrados de libertad e independencia. En Nou Barris cumplí los 14 años asistiendo a clase en una academia de barrio, en la que ni mi hermano ni yo teníamos beca (ni de estudios, ni de comedor), aunque fuéramos los primeros de la clase. Otros hacían trampa en la renta y, ganando mucho más, tenían supuestamente más derecho a ser subvencionados. Esto no ha cambiado mucho. Se llama picaresca y se practica en todas las clases sociales. Volvíamos a casa a comer a mediodía, porque en aquel tiempo todavía mi madre no había empezado a trabajar fuera de casa. Hoy hay multitud de críos que, con la llave al cuello, vuelven a una casa vacía y se instalan toda la tarde frente al televisor o la pantalla del ordenador. También en ese entorno fui enormemente feliz. También allí hacía mucho calor en verano y un frío pelón en invierno, porque el piso era el más alto del bloque y las paredes, solo algo más que de papel.

Estoy convencida de que ese momento y esa oportunidad definieron en gran parte mi vida

Con los 14 llegó el bachillerato. En el Instituto Montserrat de la calle Copérnico de Barcelona se concentraba tanta cantidad de materia gris entre el personal docente como expedientes gubernativos habían sufrido sus portadores. Muchos de ellos eran disidentes políticos, librepensadores, personas críticas y con criterio que entendían qué significa el pluralismo del pensamiento y cómo así se construye una ciudadanía de excelencia. Llegué a ese instituto desde donde vivía gracias a la ayuda de uno de los profesores que trabajaban en él, conocido de unos familiares, que me consiguió una plaza contra todo pronóstico. A Nou Barris no llegó un centro público de bachillerato hasta dos años después. Estoy convencida de que ese momento y esa oportunidad definieron en gran parte mi vida.

Lo que en aquel instituto aprendí fue tanto y de tal nivel que mi entrada en la universidad significó un constante vivir de rentas. Mi bachillerato fue áureo. Llegué a primer curso en la Facultad de Derecho y yo ya sabía muchas de las cosas que supuestamente tenía que aprender: nuestra profesora de historia ya nos había explicado qué significó desde el punto de vista jurídico la Revolución Francesa o el papel de la revolución bolchevique en la irrupción del proletariado en los parlamentos y la consecuente conquista del estado de derecho. Cuando poco después entré en la Facultad de Filosofía, no tenían que explicarme mucho sobre Kant, Hegel o Marx, porque Juan Carlos García Borrón era una especie de alter ego de Emilio Lledó y me había hecho inteligible a los 15 años la dialéctica hegeliana. Y cuando decidí iniciar Filología Clásica, los de lingüística no tenían que explicarme qué era el generativismo, y las clases de latín y griego eran un paseo al que me había invitado durante los años en el Montserrat mi profesor más adorado, Don Pedro Pericay, sabio entre los sabios.

El rédito de aquel bachillerato se resume en mi vida profesional. Creo que no me ha ido mal. No tengo la sensación de estar más tarada que el resto de mi generación, y sigo siendo feliz a ratos, como nos ocurre a quienes tenemos todavía todo por aprender. ¡Ah! Aquel Instituto Montserrat (público) era solo para chicas, como también lo fueron gran parte de mis años en la academia de barrio. Hoy le llaman “educación diferenciada”, y un gobierno supuestamente progresista ha decidido restringir también en eso la libertad de elegir, con un olvido imperdonable de que concertar la excelencia es apoyar a la clase media que sostiene en pie este país.