*España: patriotismo no es servilismo*, Juan Ramón Rallo

Juan Ramón Rallo considera que "el patriotismo sano no está determinado por el nacimiento, por la etnia o por la cultura: está constituido por la libre asociación de individuos en torno a esos principios universalizables que protegen la autonomía individual".

Si había algo que valoraba de la izquierda era su internacionalismo y cosmopolitismo: dado que la clase trabajadora no se ve limitada al interior de las fronteras nacionales, los viejos conceptos westfalianos dejaban de ser útiles para determinar las redes de convivencia y de empatía comunitaria. Reconocer a los demás como personas, con independencia de la parte del globo en la que accidentalmente nacieran, es el primer paso para reconocerles como sujetos con iguales derechos a los propios: como sujetos merecedores de respeto y con los que, llegado el caso, poder convivir pacíficamente.

No se trata, claro está, de que el patriotismo deba carecer completamente de relevancia. El patriotismo entendido como la filiación y la defensa de un conjunto de instituciones que, a diferencia de otras, salvaguarden la libertad de cada individuo permitiendo su autónomo desarrollo, sí es un patriotismo que convive abrazar. “Donde mora la libertad, allí está mi patria”, decía Benjamin Franklin. Y es lógico que cualquier persona prefiere este tipo de instituciones incluyentes a otras excluyentes: es lógico que se sienta orgullo de ellas y que luche frente a aquellas amenazas internas o externas que desean erradicarlas.

Mas éste no es un patriotismo ni con base nacional ni tampoco con base estatal: la base del patriotismo sano es el individuo como agente intencional merecedor de respeto por parte del resto de agentes y, también, por parte de aquellas instituciones que se arrogan la competencia de garantizar ese respeto. Por eso el patriotismo sano no está determinado por el nacimiento, por la etnia o por la cultura: está constituido por la libre asociación de individuos en torno a esos principios universalizables que protegen la autonomía individual.

Pablo Iglesias, sin embargo, lleva años reivindicando un nuevo patriotismo para la izquierda: no es un patriotismo con base nacional, pero sí con base estatal. Lo que reclama el líder de Podemos no es amor hacia las esencias históricas, culturales o religiosas de España, sino sumisión hacia un Estado que representante la autoridad democrática de las mayorías para imponerse sobre las minorías.

El servilismo patriota de Podemos

Cada vez que Podemos habla de patriotismo —la última, en su reciente “el otro estado de la nación”— es para reclamar la subordinación de los intereses, o incluso de los derechos, de algunos individuos a los del Estado: patriotismo es pagar impuestos en España aun cuando éstos sean confiscatorios; patriotismo es obligar a los españoles a apoyar la industria nacional frente a la extranjera, aun cuando ésta ofrezca mejores y más baratos productos; patriotismo es impagar la deuda a nuestros acreedores (¿extranjeros?) para así disponer de más fondos propios con los que acrecentar el gasto público; patriotismo es recuperar la “soberanía” monetaria para que el gobierno nacional pueda financiarse a costa de machacar con inflación a los ciudadanos; patriotismo es, en definitiva, aceptar que mi vida no es mía, sino que soy un fusible al servicio del Estado español.

Acaso porque lo instintivo sea que cada individuo trate de vivir su propia vida, promoviendo sus intereses legítimos, los de sus familiares, amigos y cercanos, el patriotismo de corte estatista debe ser machaconamente reivindicado e interiorizado. Es más, acaso porque lo crucial en el patriotismo de Podemos no sea el significante —patriotismo— sino el novado significado —servilismo estatista—, se nos intenta vestir cual lobo con piel de cordero: si el significante evoca virtud, el vicioso significado terminará identificándose como una práctica positiva; incluso como un imperativo categórico que no debe cuestionarse a riesgo de ser condenado al ostracismo del antipatriotismo.

Por qué el servilismo no es patriotismo

Una patria que esclaviza a sus ciudadanos no es una patria: es una cárcel. El patriotismo entendido como autosacrificio, como la renuncia a uno mismo en aras de los superiores fines del grupo, es sólo una impostura para la servidumbre. El patriotismo es virtuoso cuando es integrador: cuando permite y coadyuva la buena vida para cada uno de los miembros del grupo (y también para los miembros fuera del grupo) y, justo por ello, cada uno de esos miembros lo asume voluntariamente como parte integral de sus vidas. El patriotismo que necesita ser reivindicado y adoctrinado, que no es autoevidentemente saludable para las partes, que incluso requiere ser impuesto por el imperium estatal sobre quienes desean renunciar a esa patria que no reconocen como propia, no es patriotismo: es un lavado de cerebro colectivo.

España, encarnada por el Estado español, es una patria que muchos no reconocen como propia, hasta el extremo de que aspiran a separarse políticamente de la misma. Y son muchos los que no la reconocen como propia porque otros muchos han pretendido usarla como excusa para imponerles a los primeros sacrificios excesivos que no tenían ninguna obligación de soportar. La patria no se promueve haciéndola excluyente, sino incluyente: no obligando a formar parte parasitada de ella, sino permitiendo ser parte simbiótica de la misma. No son herramientas para ocultar la explotación de unos por otros, sino para agradecer la pertenencia a unas instituciones sociales que permiten la justa cooperación y la pacífica convivencia.

Alimentar fiscalmente a un aparato estatal expansivo que ahoga a las personas y les impide desarrollarse autónomamente no es patriotismo: es utilizar la patria como ariete para imponer los intereses de la burocracia estatal sobre la ciudadanía. Excluir arbitrariamente a los empresarios extranjeros del mercado interior por el mero hecho de ser foráneos no es patriotismo: es utilizar la patria como pretexto para imponer los intereses de unos empresarios nacionales incapaces de satisfacer suficientemente las preferencias de sus conciudadanos sobre los de esos conciudadanos y los igualmente legítimos intereses de los empresarios extranjeros. Repudiar la deuda para seguir endeudándose no es patriotismo: es utilizar la patria como salvoconducto para violar los derechos ajenos y las relaciones de buena fe en privativo provecho propio. Usar el monopolio monetario para financiar al Estado nacional a costa de atracar inflacionistamente a los ciudadanos no es patriotismo: es un velo para ocultar el expolio de una parte sobre el resto.

Podemos exorciza una visión antisocial y proestatal del patriotismo que mejor habría permanecido enterrada: no trata de impulsar una patria de la que todos nos sintamos orgullosos, sino una patria a la que todos debemos obediencia aun cuando nos avergoncemos de ella. Un patriotismo que confiere al Estado la fraudulenta autoridad de maltratar a sus conciudadanos y de convertirlos en sus súbditos. “Donde mora la libertad, allí está mi patria”; Podemos necesita inculcarnos que nuestra patria, en cambio, se halla allí donde no mora la libertad.

Este artículo fue publicado originalmente en Vozpópuli (España) el 27 de febrero de 2015.

10-III-2015