"El precio de los buenos días", Juan Tomás Avila Laurel

Ya sea por su emplazamiento exótico o por el aislamiento impuesto por el primer gobierno postindependiente, Guinea Ecuatorial nunca ha sido suficientemente conocida. El exotismo al que hacemos referencia es sencillamente el halo de misterio que envuelve al continente africano y todo lo que le concierne.

Pese a haber sido aliviados los rigores del régimen anterior, las circunstancias imperantes actualmente no permiten un conocimiento cabal del país. Por una parte, la eliminación de las aristas más ásperas del régimen anterior propicia el desconcierto de quienes lo visitan, toda vez que ya no encuentran en ella, al menos a la vista, los elementos dramáticos vertidos por los medios de comunicación y que constituyen la información básica, a menudo apocalíptica, sobre las realidades africanas. Por otra parte, los cuantiosos y evidentes recursos económicos de que dispone esta ex colonia española generan el mismo desconcierto. La frase más ajustada a este hecho desorientador podría ser que en Guinea nadie se muere de hambre y que en la misma cualquier ciudadano puede vivir el fin de sus días en las puertas mismas del hospital al que acudiera porque en él no ha encontrado remedio a los episodios morbosos que le afligían.

Regida negligentemente por una oligarquía clánica de hermanos, tíos, primos, sobrinos y demás parentela de la parte continental del país, Guinea Ecuatorial tiene actualmente tanto recurso económico para merecer de manera teórica un desarrollo humano y social similar al de los países europeos más avanzados, pero la realidad es desconcertante. Y es que al despilfarro y a la absurda ostentación llevada a cabo por los miembros y allegados del antes aludido clan, instalados en el poder mediante un golpe de Estado, le corresponde una realidad social desoladora, aunque a menudo maquillada por puntuales operaciones de lavado de imagen. El plan de desarrollo social, bautizado pomposamente como Horizonte 2020,recoge acciones puntuales a corto y largo plazo para mejorar una situación que, hoy por hoy, está sustentada en una realidad a todas luces caótica.

La educación sigue siendo un caos, y en puntos céntricos de las ciudades se pueden ver colegios públicos en ruinas, sin mobiliario, sin libros, y cuyos responsables, o parte de ellos, los maestros, no acuden a las aulas cuando tienen otros asuntos que solventar y que consideran más importantes. No existe un servicio eficiente de inspectores de educación que informe de estas faltas, y en horas lectivas se puede ver desatendidos a los niños. Con esta desidia pública en la escuela primaria, los niños guineanos llegan al nivel secundario con unas carencias enormes de comprensión y captación.

En el campo sanitario, los guineanos siempre han creído que los hospitales públicos no son fiables. Y de hecho, no lo son, porque también prima el ingreso en las nóminas de los mismos de profesionales que serían incapaces de acreditar sus credenciales formativas. Como el asunto es de importancia vital y sobre ello hay presiones externas, porque la salud forma parte de los temas sobre los que existen indicadores sujetos a comparación, el Gobierno ha buscado alternativas, pero sin contar con las necesidades de la población. En Bata existe un moderno centro médico regentado por un equipo médico extranjero, formado principalmente por facultativos israelíes, que no podría atender a ningún guineano de recursos medios por lo desorbitado de sus tarifas. Y la realidad es que la mayoría de los guineanos tiene escasos recursos económicos.

Todos los intentos por dotar de agua potable a las ciudades han fracasado, y los guineanos, vivan donde vivan, siguen recurriendo a los mismos puntos que hace treinta años para satisfacer las necesidades de agua. En Bata se recurre a la excavación de pozos para cubrir esta necesidad. Pero como tampoco está construida la infraestructura para la recogida de las aguas residuales, e incluso las casas de la capital de la provincia de Litoral no tienen aseos, este problema sanitario se resuelve con la construcción de agujeros en las cercanías de las viviendas, con el consiguiente peligro de que se produzcan filtraciones de ambas excavaciones y atente contra la salud de los usuarios.

La época de lluvias trae consigo un alivio para el problema, porque todas las familias, equipadas con bidones y cuantos envases puedan, están atentas ante la aparición del fenómeno meteorológico más deseado de toda Guinea para hacer acopio del líquido elemento. No hay lluvia que caiga a disgusto de la gente en todo el país. El que esto escribe, y todos los residentes en Guinea, no tiene otro recurso durante la estación de lluvias que estar atento para colocar los envases en el momento oportuno.

En la Guinea actual el acceso al trabajo se hace con un alto poder discriminatorio, premiando a los seguidores y aduladores del régimen, de modo que los disidentes asocien su necesaria actitud crítica a su estado de desamparo, creando con ello una interminable corte de aduladores que comprende a profesionales de todas las ramas del saber, normalizando una situación de la que se aprovechan, sin embargo, los individuos menos preparados para llevar los asuntos públicos, que son los que, afianzados en el poder, carecen de escrúpulos para eliminar, silenciar o apartar a los que menoscabarían su estado. Esto es lo que crea e institucionaliza el miedo, reforzado por los casos de represión física de la que son víctimas muchos disidentes.

Todos los ciudadanos, sean o no del círculo del poder, viven en la convicción de que llegará el día del desastre,cuando todo se rompa,expresión patria que indica el día del inevitable choque entre los que se aferran de cualquier forma al poder y los que se mueven impulsados por deseos de restitución de la justicia y la legalidad. Este conocimiento es lo que sostiene el atesoramiento de bienes inmuebles en el exterior, con la confianza de que serán acogidos en el extranjero cuando ocurra el esperado y temido desastre.

13-X-10, culturas/lavanguardia