*Libres del «progreso» y del progresismo*, Laura Vicente

No sé si os pasa lo que me pasa a mí con algunos temas: algún término, concepto afirmación…, los escucho a todas horas y sé que no me encajan, que no me cuadran. Es como un moscardón que me ronda y que espanto porque no tengo tiempo de meditar los motivos de mi incomodidad. Uno de esos términos es progresista, se ha convertido en una especie de cajón de sastre que sirve para casi todo: gobierno, partido, coalición, propuestas «progresistas». Mi confusión se ha convertido en ese zumbido de moscardón que me ha conducido finalmente al portátil para desentrañar este incordio que me ronda.

El diccionario dice que progresismo es la «ideología y doctrina que defiende y busca el desarrollo y el progreso de la sociedad en todos los ámbitos y especialmente en el político-social». Etimológicamente, el vocablo lleva un -ista que significa «partidario, profesional o creyente de/en» el progreso, término que viene del latín progressus (avance, marcha adelante). Todo este planteamiento postula que la situación inicial de la humanidad era de retraso y penurias tanto materiales como morales y que el progreso y la civilización la han mejorado, que la comunidad humana mejora por el progreso técnico que permite aumentar los medios de vida y asegurar la supervivencia. Igualmente, el paso del estado «salvaje» al «civilizado» ha permitido a la humanidad una clara mejora moral.

Cuando este relato pasa a la política se distorsiona y por un malabarismo difícil de explicar (¿serán los bien pagados asesores políticos quienes lo han propiciado?) se identifica progresista con ser de izquierdas. Pero puede ser también que lo que P. Corcuff denomina «muerte cerebral de la izquierda» sea lo que le ha conducido a esta insensata acrobacia de autoeliminarse como izquierda (término también cuestionable) para zambullirse en el cajón de sastre del progresismo.

La izquierda reivindica su creencia en el progreso cuando se está produciendo en los últimos años una desintegración del marco referencial que nos ha guiado desde el siglo XVIII y que, entre otros aspectos se basaba en la creencia de un progreso garantizado por el sentido de la historia. Según esta escatología secularizada, la historia es una línea de causalidad que implica una transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea siempre de progreso y mejora para la humanidad. Esta creencia de formar parte del tiempo regular y acumulativo de la progresión histórica ha sido uno de los malentendidos más grandes de la cultura de izquierda del siglo XX (mantenerlo en el XXI es una locura ciega), cargada con el legado del evolucionismo y la idea de Progreso (en mayúscula).
Pero este relato de la modernidad es desmentido sistemáticamente por la realidad.

Las fuerzas progresistas están ancladas en el pasado. A finales del siglo XVIII, en Francia, se categorizaron los espacios políticos llamados izquierda y derecha y esto funcionó en todo el mundo. Esta creación de la Revolución francesa que estructuraba el mundo entre izquierda y derecha organizó políticamente todo el siglo XX. Pero ahora está en crisis. Así lo supo ver el Movimiento 15M en 2011 cuando lanzó consignas como: «no existe derecha o izquierda sino arriba y abajo»...