"Agustina Aguirre", Pilar Rahola
Dos convicciones personales: una, que Esperanza Aguirre es una mujer inteligente y perseverante, lo cual deriva en un liderazgo fuerte; y dos, que está acorralada, fabricando diques para intentar contener el chorro de billetes que se le escapan por los agujeros de su Bankia querida y su querida comunidad. Es el animal atrapado en la trampa y busca, en el ataque, la mejor defensa. Sincera y contrariamente al tópico, no creo que Aguirre sea una desaforada españolista, émula de las reencarnaciones falangistas. Pero tampoco es la liberal que reivindica, porque sus acciones contradicen al liberalismo. Para empezar, su desastrosa gestión inmobiliaria en Madrid, o los delirios de grandeza sustentados en un dinero inexistente, o la asfixiante patita política en Caja Madrid, o el maquillaje de los números públicos, nada de ello la define como liberal, sino más bien como una intervencionista clásica y clásicamente equivocada.
Pero si en lo económico Aguirre no parece liberal, en lo político empieza a ser una desaforada Agustina de Aragón, pertrechada en el patriotismo más rancio. ¿Qué tiene de liberal su última estridencia, convertida en martillo de herejes futbolístico-periféricos? Sobra recordarle que la primera enmienda de la Constitución americana, ese paraíso del liberalismo, protege el derecho a quemar o romper o etcétera banderas, porque considera más sagrado el derecho individual a la libre expresión que el esencialismo cañí de una patria. Y antes del ataque previsible, me avanzo: también se debe poder quemar la catalana. Porque penalizar las reivindicaciones y los sentimientos de los ciudadanos contra una nación no habla mal de ellos, sino de la Constitución que les impone el silencio. Eso de liberalismo tiene tanto, como yo de monja. Así que se ha acabado, estimada Esperanza, usted no es una liberal, y si lo fue, se le olvidó por los caminos de su despacho presidencial.
Dicho lo cual, es extraordinaria la arrogancia con la que algunos se quedan en propiedad la palabra España. De momento, y mientras no cambien las cosas, España también es de servidora, que la paga y la sufre más que otros. ¿O somos buenos para pagar pero no para opinar? Y mientras unos defienden la España de la imposición, la unidad forzada y el imperio por el idioma, otros tenemos el derecho a silbar contra esa España, y decir que no la queremos, que no va, que es un desastre supino que nos arrastra por el lodo de la historia. ¿O es que la líder del partido regionalista de Madrid, Rosa Díez, tiene más derecho a hablar de España que un vasco o un catalán? Y ni que hablar de los herederos del fascismo, otros liberales de tomo y lomo, cuya defensa de España nos tiñó de sangre. Lo siento, pero no lo compro, Esperanza, porque silbar contra un Estado es un ejercicio de democracia inapelable, le moleste a Agamenón o a la Corina, perdón, quiero decir a la Corona.
24-V-12, Pilar Rahola, lavanguardia