"Los viajes de Dívar", Màrius Carol

La tarjeta de crédito del presidente del Consejo General del Poder Judicial, una de las altas instituciones del Estado, aguanta lo que le echen, entre otras cosas porque la pagamos todos. Carlos Dívar se ve que tenía mucho trabajo en Puerto Banús (Marbella) y durante un par de años ha tenido que ir no menos de una veintena de veces, alojándose en hoteles de lujo y cenando con otra persona en los mejores restaurantes de la Costa del Sol. Los asuntos de Estado debían ser suficientemente importantes para no reparar en gastos: ya escribió Esquilo que un Estado próspero honra a los dioses.

Los viajes de Dívar (suena a título de clásico castellano) han sido objeto de una tormenta en la institución que preside y uno de sus colegas, José Manuel Gómez Benítez, pidió la dimisión tras denunciarlo "por un delito de malversación de caudales públicos a sabiendas de que no concurrían los elementos del tipo penal", y otros cuatro vocales se han puesto de su lado. Lo sorprendente es que en el pleno extraordinario en el que Dívar debía dar explicaciones, otros siete vocales pidieron que quien dimitiera fuera Gómez por la denuncia de algo que él sabe que no es delito.

La sesión de tan alta institución del Estado fue de estado, pero de nervios. Acusaciones cruzadas, malos modos, amenazas de actuaciones... La prensa esperaba a la salida, pero el presidente en entredicho no hizo ningún comentario. Antes lo había dejado bien claro a sus colegas en el fragor de los embates: "Ni voy a dimitir, ni voy a dar explicaciones". Cuando los guardianes de la democracia huyen de la palabra es que tienen frases que esconder o párrafos incapaces de contar. En esos casos siempre se está a tiempo de pedir perdón, aunque se interprete como debilidad o como error. O como las dos cosas a la vez.

28-V-12, Màrius Carol, lavanguardia