"Teoría de Andalucía", Luis Racionero

Ortega y Gasset escribió en su ensayo España invertebrada que tal invertebración, que él le suponía a España, era debida a que los bárbaros que nos invadieron fueron los visigodos, que eran los menos bárbaros de todos pues llegaron dando tumbos por el imperio romano, “borrachos de romanidad”. En cambio, según él, los franceses tienen un país más vertebrado porque les tocaron como invasores los francos, que sí eran bárbaros de verdad.

Animado por estas licencias ensayísticas de Ortega, escribí una tercera en ABC titulada “España invertebrada”, donde situaba su invertebración actual en el hecho de que el PSOE compra los votos andaluces con subvenciones (de diversos tipos: ERE, peonadas, jubilaciones, carreteras, AVE –y no pollos precisamente–). Si antes los caciques compraban votos con su dinero, ahora los socialistas los compran con el dinero público, es decir nuestro, de todos. Y la desvertebración resulta de que si el PSOE compra los votos andaluces y estos votan al PSOE, no hay modo de que allí gane otro partido, y así se cierra un círculo vicioso de imposible rectificación. Ellos votan socialista y los socialistas les pagan los votos y ellos vuelven a votar y así siguiendo. La prueba la hemos tenido en los sorprendentes e inesperados resultados de las elecciones autonómicas andaluzas.

¿Por qué eso sucede en Andalucía? ¿Por qué el círculo vicioso está ahí y no en León o Huesca? Le he estado dando vueltas. ¿Estarán los andaluces mal acostumbrados desde que Sevilla monopolizó el comercio y el oro y plata de América? Se dice que Castilla se quedó con el oro de América, pero la Torre del Oro está en Sevilla y la Casa de Contratación también, así como el Archivo de Indias. Sevilla tuvo el monopolio de América y el oro que “en Génova es enterrado”, como escribió Quevedo, pasaba por Cádiz y Sevilla. Algo quedaría.

¿Qué otra cosa puede ser? Y ahí aparece de nuevo el maestro Ortega con su precioso ensayo Teoría de Andalucía: “Vive el andaluz en una tierra grasa, ubérrima, que con un mínimo esfuerzo da espléndidos frutos. Pero, además, el clima es tan suave, que el hombre necesita muy poco de esos frutos: como la planta, sólo en parte se nutre de la tierra, y recibe el resto del aire cálido y la luz benéfica”. En esto consiste el ideal vegetativo, que según Ortega define la actitud del andaluz: “En vez de esforzarse para vivir, vive para no esforzarse, hace de la evitación del esfuerzo principio de su existencia”. Y para matizar advierte: “Mientras creamos haberlo dicho todo cuando acusamos al andaluz de holgazanería, seremos indignos de penetrar el sutil misterio de su alma y cultura. El andaluz lleva unos cuatro mil años de holgazán y no le va mal. La paradoja que necesita meditar el que pretende comprender a Andalucía es la pereza como ideal y como estilo de cultura. Antes que vicio y defecto, la pereza es nada menos que su ideal de existencia. Si sustituimos el vocablo ‘pereza’ por su equivalente ‘mínimo esfuerzo’, la idea no varía y cobra aspecto más respetable”.

De modo que Ortega afirma el consabido dicho de que el andaluz no vive para trabajar como el alemán, sino que trabaja (y de eso lo mínimo) para vivir. Prefiere trabajar poco, hipotetiza Ortega, y también divertirse sobriamente, pero haciendo a la vez lo uno y lo otro; la fiesta, el domingo, rezuma sobre el resto de la semana e impregna de festividad y dorado reposo los días laborables.

“Como un vegetal, la raíz de su ser está sumergida en la delicia cósmica, en la temperie deleitosa de su clima, su cielo, sus mañanitas azules, sus crepúsculos dorados”. Y remata Ortega su teoría: “Todo andaluz tiene la maravillosa idea de que ser andaluz es una suerte loca con que ha sido favorecido”. Se dice que unos sevillanos, leyendo el ABC en el casino de Madrid, se enteraron de que en Sevilla estaban a 45 grados: “¡Lo que nos estamos perdiendo!”

La dinámica actual de gobiernos del PSOE reiterados se inició con la democracia y se está convirtiendo en un imperativo histórico, como si la supuesta “deuda histórica” de España con Andalucía se estuviese pagando por medio del PSOE; no será bueno para la democracia que esto se prolongue. Si votan a quien votan porque les administran mejor, o desarrollan mejor el país, o son los más honrados, que sigan con ellos, pero si votan para seguir cobrando subvenciones, iremos todos mal; y las quejas catalanas no pueden despacharse con despreciativas alusiones a la insolidaridad.

Todo esto no tendría que estar sucediendo: cuando los andaluces emigran a Alemania o a Catalunya, sin ir más lejos, son impecables en su trabajo y, como decía Ortega: “Durante todo el siglo XIX, España ha vivido sometida a la influencia hegemónica de Andalucía. Las ideas dominantes son de acento andaluz: se pinta Andalucía y se lee a los escritores meridionales. Hacia 1900, como tantas otras cosas, cambia esta. El Norte se incorpora. Comienza el predominio de los catalanes, vascongados, astures. Mengua el poder político de personajes andaluces”. Pues bien, cien años más tarde Andalucía recuperó el poder con personajes como González y Guerra que, por convicción o por ignorancia en vez de desarrollar económicamente Andalucía con infraestructuras e inversiones productivas, se inclinaron por las ferias –no sólo de Sevilla, sino mundiales– los AVE y las subvenciones. Quien tenga el poder allí, sea del partido que sea, debe alterar esta dinámica.

28-V-12, Luis Racionero, lavanguardia