la transición democrática en el Nepal descarrila

La transición democrática en el Nepal descarriló la semana pasada y hoy se enfrenta a la primera prueba de estrés. Nada más y nada menos que veinte partidos han convocado concentraciones para pedir un regreso al consenso y protestar por el que consideran un golpe de mano de los maoístas. La Asamblea Constituyente se disolvió el 28 de mayo después de agotar el plazo para dotar el Nepal de una Constitución. Al límite de la disolución, el primer ministro maoísta, Baburam Bhattarai, convocó nuevas elecciones para noviembre, y se mantuvo interinamente en el cargo, a pesar de que no tenía ninguna base legal para hacerlo.

Los nepaleses están furiosos porque sus representantes han sido incapaces de ponerse de acuerdo después de cuatro años y varias prórrogas. El escollo insalvable son las discrepancias sobre la división territorial, unidas a cálculos electoralistas. “La oposición no quiere un federalismo de base identitaria”, resume la excap guerrillero y líder maoísta, Prachanda. Ahora la amenaza de las fuerzas centristas parece que podría convencer los maoístas de una resurrección temporalmente limitada de la Asamblea Constituyente.

Sin embargo, el espíritu de consenso ya parece desguazado y el temor de un repunte de la violencia hizo el primer aviso la semana pasada, el día que Bhattarai había sido citado ante el Tribunal Supremo. Aquella misma mañana, uno de los magistrados del alto tribunal, Rana Bahadur Bam, fue asesinado a disparos por unos “desconocidos”.

En contraste con la monarquía autoritaria, confesional hindú y unitaria, que derrocaron hace cuatro años, los diputados constituyentes se propusieron de crear una república democrática, aconfesional y federal. Pero, hasta ahora, ha sido imposible cuadrar un mosaico étnico en que se hablan más de cien lenguas. Finalmente, hubo un cierto acuerdo porque fueran once provincias, aunque la delimitación y la denominación motivó más disputas. Así mismo, los nepaleses de las llanuras se negaron a ser divididos en más de dos demarcaciones y mientras tanto el resto de partidos se aferra a la reivindicación identitaria o al fantasma de la disgregación como carta electoral.

El Nepal ha sido tradicionalmente gobernado por la élite de Katmandú, hindúes de casta alta que también copan el poder en los partidos de ámbito nacional, incluyendo lo maoísta. Aun así, este último, ayudado por minorías étnicas –a menudo mongols– se resiste a traicionar sus bases. Antiguos paladins de la lucha de clases, los maoístas se presentan como los defensores de la diversidad.

A pesar de que la economía nepalesa ha crecido por encima del 3,5% los últimos años, esto no ha evitado que millones de jóvenes salgan a buscar trabajo en la India o en el golfo Pérsico. Y el plan de los maoístas de dar juego en la China levanta suspicacias en Nueva Delhi.

La desconfianza es mutua. Cuando el vicepresidente meridional Parmanand Jha juró el cargo en hindi, fue obligado por el Supremo a hacerlo en nepalés y, después de una enmienda, lo hizo también en su lengua regional, aunque no en hindi, lengua del sur del Nepal.

Los nepaleses sorprendieron el mundo hace seis años al consensuar el final de una guerra civil en qué murieron más de doce mil personas. La primera decisión fue derrocar el rey Gyanendra, que había perpetrado un golpe de estado el 2005 que unió en contra suyo de todas las fuerzas políticas, incluyendo' la guerrilla maoísta. Su líder, Prachanda lo Feroz, gracias a un 30% de votos, se convirtió en el primer ministro, pero ahora sólo lidera el partido. Prachanda aceptó hace unos meses que la mayoría de sus guerrilleros fueran desmovilizados –a cambio de dinero– y que una minoría se integrara al antiguo ejército real.

Pero el marasmo llega en su punto que los monárquicos propugnan un referéndum sobre la monarquía, puesto que consideran que la disolución de la Asamblea Constituyente ha dejado sin efecto la proclamación de la república.

8-VI-12, J.J. Baños, lavanguardia