"El Parlamento mudo", Pilar Rahola

Sólo la "mente política más aguda del Partido Demócrata" podría asumir la delicada labor de un presidente norteamericano: cuadrar las intenciones de las dos cámaras de representación. Es así como Josh Lyman, el ayudante del jefe de personal en la famosa serie El ala oeste de la Casa Blanca, cuyo personaje está inspirado en el brillante colaborador de Clinton y de Obama, Rahm Emanuel, se dedica a convencer a congresistas para aprobar las leyes del presidente. Una ardua labor para una democracia que basa su fuerza en la independencia de las cámaras y en la soberanía que cada diputado ejerce, no en vano son ellos y no el partido los que tienen que dar explicaciones a la ciudadanía. Por ello, es impensable que un presidente norteamericano sea quien decida cuándo y quién comparece en un Parlamento, o qué comisión de investigación se crea.

Incluso el propio presidente puede ser citado, aunque sea el hombre más fuerte del país. Puede pulsar el botón nuclear, pero no puede escapar de una comparecencia en el Congreso. Y es que, pese a la inquina de los sospechosos habituales hacia a EE.UU., lo cierto es que es una de las democracias más sólidas del planeta. Y, como dice el dicho, las comparaciones son odiosas. Aquí no sólo los diputados no pintan nada, porque están en partidos pétreos que no permiten ningún margen, sino que tampoco pintan nada los parlamentos, si el gobierno de turno tiene mayoría en la bancada.

Lo que está ocurriendo estas días es el ejemplo más burdo e indecente de lo aquí relatado. Y eso que el cielo está cayendo sobre nuestras cabezas. Pero ni así se toman en serio las reglas de juego de una democracia. Tres hirientes ejemplos: primero tenemos un escándalo bancario de órdago que ha puesto en jaque a todo el sistema económico, y cuyas nefastas decisiones atañen a gestores y políticos. Pero nada de que Rato o Blesa o ambos dos gobernadores de la siesta, en versión Banco de España, vayan al Congreso a explicarse. Total, sólo nos han regalado miles de millones de agujero negro, una desestabilización económica sangrante y un futuro inestable. Y entonces llega Dívar con sus viajes con acompañante, ese que luego desaparece de las fotos cual émulo del viejo estalinismo, y más de lo mismo, que sí, que vendrá a alguna comisión, pero sin fecha ni lugar, a ver si con los calores del verano se calma el escándalo del presidente del Poder Judicial.

Y por rematar el pastel, nos rescatan con 100.000 millones de euros -espero que la inquisición no me queme por usar la palabra prohibida-, la troika envía a sus men in black, la prima de riesgo enloquece, las bolsas se hunden y el presidente se va de viaje, mientras aseguran que algún ministro, en alguna comisión, dará alguna explicación. ¿Pero esto qué es, un recochineo, una broma, una autarquía? Puede ser muchas cosas, pero desde luego no es una democracia.

14-VI-12, Pilar Rahola, lavanguardia