"La oligarquía", Juan-José López Burniol
Hace unos días, se me preguntó -en el curso de una tertulia televisiva- si se constituiría una comisión parlamentaria para investigar el desastre de Bankia. Mi respuesta, casi palabra por palabra, fue esta: "Mientras el establishment controle la situación, no; si pierde el control de la situación, sí; ¿quién es el establishment?: la cúpula de los partidos de derechas y de izquierdas, la cúpula financiera y la cúpula sindical (omití entonces, por la imprecisión de toda intervención oral, a los medios de comunicación); y ¿puede el establishment perder el control de la situación?: sólo si España es intervenida como país".Pasados los días, me ratifico en esta respuesta, que creo que acierta al poner el acento en uno de los rasgos definitorios característicos de la historia de España durante los dos últimos siglos: la existencia de un núcleo social que ha conservado en sus manos el control del país, utilizando el poder en su beneficio exclusivo y prescindiendo de un auténtico proyecto nacional, integrador por abierto y eficaz por liberal. Dos observadores lúcidos expresaron bien esta idea. Así, Manuel Azaña se refirió con dureza a quienes "llevan siglos acampados sobre el Estado", y Jaume Vicens Vives escribió que, excepción hecha de algunas regiones periféricas, en el resto de España no surgió -durante el siglo XIX- una "burguesía moderna como clase social diferenciada", razón por la que "la aristocracia (terrateniente) seguía siendo la espina dorsal del país". No es extraño que Vicens concluyese que, dada "la falta de personalidades que aborden la política desde el punto de vista del interés nacional", es decir, de toda España y no sólo del grupo que usufructúa el Estado en beneficio propio, "de todas las grandes naciones surgidas del Renacimiento, España es la única que se preguntó si existía".
Esta aristocracia -residente en Madrid y afincada en toda España (a comienzos del siglo XX y sólo en la España meridional, 11.000 grandes propietarios poseían 6.900.000 hectáreas, mientras que seis millones de campesinos poseían menos de una hectárea cada uno)- se imbricó pronto en el mundo financiero, que a su vez asumió buena parte del talante y de los modos de vida de aquella (sólo hay que ver la afición de la élite de los negocios madrileña por las grandes fincas rústicas y por la caza, al menos de palabra).
Asimismo, este grupo terrateniente-financiero ha contado, desde el principio, con una intendencia de calidad, integrada por profesionales distinguidos y por los cuerpos de élite de la Administración del Estado, que han sido el vivero de la política, y que, al constituir una meritocracia reclutada en buena medida por oposición, fueron un limitado pero eficaz ascensor social, que en ocasiones inyectó savia nueva -vía matrimonio- en el grupo social originario. Sin olvidar a los altos oficiales del ejército, siempre precisos para mantener el statu quo en tiempos de crisis, y a los dueños de los medios de comunicación, decisivos para orientar la opinión pública en una sociedad de masas.
No hay que desdeñar por arcaico este núcleo de poder político-financiero-funcionarial-mediático (al que a veces se designa, para abreviar, como "Madrid"). Su capacidad de adaptación es enorme. Controlaba la situación cuando Madrid era la capital administrativa de un país cuya riqueza estaba en otros lugares, y la sigue controlando hoy, cuando, tras el proceso de transformación consumado durante el franquismo, Madrid se ha convertido también en la capital financiera de España. La única novedad -y no pequeña- que presenta la situación actual respecto a la precedente es que, con el Estado autonómico, se han consolidado en algunas capitales autonómicas sendos grupos políticos-financieros-funcionariales-mediáticos autónomos, que hasta ahora han estado interrelacionados con el núcleo central madrileño, pero que pueden echar a volar por su cuenta tan pronto perciban que el riesgo de hacerlo es menor que las ventajas que el vuelo puede proporcionar.
En cualquier caso, estos núcleos de poder han actuado durante los últimos años -salvando todas las excepciones que hayan de ser salvadas-, con un exceso tan evidente, que su aventura ha terminado con la intervención de algunas de las entidades financieras a través de las que perpetraban sus negocios. Si España tuviese pulso, lo que ha sucedido -por ejemplo- con Bankia, tendría que acarrear al grupo social que ha protagonizado el destrozo, las mismas consecuencias que el 23-F tuvo para el ejército: vacunarlo para siempre contra el exceso cometido. Pero es difícil que esto suceda. No se aprecian cambios de actitud en los protagonistas del desaguisado: los de siempre siguen como siempre. ¡Ah!, y la culpa -según dicen- es de todos... Es fantástico: lo que comenzó siendo una desorbitada deuda privada -acumulada por algunos con la tolerancia de otros- ha terminado transformándose en una descomunal deuda pública que tendremos que pagar a escote, por aquello de que la culpa es también de todos. En fin, no hay palabras.
30-VI-12, Juan-José López Burniol, lavanguardia