(Pussy Riot:) "Tahrir en la plaza Roja", Llàtzer Moix

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-en Barcelona, Londres, París...-

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El régimen de Putin tiene el próximo viernes una nueva oportunidad para hacer el ridículo. Y quizás no la desaproveche. Ese día se dictará sentencia contra tres integrantes del grupo punk feminista Pussy Riot. Su crimen es haber irrumpido en la catedral ortodoxa del Cristo Salvador, en Moscú, para interpretar su canción Virgen María, líbranos de Putin. La actuación duró 30 segundos y puede costarles tres años de cárcel.

Pussy Riot es un colectivo formado hace apenas un año, cuando Putin anunció que volvía a optar a la presidencia rusa, una posibilidad que entonces les producía arcadas y que ahora las ha puesto camino de presidio. Sus integrantes son veinteañeras con estudios universitarios -Filosofía, Periodismo, Informática...- que actúan fuera del circuito al uso, en espacios públicos, luciendo vestidos ceñidos y pasamontañas de colores. Son chicas leídas y oídas -presentan a ensayistas como Beauvoir o Foucault y grupos punk como Bikini Kill como referencia- que operan con arrojo y sin red. Es decir, son un grupo de combate cultural y político, según anuncia su nombre, que cabe traducir -si me disculpan la grosera literalidad- como Revuelta de Coños.

El vídeo de su performance catedralicia, colgado en YouTube, muestra a nuestras heroínas bailando y berreando, al son de guitarras eléctricas; también a religiosas que intentan evitar la filmación y a personal de seguridad que acaba llevándose a las vocalistas. Como tantas actuaciones punks, esta es esencialmente torpe. Pero su espíritu, en pro de la libertad y contra el contubernio del régimen de Putin y lo más carca de la Iglesia ortodoxa, merece toda nuestra simpatía.

En la Rusia actual, el arte comprometido no es, como sucede tan a menudo en España, en Gran Bretaña o en Estados Unidos, una respetable ocupación para creadores, comisarios, directores de museo y académicos más o menos dependientes del Estado al que critican (con frecuencia gracias a su subvención). En Rusia, colectivos como Pussy Riot, Voina o Femen luchan a la intemperie contra la deriva autoritaria del putinismo, contra el déficit democrático y la corrupción. Lo hacen con la esperanza de que los medios difundan sus acciones antes de que llegue la policía, los arreste y los entregue a un sistema judicial dispuesto a empapelarlos bien empapelados.

Sea cual sea su desenlace, el caso Pussy Riot arroja ya diversos efectos interesantes. Ha puesto en evidencia la inquisitorial alianza entre Putin y la Iglesia ortodoxa, así como la fractura de la sociedad rusa entre autoritarios y liberales. Ha despertado la solidaridad de iconos de la escena pop internacional. Y nos ha recordado que el arte tiene también que ver con la conciencia y la valentía. En especial en los países donde, como reza una canción de Pussy Riot, "el caudillismo salvaje devora los cerebros"; donde, como dice otra, hay que convertir la plaza Roja en la plaza Tahrir.

12-VIII-12, Llàtzer Moix, lavanguardia