"La libertad y el debate", Lluís Foix

Jerusalén mata a sus profetas y Atenas a sus pensadores. Es una de las muchas conclusiones a las que llega el asombroso George Steiner en su libro La poesía del pensamiento, un estudio de la relación entre lenguaje, poesía y pensamiento filosófico desde los tiempos presocráticos hasta nuestros días. La historia revela que no hay vocación más peligrosa que el ejercicio de la razón, una constante crítica, franca o disimulada, de las normas dominantes. Uno de los peligros que plantea la crisis que recorre toda Europa, también en los países que imponen sus criterios sobre otros con el argumento de que son más poderosos, es que se apaguen las voces críticas del ejercicio de la razón porque pueden ir en contra del pensamiento mayoritario.

El respeto a las minorías que garantizan los sistemas libres no se limita a la procedencia geográfica o étnica, sino que abarca también al derecho a disentir de ideas que por ser mayoritarias no equivale a considerarlas únicas y obligatorias.

Los gobiernos, desde el de la canciller Merkel al de Rajoy y el de Artur Mas, representan a sus conciudadanos respectivos y han de garantizar la pluralidad y diversidad de sus sociedades. Una de las razones que explican la última gran tragedia europea es la eliminación o desprecio de voces que en Alemania, y también en Francia, no aceptaban los parámetros del totalitarismo nazi. El pensamiento crítico se pagó con la vida, el caso de Trotski es uno de los más emblemáticos, en la Rusia de Stalin. Se daba la circunstancia de que los gulags eran ignorados por los pensadores marxistas de manual y los que se atrevieron a disentir fueron considerados traidores a la gran causa de la revolución mundial.

El consenso ha gozado de gran prestigio en la transición española. Me parece bien. Soy más partidario, sin embargo, del debate abierto y plural para discutir desde la razón sobre las cuestiones que nos preocupan a todos. El viejo Chesterton dejó escrito que el problema de su tiempo no era la falta de fe sino la falta de razón. Lo mismo ocurre hoy. Max Weber lo formuló de otra manera en la distinción entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad.

Vienen tiempos, en definitiva, de responsabilizarse de las consecuencias de los propios actos sin refugiarse en cargar la culpa a los otros, sobre todo cuando las cosas no marchan como se había previsto.

14-VIII-12, Lluís Foix, lavanguardia