"Nacionalismo: fenomenología y crítica", Alain de Benoist

NACIONALISMO: FENOMENOLOGÍA Y CRÍTICA
Por Alain de Benoist

Existen probablemente tantas teorías del nacionalismo como teorías nacionalistas. No es evidentemente una cuestión a la que podamos dar respuesta aquí. No nos empeñaremos tampoco en la falsa querella sobre la pregunta de saber si el nacionalismo es una exacerbación patológica del patriotismo, o si por el contrario representa una forma doctrinal, consciente y rigurosa. Simplemente llamaremos la atención que todas las tipologías de nacionalismo propuestas hasta el día de hoy, a menudo extremadamente complejas, pueden englobarse en dos definiciones principales.

En la primera de estas accepciones, el nacionalismo se define como la aspiración más o menos voluntaria, basada o no sobre elementos objetivos, de un pueblo para constituirse (o rehabilitarse) como nación, a menudo en un contexto percibido como enajenante para la identidad colectiva. Se impone entonces como un movimiento de construcción histórico. Por la segunda definición, el nacionalismo es la doctrina política que afirma que un gobierno debe preocuparse ante todo por la nación, basarse exclusivamente sobre el interés nacional.

Estas dos definiciones muestran la ambivalencia del nacionalismo, ambivalencia directamente ligada a su carácter eminentemente reactivo. El nacionalismo aparece, la mayor parte de las veces, en relevantes circunstancias de estado de excepción en el sentido que Carl Schmitt da a este concepto. Se entiende como la reacción ante una amenaza, real o supuesta, que planearía sobre la identidad colectiva que le impediría desarrollarse o existir como nación. El nacionalismo, por ejemplo, se manifiesta claramente contra una ocupación extranjera que genera una situación de colonización, o en el marco de un regionalismo exacerbado, etc. Su esencia es, en consecuencia, conflictiva. Tiene necesidad de un enemigo. Pero este enemigo puede revestir las formas más diversas. De aquí la plasticidad del nacionalismo para que, a lo largo de la historia, haya podido revelarse como moderno o antimoderno, tan intelectual como popular, de derechas o de izquierdas (durante todo el siglo XIX, recordemosló, el nacionalismo era esencialmente liberal y republicano).

La definición del nacionalismo como doctrina política genera otros problemas. Una vez que la identidad nacional ha sido recuperada o la nación hace su aparición en la historia, ¿el nacionalismo puede verdaderamente servir de principio de gobierno? La noción de "interés nacional" está desenfocada. Maurras escribe que un nacionalista "subordina sus sentimientos, sus intereses y su sistema de vida al bien de la patria." Pero ésta es la cuestión ¿quién no puede reinvindicar para sí esta expresión? Él "bien de la patria" es una noción de la que casi todos pueden reclamarse, hasta el punto que no puede hacerse de ella una idea fuerza diferenciadora. Habida cuenta de la esencia conflictiva del nacionalismo, el riesgo es entonces que un gobierno nacionalista no puede existir más que generando nuevos focos de conflictividad. Todo extranjero, por ejemplo, será mirado como un enemigo potencial. En cuanto a la noción de “enemigo interior", el nacionalismo desembocará en la guerra civil, algo que, en un principio, la doctrina creía inconcebible.

El contenido del nacionalismo queda pues bastante oscuro. Vemos en el mundo como se manifiestan los movimientos nacionalistas, pero tienen en general pocas cosas en común. Más aún, se oponen unos a los otros. Se sirven de valores contradictorios. Todo pasa como si el nacionalismo fuera más una forma que una sustancia, un continente que un contenido.

Se lo comprenderá mejor, no obstante, si nos acercamos a la idea de nación, de la que no puede ser disociado. El nacionalismo representa, en efecto, una instrumentalizacion política de la identidad colectiva que informa a la nación. Pero la nación no es más una forma política entre otras. Y es una forma específicamente moderna.

Ni la resistencia gala contra César o aquella de Arminius contra las legiones de Varus pueden ser interpretadas con el sentido que nosotros damos al "nacionalismo". El empleo de la palabra "nación", llevado a la Antigüedad o al Antiguo Régimen, en gran parte revelan un anacronismo. En la Edad Media, la "nación", (de natio, "nacimiento") tiene un sentido culturalo étnico, pero para nada político. En la época de la guerra de los Cien Años, el patriotismo vuelve a referirse a un "país", es decir, a la vez a una tierra familiar y a unos cuerpos intermedios comunitarios que definen concretamente una identidad compartida.

En su sentido político, la nación no aparece hasta el siglo XVIII, y es para oponerse al Rey. Los"patriotas" son entonces aquéllos que piensa que la nación, no el rey, encarna la unidad del pais, es decir, que la nación existe independientemente del reino. La nación reúne a aquéllos que piensan políticamente y filosóficamente lo mismo. Es en este sentido en el que Barrère podrá decir a la Convención, que "los aristócratas no tienen patria". La nación es percibida como pueblo soberano, como poblaciones que reconocen la autoridad de un mismo Estado, habitando el mismo territorio y reconociéndose como miembros de una misma unidad política y, en definitiva, como la unidad política ella misma. Lease el art. 3 de la Declaración de los Derechos del Hombre: "El principio de toda soberanía reside esencialmente en la nación.

"El avance del Antiguo Régimen, en Francia, deja empezado el desarrollo de una amplia centralización. La Revolución sigue este desarrollo bajo una forma nueva. Ella quiere"construir la nación", crear una nueva cohesión social, engendrar comportamientos sociales que hagan aparecer a la nación como un cuerpo político formado por individuos iguales. El Estado, desde entonces, deviene en creador de lo social. Y esta creación se construye sobre las ruinas de los cuerpos intermedios. A partir de la Revolución, la nación es para todo individuo un dato inmediato. Es una abstracción colectiva a la que se pertenece directamente, sin la mediación de los cuerpos ni de los estados. Hay de hecho, paradójicamente, una razón individualista de la nación y del nacionalismo. Louis Dumont ha escrito sobre este asunto: "La nación en sentido préciso y moderno del término, y el nacionalismo -distinguiéndolo del simple patriotismo- han aparecido históricamente junto con el individualismo como valor. La nación es precisamente el tipo de sociedad global correspondiente al reino del individualismo como valor. No sólo le acompaña históricamente, sino que se impone una interdependencia entre ellos, de modo que puede decirse que la nación es la sociedad global compuesta de gentes que se consideran a sí mismos como individuos»2.

Esta "modernidad" de la nación y del nacionalismo pasa desapercibida durante mucho tiempo, eventualmente porque el nacionalismo ha sido de vez en cuando también una reacción, o una respuetsa a las disfunciones sociales y políticas nacidas de la emergencia de la modernitdad, después porque el derecho político, a partir de finales del siglo XIX, instrumentaliza un retorno a la idea de nación para oponerse a los movimientos socialistas "internacionalistas".

Por tanto, es esta raíz individualista y moderna de la idea de nación que permite comprender cómo el nacionalismo se inscribe bajo el horizonte de la metafísica de la subjetividad. Heidegger, que ve en la subjetividad la Figura (Gestalt) del Ser (Selbstsein) moderno, escribe a este propósito: "Todo nacionalismo es, metafísicamente, un antropologismo y, como tal, un subjetivismo. El nacionalismo no es superado por el mero internacionalismo, sino que simplemente se amplía y se eleva a sistema. El nacionalismo se acerca tan poco a la humanitas de este modo como el individualismo mediante el colectivismo ahistórico. Este último es la subjetividad del hombre en la totalidad.»3. Igualmente, de golpe se alumbró también el parentesco entre nacionalismo e individualismo liberal: él "nosotros" que formó el zócalo del primero no es más que una extensión del "yo" característica del segundo. En el liberalismo, el 'individuo es legitimado para buscar ininterrumpidamente su mejor interés; en el nacionalismo, el interés nacional domina todo. En los dos casos, la justicia y la verdad se confunden con lo que es bueno para mí o para nosotros. En los dos casos, la determinación última reside en el interés subjetivo, es decir, en la utilidad.

En la obra de donde hemos sacado la cita que hemos reproducido, Heidegger enseñó también igualmente aquello de que el universalismo político, (el "puro internacionalismo") no contradice fundamentalmente el nacionalismo. El etnocentrismo exacerbado se define generalmente, además, como lo particular extendido a sus dimensiones universales; y el universalismo, a la inversa, como un etnocentrismo enmascarado. Lo particular no es garantíade verdad, pero tiende a presentarse como la verdad en sí. Tal es el fundamento de la pretensión de ciertos pueblos o de ciertas naciones de considerarse como "elegidos", es decir, llamados a realizar una "misión universal". Francia no ha escapado a esta tentación, incluso sucumbido a ella más a menudo que otros. Guizot declaraba: "Francia es la civilización." Lavisse añadía: "Nuestra patria es la más humana de las patrias", dejando así oír que existen grados de "humanidad." De hecho, se dice a menudo que el nacionalismo francés no podía mostrarse profundamente intolerante porque su idea de nación se encuentra supeditada a la de humanidad. Pero esta afirmación es una ensoñación. En efecto, si la idea de nación está supeditada a la de humanidad, igualmente la idea de humanidad está supeditada a aquella de nación. Quien no pertenece a esa nación se encuentra también excluido de la humanidad.

El nacionalismo no es una ideología en los términos en los que debe necesariamente formularse toda reinvindicación de la identidad colectiva. Una confusión tal, termina de hecho en los excesos históricos del nacionalismo y ha hecho dudar del valor mismo de la noción de identidad colectiva. Pero tal nocion, sean cuales sean sus modalidades y fundamentos, es indispensable para toda verdadera sociedad. En las sociedades comunistas, es ella la que ha permitido a los pueblos sobrevivir oponiendo su identidad propia a la que se les intentaba imponer. En las sociedades occidentales, es la que sigue alimentando el imaginario simbólico y a dar un sentido al deseo de vivir en comunidad. El nacionalismo, en lo que tiene de más tumultuoso y más rechazable, no es la consecuencia inevitable de la afirmación de las identidades colectivas sino la pretensión de que la nación sea el único modo de organización política de la ciudadanía. Es positivo ante la negación de las identidades colectivas, tal como la hemos encontrado a lo largo del siglo XX tanto en el liberalismo como en el comunismo, sino su retorno bajo formas irredentistas, convulsivas y destructoras.

Para ser más precisos, digamos que hay dos maneras diferentes de exponer la afirmación de una identidad colectiva. La primera, que podría ser aquella propia del nacionalismo, se limita aque todo individuo debe defender a su pueblo, en tanto la segunda, afirma ante todo la diversidad, ve la necesidad de defender a todos los pueblos contra las ideologías que amenazan sus raíces. Es conocida la divisa inglesa: Right or wrong, my country ("Con razón o sin ella, con mi país"). Esta divisa es a menudo muy mal comprendida. Ella enuncia no sólo que la pertenencia es un dato del que no se puede hacerse abstracción. Dice también que mi país puede tener la culpa o la razón y no que tiene siempre razón. Podemos decir, con todo rigor, que un nacionalista nunca reconocerá que su país es culpable por la simple razón de que, para poder decir esto, se debe estar en posesión de un criterio de lo justo y de lo injusto que excede su única razón de ser, es decir, de poseer una conciencia clara de cual es la verdad objetiva. Un nacionalista es llevado espontáneamente a considerar que su país no tiene nunca culpa, que tiene siempre razón. En una tal perspectiva, en caso de conflicto, sólo la fuerza puede decidir. La fuerza se vuelve entonces el valor supremo. Ella se identifica con la verdad, lo que significa que la historia es fundamentalmente justa: los vencedores tienen siempre razón, y sus motivos es lo menos importante. Se cae paradójicamente en el darwinismo social, que no es más que otra forma de la ideología del progreso.

Si, por el contrario, yo puedo culpar eventualmente a mi país, sin tener que olvidarme que es el mío, es porque yo se que mi pertenencia a él no es un criterio de verdad objetiva. Salgo entonces de esa metafísica de la subjetividad donde confluyen nacionalismo e individualismo liberal. La identidad de los otros deja de ser en principio una amenaza para la mía. Estoy listo para defender mi identidad porque esta defensa es un principio general, que reconozco también legitimamente en los otros. En otras palabras, si defiendo a mi "tribu" es porque también estoy dispuesto a defender la de los demás.

 

1.Cf.notamment Gil Delannoi et Pierre-André Taguieff (éd.), Théories du nationalisme. Nation, nationalité, ethnicité, Kimé, 1991.

2.Louis Dumont, Essais sur l ’individualisme, Seuil, 1983, pp.20-21.

3.Martin Heidegger, Über den umanismus, Frankfurt/M.1946, p.107 (trad.fr.: Lettre sur l ’humanisme, Gallimard, 1964)