un producto financiero llamado... trigo
Los precios de las materias primas alimentarias experimentan una fuerte subida originada en la fuerte sequía que padecen Estados Unidos, Rusia y Ucrania. Sin embargo, otros factores, como la especulación financiera, añaden presión a unos mercados muy opacos, como ya sucediera en el año 2008.
Ciertamente, los alimentos deben enfrentarse a unos movimientos de fondo que marcan una tendencia al alza. Aquí deberían citarse el aumento de la población, la mayor demanda de lácteos y carne por parte de países emergentes, el desarrollo de los biocarburantes, el aumento del precio del petróleo... junto a unas tierras cada vez más explotadas, menos productivas y faltas de agua suficiente en muchos casos. De todos modos, este equilibrio precario se mantiene si no hay de por medio catástrofes climáticas, como la actual sequía, incendios o inundaciones... Cuando esto sucede, ante el temor de una subida brusca del precio, algunos países productores cierran fronteras y dejan de exportar para priorizar la alimentación de su población, mientras que otros tratan de hacer stocks. Es lo que sucedió, por ejemplo, con el arroz en el Sudeste Asiático en la crisis del 2008.
En este momento se produce el primer lance que rompe el equilibrio y empieza a mover hacia arriba los precios, aumentando la expectativa de que los mismos suban todavía más. Sin embargo, a pesar de la importancia decisiva de los fenómenos naturales, no explicarían por sí solos las fuertes volatilidades y alzas que aparecen en los mercados. "No habría crisis si no hubiera especulación. No es la única causa de la crisis, pero la acelera y la agrava. Hoy vivimos el inicio de una crisis alimentaria como la del 2008", aseguraba hace unos meses Olivier de Scutter, relator especial en la ONU sobre el derecho a la alimentación.
Sobre la especulación y sus efectos reales en los precios se ha discutido mucho y las posiciones están enfrentadas, desde quienes la ven necesaria para dar liquidez al mercado hasta los que la acusan de todos los males. Adelantemos que hay dos tipos de inversión o especulación. Una, que es positiva y ayuda a que el productor pueda saber el precio al que se le pagará el producto, mediante la utilización de un contrato de futuro. Esta es la especulación comercial con un producto físico detrás, que es necesaria para dar liquidez al mercado y ayudar a asegurar los precios al productor. Pero desde la desregulación financiera las cosas han cambiado y la entrada de hedge funds, bancos de inversión y todo tipo de fondos en el mercado agrícola ha cambiado radicalmente la situación, al penetrar con mucho dinero en la agricultura, buscando solamente el beneficio a corto plazo con la compraventa de contratos y operaciones cada vez más sofisticadas. Es la especulación financiera. El resultado final es claro. Se estima que antes de 1990, el número de contratos especulativos era pequeño, alrededor del 20% del total, mientras que ahora suponen una cifra entre el 70% y el 80%, según los productos.
Al respecto, en la pasada crisis del 2008, la FAO —que no se distingue precisamente por ser muy crítica con la especulación— ponía un ejemplo estremecedor con el trigo rojo en la Bolsa de Chicago. Por cada dólar invertido que tenía contrapartida del cereal, había 2.000 que no la tenían. Este puede ser un ejemplo extremo, pero no lejos le queda el que fue aireado en julio del 2010, cuando el hedge fund británico Armajaro se hizo con 241.000 toneladas de habas de cacao, haciendo subir su precio a máximos de 1977. El citado fondo llegó a poseer el 15% de las reservas mundiales de cacao. ¿Para qué? Resulta evidente. Pero no hace falta ir tan lejos. En un orden, por supuesto, mucho más modesto, probablemente el lector habrá recibido alguna vez una oferta de su entidad financiera, animándole a invertir en un fondo de materias primas, calificándolo de más rentable, a la vista de que la bolsa y la renta fija —las colocaciones tradicionales— llevan años muy poco entregadas a dar alegrías a los inversores.
Pero lo cierto es que la espectacular subida de precios agrarios del 2008 concienció a buena parte del mundo desarrollado sobre la barbaridad que supone la especulación alimentaria. En Alemania, por ejemplo, ha generado en los últimos meses una fortísima presión popular —"¡No se juega con la comida!" era el lema de la oenegé Foodwatch— para que la banca dejara de invertir en materias primas alimentarias como si fueran un producto financiero más. Y hace un par de semanas, el Commerzbank —segundo banco alemán— anunciaba que abandonaba la inversión en estos productos, lo que apunta la posibilidad de que que todo el sector pueda seguirle. Aunque, ¡ojo!, los inversores más importantes no son entidades alemanas, sino británicas. Pero... por algo se empieza.
En ningún momento puede olvidarse que mientras una burbuja inmobiliaria o bursátil causa daños materiales muy importantes a la población que la sufre, una burbuja en la alimentación genera algo más: hambruna y muerte en las zonas más necesitadas del mundo. Pensemos que en un país como España el gasto en alimentación supone entre el 10% y el 20% del presupuesto familiar, mientras que en muchas regiones del tercer mundo puede llegar a suponer hasta el 80% o el 90%. Una subida de precios exagerada en un producto básico de su dieta supone, pues, para sus habitantes una condena segura.
Por ello, resulta incuestionable desde el punto de vista ético, tratar de reducir y eliminar cualquier especulación financiera con estos productos. El problema es que se trata de mercados muy opacos y hoy por hoy son muy difíciles de controlar. Ciertamente, en estos mercados tan oscuros no resulta fácil discernir la inversión comercial de la financiera y por ello es obligado dotarles, como primer paso, de una mayor transparencia. Con ello no se solucionaría el problema de fondo que es la tendencia alcista de los precios de los alimentos, pero sí el de la amplificación de su banda de fluctuación y de la volatilidad que sufren.
2-IX-12, J, Goula, lavanguardia