(premio a Xavi y Casillas:) "Simbólico pero chapucero", Sergi Pàmies
Teniendo en cuenta que la selección española de fútbol ganó el premio Príncipe de Asturias del Deporte el año 2010, concedérselo ahora a Casillas y a Xavi es una redundancia. La decisión, pues, puede interpretarse como una maniobra de alta intencionalidad política. Según los argumentos del jurado, se premian "los valores de la amistad y del compañerismo", una explicación poco consistente si se confronta a los valores del otro finalista, el Comité Paralímpico Internacional.
No es la primera vez que los Premios Príncipe de Asturias utilizan el prestigio internacional y el eco mediático del galardón para lanzar un mensaje. En ocasiones, el veredicto conecta con una sensibilidad de carácter humanitario, con combates silenciados o con talentos artísticos obvios. Esta vez, el veredicto parece adherirse a la denominada "marca España". La selección de fútbol es una de las locomotoras de este engendro alquímico entre la mercadotecnia y la política. A remolque de un Mundial y de dos Eurocopas, el equipo está generando grandes beneficios publicitarios que alguien intenta reconvertir en gasolina propagandística y simbólica.
La oportunidad y el oportunismo del premio transmiten un triple mensaje. Primero: la amistad entre madrileños y catalanes es posible; ergo, la España que suma contrarresta los separatismos (el guión ideal debería de haber incluido un futbolista vasco). Segundo: la rivalidad entre Madrid y Barça no justifica enemistades intestinas y Xavi y Casillas, que negociaron la paz durante la locura mourinhista, representan un hermanamiento forjado en la diplomacia de la selección. Tercero: los dos premiados se adaptan al perfil de deportistas humildes en un mundo en el que abundan los ególatras y los mercenarios. Xavi vive la selección española como un placer y, al mismo tiempo, siempre busca la bandera catalana cuando celebra una victoria o un título, incluso sabiendo que un sector del catalanismo (y del españolismo) le llamará de todo. Y, pese a las órdenes de Mourinho, Casillas ha sabido encontrar los gestos -beso a Carbonero incluido- que lo consagran como modelo a seguir. Querer trasladar valores deportivos al césped político, sin embargo, es una chapuza. De entrada, España no representa el éxito sino la ruina y la impunidad. Y no tenemos a ningún Del Bosque que, con generosidad y astucia, allane diferencias y refuerce coincidencias con un objetivo común. Si algo caracteriza las actuales relaciones entre España y Catalunya es precisamente una recíproca falta de amistad y de compañerismo y una tendencia al juego sucio.
6-IX-12, Sergi Pàmies, lavanguardia