"Unas de cal y otras de arena", Quim Monzó

El Reino de España mantuvo la pena de muerte como estandarte de las esencias patrias hasta 1995, ya que la abolición de 1978 fue parcial y dejaba fuera a los militares. No conozco a nadie de los que durante décadas lucharon contra la pena de muerte que considere la cadena perpetua una propuesta intolerable, y en cambio parece que ahora alarma a algunos. Diría que quedó claro que lo intolerable es matar, no la prisión, por permanente que sea. Que alguien que -pongamos por caso- asesina a sus dos hijos y los quema en una hoguera pase el resto de su vida entre rejas me parece perfectamente razonable. Y si no son los hijos, sino un desconocido que pasa por la calle, exactamente lo mismo. Durante muchos años, ebrios de esa fiebre delirante que tiende a perdonar al malhechor y castigar a quien se defiende, esto ha sido la casa de tócame Roque. Delincuentes de todo tipo y condición han llegado a creer que pueden ir por el mundo provocando dolor a cambio de sentencias infinitamente más suaves que el daño que ellos infligen. Pero para algunos grupos de la oposición el nuevo Código Penal es "una cortina de humo ideológica". Conociendo al PP no tengo ningún tipo de duda que así es, pero los mismos que se quejan extienden otra "cortina de humo ideológica" cuando, por ejemplo, ponen el grito en el cielo porque el nuevo código castiga el pillaje y los robos al estilo de Sánchez Gordillo y los demás Robin Hood que han aparecido últimamente. En cambio, aciertan de lleno cuando remarcan que en ningún sitio del código se ve voluntad alguna de endurecer las penas por los delitos de soborno o corrupción, y es ahí donde al PP se le ve el plumero: una vez más, los corruptos se van de rositas. Sin embargo, abusivo o no, tramposo o no, el nuevo código conseguirá la bendición ciudadana sólo que sea capaz de acabar con la plaga de la gentuza que al amparo de la actual reglamentación -absolutamente benévola con los delitos de hurto, ni que sean continuados- roba una vez y otra (y otra, y otra, y otra...) sin que nunca nadie le toque ni un pelo.

18-IX-12, Quim Monzó, lavanguardia