la democracia USA, la peor (a excepción de las demás)
Al elegir al presidente de Estados Unidos no cuenta el voto popular total, sino el Colegio Electoral. A cada estado se le asigna un número de compromisarios: excepto en Maine y Nebraska, el candidato que gana en un estado se lleva todos los compromisarios. Se proclama presidente el candidato que alcanza los 270. Puede ocurrir que el candidato con más votos en todo el país no sea el candidato con más compromisarios. Ocurrió en el año 2000: el demócrata Al Gore superó a Bush por medio millón de votos; Bush, tras el discutido recuento en Florida, alcanzó los 271 compromisarios, suficientes para proclamarse presidente.
El sistema electoral prevé que, una vez contados los sufragios, quien gane en cada estado se haga con todos los votos electorales de dicho territorio, que son llevados por un funcionario denominado compromisario al Colegio Electoral, el organismo que elige al presidente. Antiguamente lo hacían en persona, por lo que se daba un mes de plazo para que pudieran llegar de todos los rincones del país. La presencia física es, ahora, optativa. En diciembre, pues, se reunirá el Colegio Electoral. Aunque el resultado sea de sobra conocido, estos compromisarios votarán al presidente y al vicepresidente. El candidato ganador habrá tenido que reunir al menos 270 de los 538 votos electorales. El número de estos votos se distribuye entre los estados en función de su población y coincide con el número de sus congresistas en el Capitolio de Washington. California, el estado más poblado (37,3 millones de habitantes), tiene 55 votos electores. Wyoming, con 568.000 habitantes, sólo tres.
Estados Unidos en rojo y azul. Dos mitades casi perfectas. ¿Por qué? ¿Por qué hace cuatro años Obama ganó Carolina del Norte y ayer no tenía ninguna opción a pesar de que celebró la convención en Charlotte? Porque los republicanos, que controlan el estado, han rediseñado los distritos electorales a su favor. Lo mismo han hecho desde el 2010 en muchos otros estados. Los demócratas han hecho lo propio allí donde gobiernan, lo que explica la baja competitividad de Romney en el nordeste. Los mapas los dibujan comisiones parlamentarias y requieren el visto bueno de la justicia. Esto no impide que demócratas y republicanos construyan nichos seguros para sus electores y tumbas permanentes para sus oponentes. Los mapas de los 435 distritos electorales se rediseñan cada diez años según el censo (número de habitantes y razas).
Hace cuatro años, la república estadounidense vendió la elección de Barack Obama, negro y novato, desconectado de las esferas de poder en Washington, como un triunfo del sueño americano, la prueba de que cualquier ciudadano, al margen de su origen y fortuna familiar, puede alcanzar lo que se proponga, incluida la presidencia.
Este guión, engrasado por una retórica épica, hizo llorar a muchos. Cuatro años después, sin embargo, esa emoción casi ha desaparecido y arrecian las críticas al sistema electoral. El poder del dinero y el diseño partidista de las elecciones desvirtúan el principio de un hombre, un voto.
Las largas colas que se vieron ayer en muchos colegios electorales de Florida, donde los electores tenían serios problemas para demostrar su identidad (deficientes censos electorales) y aún más para entender la papeleta de voto, recuerdan a las elecciones del 2000, cuando las papeletas en el condado de Palm Beach estaban tan mal diseñadas que decenas de miles de electores demócratas votaron por error al candidato de la extrema derecha. Esta vez, la papeleta del condado Dade-Miami tenía 12 páginas. Además de elegir al presidente, a un senador y a los diputados en la Cámara de Representantes del Congreso federal, los electores debían votar a favor o en contra de once enmiendas a la Constitución del estado. La explicación de estas enmiendas –como la destinada a bloquear la reforma sanitaria de Obama– necesitaba cientos de palabras. Para acabar de complicarlo todo, 35.000 papeletas del condado de Palm Beach (sí, el mismo que pasó a la historia en el 2000) no tenían bien impreso los nombres de los candidatos al Tribunal Supremo del estado. Al no estar bien impresas, los lectores automáticos no podrán leer bien estas papeletas, que serán anuladas. El problema es grave si recordamos que Al Gore perdió las elecciones del 2000 por sólo 534 votos. George W. Bush pudo ganarlas gracias al golpe de Estado del Supremo, que frenó el recuento en Florida. Si hubiera permitido terminarlo, es muy posible que Gore se hubiera impuesto.
Los jueces resolvieron la elección del 2000 a favor de Bush, pero no sentaron las bases para impedir que un empate técnico en un estado –como el que ayer auguraban los sondeos en Florida– desemboque en una guerra judicial entre los candidatos. Obama y Romney, en consecuencia, han preparado equipos legales capaces de impugnar votaciones y exigir recuentos a la mínima duda.
Los republicanos gobiernan en Florida –donde han diseñado las elecciones– y también en Ohio, donde han puesto muchas pegas al voto provisional. Este es el voto de un elector que, por la razón que sea, no aparece correctamente en el censo. Su voto queda pendiente hasta que lo valida un juez. Sólo en Ohio se han emitido unos 300.000 votos provisionales. La mayoría de los votos provisionales son de personas pobres, neoanalfabetas, vecinos de barrios donde el servicio de correos funciona mal, electores, muchos de ellos, que votan demócrata. De ahí que el Gobierno republicano de Ohio haya endurecido al máximo los requisitos para que estos votos sean contados. Los expertos vaticinaban que una victoria de Obama o Romney en Ohio por menos de 50.000 votos desencadenaría un recuento caótico y repleto de demandas judiciales.
Los candidatos no podrían pagar a tantos abogados si el Tribunal Supremo no hubiera permitido las contribuciones ilimitadas y secretas a las campañas.
Hay tanto dinero en juego –Obama y Romney han invertido cada uno mil millones de dólares para ser elegidos– que los cimientos de la república se tambalean. La libertad de expresión está a merced del mejor postor y los donantes trabajan entre las bambalinas del poder, allí donde anida la corrupción, en busca de su justa y merecida recompensa.
6/7-XI-12, M. Bassets/X. Mas de Xaxàs, lavanguardia