entrevista a Dieter Nohlen, autoridad mundial en sistemas electorales

Dieter Nohlen, que asesoró a los redactores de la Constitución española. Soy constitucionalista emérito de la Universidad de Heidelberg y he asesorado a los constituyentes de varias jóvenes democracias. Nací en Oberhausen. Casado: cuatro hijos y seis nietos. Soy protestante en la línea de Max Weber. Quien sólo conoce su propio país, no lo conoce.

Nohlen explica el sistema electoral alemán –“complejo incluso para los alemanes”– a Acció per la Democràcia con los hermanos Grau como agitadores. No osaré darlo aquí por explicado, pero sí cabe constatar que hay ciudadanos organizados para devolver legitimidad a nuestro sistema. Nohlen explica “off the record” la Europa de hoy: Merkel tiene al 80 por ciento de los alemanes detrás y la menor tasa de paro de su historia. La oposición socialdemócrata sólo aspira ya a repetir coalición con ella. Se han cansado de subvencionarnos, pero no de dominar la UE. Sólo nos queda demostrarles que, si queremos y nos organizamos, podemos ser tan eficientes como ellos.

Hoy a nuestro sistema electoral se le acusa de favorecer a “élites extractivas” que controlan los partidos, elaboran sus listas y exprimen luego nuestros presupuestos.
¡Ojalá sólo con cambiar la ley electoral pudiera impedir los abusos de esas “élites extractivas”! Pero un país no se puede regenerar reformando sólo el sistema electoral.

Ya sería un cambio.
Pensar que puedes acabar con la corrupción y los defectos de todo un país sólo con la reforma de la ley electoral es como creer que puedes enderezar el rumbo errado de un transatlántico poniéndole un pequeño motor fueraborda.

Purgamos tres burbujas en una: la inmobiliaria, la de infraestructuras y la de cajas. A las tres coadyuvaron los partidos.
Esas burbujas son consecuencia de fallos en su cultura democrática y no sólo del sistema electoral. Además, he estudiado países honestos y eficientes y otros disfuncionales y corruptos que tenían el mismo sistema electoral. La diferencia está en la cultura.

¿Qué deberíamos mejorar entonces?
Tal vez debería preguntarse por la democracia o la falta de democracia interna de sus partidos, pero sobre todo si esa deficiencia refleja la mentalidad de los ciudadanos.

¿Cómo la reflejan?
No hablo del debate mediático en el que todos son abiertos, razonables y políticamente correctos, sino de las convicciones íntimas de los ciudadanos. Y sus partidos tal vez respondan en su funcionamiento a la convicción generalizada de que nada funciona aquí sin jefe único con ordeno y mando.

Parece que oigo a mis mayores.
Pero no por mero afán de orden. No se busca aquí un líder para obedecerle, sino que se le obedece para tener un responsable al que criticar y en el que descargar las propias culpas. Quizá sea la suya una cultura política adicta a la crítica y alérgica a la autocrítica.

¿Por qué?
Porque se confía en el poder unipersonal sobre todo para salvaguardar la propia infalibilidad. Como no está en su cultura admitir errores propios, necesitan un líder en cada momento para que cargue con ellos. Así que el principio de poder no descansa sobre las responsabilidades compartidas, como en democracias maduras y avanzadas, sino sobre la negación de los errores propios.

Aquí quiebran cajas, sobran aeropuertos y AVE y nos ahogamos en paro, pero nadie ha admitido un error de gestión.
Porque no está en su cultura política admitir errores: quizá se crea con demasiado apasionamiento y emoción en la parte de razón que uno tiene sin admitir con más frialdad la que también tienen los otros.

Pero falla el sistema financiero, económico, institucional y territorial, y se cuestiona su legitimidad y representatividad.
Para empezar, admita que las instituciones existentes tienen una ventaja sobre las supuestamente mejores que surgirían de una reforma: son sometidas cada día a la prueba empírica de la realidad, mientras que las que las sustituirían sólo son un proyecto.

Un sólido argumento popperiano.
Y después reconozcamos también que el sistema que nació con su Constitución ha alcanzado grandes logros estos años. Tuve la oportunidad de asesorar –recuerdo que con Maurice Duverger– a sus redactores.

Pero ¿qué ha fallado?
El Senado es un desastre. Y la estructura territorial está claro que no ha funcionado.

¡Qué nos va a contar!
¡Porque se optó por la componenda y no por el realismo! La cuestión territorial tenía arreglo entonces, pero hoy, ya con un cúmulo de intereses creados, va a ser muy difícil.

Se buscaba estabilidad ante todo.
La derecha –Fraga en especial– quería un sistema mayoritario a la inglesa y la izquierda lo quería proporcional. El hecho de que un diputado responda ante su circunscripción no era una reivindicación izquierdista.

Han pasado muchos años.
Y recuerde la tradición caciquil. Descentralizar y territorializar el poder también puede llevar a dejarlo en manos de los ricos de cada pueblo y potenciar su clientelismo y capacidad de comprar e influir en el voto.

Habrá sistemas menos malos.
Todos tienen ventajas e inconvenientes. Depende de cada cultura y cada mentalidad. Las listas abiertas, por ejemplo, dejan sin poder a las cúpulas de los partidos, pero tanto, que el Parlamento y luego el país se vuelven ingobernables. El riesgo es que cada diputado crea que él es el único que consigue los votos y que ignore a su partido, cuando el parlamentarismo es ante todo obediencia.

Aquí se elogia el “sistema alemán”, e incluso el PSC lo propone en su programa.
Bueno, yo diría que no funciona mal en Alemania. Pero ¡no diga que es mixto! ¡El sistema electoral alemán es sólo proporcional!

Le doy mi palabra: ¡no es mixto!
El alemán tiene dos votos: uno elige un diputado en cada uno de los 299 –la mitad del Bundestag– distritos entre candidatos locales de cada partido, y otro, la otra mitad, entre listas cerradas de los partidos. ¡Pero la proporcionalidad se mantiene!

16-XI-12, Lluís Amiguet, lacontra/lavanguardia