"Ahora, la crisis de la democracia", Fernando Ónega

Inmersión lingüística al margen, me quedo con un dato de esta semana: el 67% de los ciudadanos está insatisfecho con el funcionamiento de la democracia. Eso dice el último barómetro del oficial Centro de Investigaciones Sociológicas. ¿Saben lo que significa? Que hay más personas descontentas con el sistema que dispuestas a votar a los dos principales partidos estatales. Y no están insatisfechas con un gobierno, ni con un partido; lo están con la democracia misma. Posiblemente le echan la culpa de los sufrimientos que les ha provocado la crisis económica y de los sinsabores de la crisis institucional.

SERGIO BARRENECHEA / EFE El izado de la bandera Española en Madrid

Este es el fruto de todo lo que ha visto la gente en los últimos tiempos. Vinieron las dificultades económicas, y la sensación popular es que la pagan los mismos de siempre, mientras sus causantes son indemnizados. Llegó la aportación de soluciones, y el ciudadano percibe medidas tecnocráticas, carentes de sensibilidad social. Hablan los gobernantes, y se expresan como contables de una empresa, sin la grandeza de los hombres de estado. Las familias sufren la angustia de salvar su nivel de vida y su bienestar, y la presión fiscal no hace más que ahogarlas. Y quedarse en paro ya no es una situación provisional desgraciada, sino miedo a cerrar para siempre las puertas del mercado laboral.

Eso, en el ámbito económico. En el puramente político, no hay institución que no haya sido erosionada o sufrido ataques sin precedentes: la justicia y el Consejo General del Poder Judicial; el Tribunal Constitucional y sus insufribles retrasos; el Congreso y el Senado, por la feroz campaña en las redes sociales contra sus gastos, su trabajo y su eficacia; los partidos políticos, dominados por sus élites, impermeables a las demandas sociales e incapaces de asumir y canalizar el descontento; los sindicatos, vapuleados por una parte de la opinión como si fueran delincuentes; las autonomías, presentadas por esa misma opinión como sinónimos de dispendio…

Súmenle los episodios de corrupción, empezando por el lío en que Urdangarin ha metido a la Corona; la aparición de personajes cuya codicia aumentó la crisis financiera, provocó muertes presuntamente o dejó a cientos de acreedores en la miseria, y se llega a la conclusión de que en este país todo se aproxima al estado de derribo. La ciudadanía, que desayuna con esas noticias, ¿cómo quieren que reaccione? Pensando que nada funciona o todo está medio podrido. Culpando al sistema mismo, incapaz de depurarse. Diciendo que el problema español está en su clase política. O quejándose del funcionamiento de la democracia.

Pues eso es lo dramático del momento. Así están creciendo los partidos minoritarios, pero intransigentes, mientras se estancan o bajan los partidos tradicionales de gobierno. El ciudadano empieza a querer otros gestores. Y menos mal si se queda ahí, porque es una decisión soberana del pueblo. Lo peligroso es que la insatisfacción con la democracia sea aprovechada por algunos para presentarse como salvadores e imponer otra solución.

8-XII-12, Fernando Ónega, lavanguardia