"Un año, una eternidad", Enric Juliana

Casi a la misma hora que Artur Mas subía a la tribuna del Parlament de Catalunya para dar a conocer su programa de gobierno –la segunda sesión de investidura en dos años–, Rodrigo Rato, principal artífice de la turboeconomía española de principios de siglo y ex director general del Fondo Monetario Internacional, comparecía ante el juzgado central de instrucción número cuatro de la Audiencia Nacional para dar cuenta de su gestión al frente de Bankia. Ambos acontecimientos nada tienen que ver, pero el azar, siempre caprichoso, los conectó sutilmente ayer, día 20 de diciembre. Un día señalado para Mas, para Rato y también para Mariano Rajoy, puesto que ayer se cumplía un año de su investidura como presidente del Gobierno. Un año, ¡una eternidad!

Rajoy llegó al Gobierno con la creencia de que la victoria del Partido Popular por mayoría absoluta era, en sí misma, un factor resolutivo de la crisis económica en España. Un gobierno con amplía mayoría y de la misma familia política que la Cancillería de Berlín podía amansar los mercados financieros con la sola noticia de su advenimiento. Esa era la creencia y a partir de ella, Rajoy regaló tres meses de tiempo político a Javier Arenas para que consumase la conquista de Andalucía. Con un pleno dominio del Sur, el Partido Alfa de las clases medias españolas podía enviar una fortísima señal de solidez al exterior y fijar cómodamente las nuevas condiciones de la política interior: el Partido Socialista Obrero Español, totalmente noqueado, y las nacionalidades vasca y catalana, debidamente contenidas. El triángulo Madrid-Barcelona-Bilbao podía ser pactado, ajustado y equilibrado.

A los vascos, el PP podía ofertarles una eficaz defensa del concierto económico en tiempos de homogeneización fiscal en la Unión Europea. El PP, garante de la excepción fiscal vasco-navarra en Bruselas y en Berlín. La oferta sigue en pie. En lo que respecta a Catalunya, el nuevo presidente tenía una idea interesante en la cabeza. Una idea que podía ayudar a resolver dos problemas de una tajada: atenuar la crisis bancaria española y fortalecer los intereses comunes de Madrid y Barcelona con la fusión de las dos principales entidades financieras de ambas ciudades. Era un proyecto muy delicado, dado el tamaño de ambas entidades, la situación crítica de una de ellas y el innegable significado de la operación. Entre enero y febrero de este año 2012, Rajoy y Mas estaban casi de acuerdo. Barcelona podía convertirse en la sede de un banco de gran dimensión europea (la corporación industrial estaría en Madrid). Había alguna reticencia en Barcelona, pero la negativa fuerte vino de Madrid, del entorno de Rato, como explica el periodista Mariano Guindal en la segunda edición de su excelente libro Los días que vivimos peligrosamente. Reticencias políticas –“no entreguemos tanto poder financiero a los catalanes”– y reticencias corporativas. No hubo acuerdo y al cabo de unos meses Bankia entraba en barrena. A pelota pasada, altos responsables de la política económica española sostienen que aquella operación (absorción, más que fusión) podía haber tenido consecuencias “explosivas” para las finanzas catalanas. Y es posible que algunas personas de Barcelona estén realizando ofrendas votivas a la Virgen de Montserrat en acción de gracias.

Un año después, Mas pide la investidura con un programa soberanista, doce diputados menos y un pacto incierto con ERC; Rato declara ante la Audiencia Nacional, y Rajoy, sin Andalucía, constata que el problema de España es mucho más grave de lo que presumía el Partido Alfa. Un año, una eternidad.

21-XII-12, Enric Juliana, lavanguardia