Rita Levi-Montalicini, Nobel de Medicina, senadora vitalicia... y ejemplo civil

Italia perdió el domingo a uno de sus cerebros más preclaros y audaces, el de una dama con porte de otros tiempos, una investigadora eminente y longeva que nunca se arredró ante los avatares que la historia interponía entre ella y su amor a la ciencia. La neurobióloga Rita Levi-Montalcini, premio Nobel de Medicina en 1986 y senadora vitalicia desde el 2001, falleció en su casa de Roma el domingo por la tarde. Tenía 103 años. A las pocas horas del fallecimiento, el primer ministro italiano, Mario Monti, alabó “el ejemplo de una mujer carismática y tenaz, que batalló toda la vida por defender los valores en los que creía”.

La señora Rita Levi-Montalcini tuvo en verdad una vida excepcional. Nacida en Turín el 22 de abril de 1909 en el seno de una familia judía de origen sefardí, tropezó con la mentalidad anticuada de su padre, un ingeniero que no quería que sus tres hijas estudiaran. Pero Rita perseveró y se matriculó en la facultad de Medicina turinesa, donde concluyó sus estudios en 1936, y allí mismo empezó a trabajar como asistente universitaria.

Sin embargo, el fascismo se cruzó en su prometedora carrera académica. En 1938, Benito Mussolini promulgó las leyes raciales, que prohibían a los judíos ejercer en las universidades italianas. La joven Rita montó entonces en su dormitorio un laboratorio casero para investigar el sistema nervioso de los embriones de pollo, junto a su maestro Giuseppe Levi (también judío; no les unía parentesco).

Pasó entonces un tiempo en Bélgica, y durante la Segunda Guerra Mundial su familia se refugió en Florencia, donde Rita ejerció también de médico de soldados y refugiados. Por los resultados obtenidos en la investigación sobre los embriones de pollo llevada a cabo con tanta precariedad en su propia casa, la Universidad de Washington en Saint Louis (Misuri, Estados Unidos) le ofreció en 1947 un puesto de investigadora y docente. Allí se quedó treinta años, aunque también realizó experimentos en la Universidad de Río de Janeiro (Brasil). En esa época descubrió el llamado NGF (nerve growth factor, factor de crecimiento nervioso), la molécula proteica que permite el crecimiento y la renovación de las células del sistema nervioso. Por el hallazgo recibió años después el Nobel de Medicina junto al bioquímico estadounidense Stanley Cohen. Ese descubrimiento ha permitido progresar en el estudio de dolencias como el alzheimer y la demencia senil, de complicaciones neurológicas vinculadas a la diabetes y de ciertos procesos
cancerosos.

En 1969 regresó a Italia, donde se instaló definitivamente, y dirigió durante veinte años el Instituto de Biología Celular del Consejo Nacional de Investigación (CNR) italiano. En el 2001 el entonces presidente de la República, Carlo Azeglio Ciampi, la nombró senadora vitalicia –un gran honor en su país– por “sus grandes méritos en el campo científico y social”.

De hecho, mantuvo siempre ese doble compromiso. Era miembro de diversas academias científicas internacionales, y en Roma fundó el Instituto Europeo de Investigación Cerebral, en el que daba cobijo a jóvenes investigadores. También creó la oenegé Fundación Rita Levi-Montalcini para apoyar la educación de jóvenes mujeres africanas, sobre todo de Etiopía, Congo y Somalia.

Mujer menuda, siempre elegante y bien peinada, simpatizaba con el centroizquierda (usó su voto como senadora vitalicia para echar más de un cable al ejecutivo de Romano Prodi) y se proclamaba laica. Llevaba una vida metódica que parecía ser el secreto de su longevidad, además del ejercicio cotidiano de su cerebro privilegiado. Confesó también que le ayudaba en eso “comer como un pajarito”.

Armada con su audífono y usando lupa para leer, Rita Levi-Montalcini se dedicó a estudiar e investigar hasta sus últimos días, como precisó el domingo su sobrina, Piera. “Se apagó como se puede apagar una larga y trabajosa existencia que fue feliz, sobre todo en los momentos de trabajo”, declaró su sobrina al diario La Stampa.

Rita Levi-Montalcini nunca se casó ni tuvo hijos, una decisión meditada para poder dedicarse en cuerpo y alma al conocimiento y que nunca lamentó, como afirmó públicamente varias veces. “El cuerpo puede morir, pero permanecen los mensajes generados durante nuestra vida; por eso mi mensaje es este: creed en los valores”, había dicho la científica, muy conmovida, en el 2009 durante el homenaje que se le tributó en el Quirinal, sede de la presidencia de la República. Acababa de cumplir cien años.

31-XII-12, M-P. López, lavanguardia