"Dieta trampa", Pilar Rahola

Otra de las promesas de Rajoy que cayeron en saco roto fue la de racionalizar la Administración pública. De la misma alegre manera en que decía que no subiría impuestos, ayudaría a reactivar la economía, fortalecería a la clase media, no tocaría pensiones y, en definitiva, que su gobierno sería la panacea, también hubo un tiempo en que soñaba con una Administración pública más ligera y más eficaz. Al fin y al cabo, en el país de Larra algún día tenía que llegar un gestor serio.

Pero pronto supimos que los sueños de las campañas engendran más mentiras que razones, y así fue cayendo todo de la agenda, subieron los impuestos, se pisaron las líneas rojas de las pensiones, la sanidad, la educación, se continuó permitiendo el gran fraude fiscal, se amnistió a los defraudadores, no se reactivó la economía y todas las decisiones tributarias recayeron en la sufrida, castigada, estresada, ahogada clase media, el preciado botín de todos los piratas. Y todo aliñado con las Bankias de los mil amores. En este proceso de caída libre de la economía, se fue arrastrando hacia el agujero a miles de persones, cuyas vidas, ilusiones, esperanzas han quedado colgadas de un siniestro azar. De ahí que la palabra de Rajoy, que parecía tener su valor como candidato, vale muy poco como presidente.

Sin embargo, paciencia, dicen algunos, que es gallego y se toma su tiempo. Y avalan que, por ejemplo, ha empezado a gestionar la famosa racionalización de la Administración pública, cuyo proyecto está consensuando con el PSOE. Pero también aquí se ve el cartón piedra que hay detrás del escenario, porque lo que está planteando no es una revisión a fondo de los muchos estamentos cruzados e inútiles que se sobreponen al ciudadano, sino que ha dirigido todos sus dardos sobre la administración local. Es fantástico. O sea que un Estado que tiene duplicados prácticamente todos los servicios considera que el gran problema son los ayuntamientos. ¿Por qué no empieza por suprimir ministerios que no tienen ningún sentido? Por ejemplo, el de Cultura, que podría ser una simple secretaría de Estado, dado que están cedidas sus competencias. O aligerar algunos otros ministerios. O suprimir los virreinatos en forma de delegaciones de Gobierno, como ese tan bonito de Catalunya que acaba de gastarse 887.014,58 € en hacer limpieza, por cierto adjudicando el servicio a una empresa de don Florentino. ¿Para qué sirven, más allá de fiscalizar a las colonias díscolas? Y puestos, por qué no replanteamos las diputaciones, allí donde existen otras estructuras territoriales? Lejos de ello, no se adelgaza el Estado, sino los entes locales, los más cercanos al ciudadano, en una operación que parece más recentralizadora que modernizadora. Es una dieta trampa que quita el pan a unos para engordar a los otros. Lo cual no dice nada de sus promesas pero dice mucho de sus intenciones.

6-I-13, Pilar Rahola, lavanguardia