"Los diputados rebeldes", Lluís Foix

Hay pocos diputados rebeldes en el panorama político español. Ni en el ámbito del Congreso de los Diputados ni tampoco en los parlamentos autonómicos. No hay diputados rebeldes porque o dimiten o no forman parte de la siguiente lista del partido, cerrada a cal y canto por las ejecutivas y núcleos duros partidarios.

Las listas abiertas son muy útiles para que los electores no voten en bloque a una candidatura prefabricada y puedan escoger a quienes consideren mejor preparados para representar sus ideas e intereses al margen del partido que representen. Pero las listas abiertas son más interesantes todavía porque se sabe quién es el candidato que me representa en mi distrito. Ahora mismo, no sabría a quién dirigirme para expresar una preocupación para que fuera trasladada al Congreso de los Diputados. Me interesa lo que dice el president Montilla o el conseller Castells cuando insinúan que los socialistas quieren tener voz propia en el Congreso de los Diputados, un eufemismo para ganar una cierta autonomía que, en todo caso, también sería colectiva.

Puede existir un grupo rebelde pero no uno o varios diputados rebeldes. A Margaret Thatcher la apearon del gobierno los diputados rebeldes conservadores. Al declararse la guerra de Iraq, varias decenas de diputados laboristas votaron en contra del gobierno de Tony Blair. El líder de la Cámara y ex ministro de Exteriores, Robin Cook, abandonó el gobierno porque la guerra no respondía a los requisitos del derecho internacional. Ejerció su libertad en el seno del partido y dio cuentas a sus electores. Se fue por convicción.

Ahora son unos treinta diputados laboristas los que están preparando un escrito pidiendo al primer ministro Gordon Brown que dimita y dé paso a otro laborista que pueda llegar a las elecciones del 2010, que va a ganar el conservador David Cameron, según todas las encuestas. La última derrota en una elección parcial de Glasgow ha convertido al primer ministro en caballo perdedor. Y lo pueden echar los suyos con una simple votación.

La diferencia de fondo entre el sistema de representación directa británico y el español es que el escaño es instrumental, tanto para defender a los electores como para ejercer su responsabilidad en el Parlamento, a favor o en contra del gobierno. Nuestro sistema está encorsetado. El británico es más fluido y más democrático.

29-VII-08, Lluís Foix, lavanguardia