"Crisis de los derechos", Fernando Ónega

Cuando oigo a la gente invocar sus derechos, empiezo a tener la horrorosa sensación de que hablan de algo muy antiguo. Por ejemplo, el derecho constitucional a una vivienda digna sólo existe a efectos románticos, exclusivamente teóricos, y no pasaría nada si se borrase de la Constitución.

El derecho básico al trabajo queda desautorizado todos los días por la fuerza de la economía y la evidencia estadística. ¿A qué tribunal se reclama cuando se le niega a un ciudadano? El derecho a que no te expulsen de tu casa por una dificultad no depende de ninguna ley, sino de que un banco sea piadoso o un juez decida, como están haciendo algunos, paralizar todos los desahucios. El derecho a la justicia gratuita naufragará el día que venga otro apretón de las tasas. Los derechos a la educación y a la salud se mantienen, a pesar de los ajustes, pero todo el mundo tiene miedo a que sean temporales, según como vengan las necesidades de ahorro público, y bastantes ciudadanos tienen la amarga sensación de que les están siendo recortados. Lo que ocurre en algunos hospitales es una muestra elocuente y dolorosa de que tienen razón. Y aquel viejo derecho a la propiedad del dinero acaba de sufrir un serio varapalo con todo lo ocurrido en Chipre. Tus ahorros son tus ahorros mientras algún poderoso no decida lo contrario.

Se está produciendo así un retroceso de conquistas sociales como no recordamos ni los mayores de la crónica. El concepto mismo de derecho social, consolidado a lo largo de siglos, está sufriendo en esta crisis una merma histórica. Y lo peor: se sufre en medio de la pasividad general, casi sin voces que se alcen para denunciarlo. Sólo algunos movimientos sociales hacen su aparición crítica y reivindicativa, pero rápidamente asoma alguien con más poder para descalificarlos por su radicalismo o porque ponen en peligro alguna parte del sistema.

Aceptamos de forma resignada que la crisis económica impone sacrificarlo todo, desde porciones de bienestar hasta servicios públicos que considerábamos hasta hace poco intocables. Es la crisis de los derechos. Lenta, pero cruelmente, está destruyendo algunos de los cimientos que definieron el progreso de la humanidad.

2-IV-13, Fernando Ónega, lavanguardia