"50 sombras del feminismo", Joana Bonet

Así se titula un libro, hábilmente presentado como respuesta al éxito de la célebre trilogía de E. L. James – 50 sombras…–, que sigue traduciéndose con vigor y alimentando en todo el mundo fantasías románticas de sumisión, caviar y bondage. Un grupo de autoras toman como punto de partida La mística del feminismo de Friedman y se dedican a analizar el denostado “ismo”, que a menudo se ha identificado con la fobia, o lo que es peor, con la guerra contra los hombres, en lugar de blindarse gracias a la única noción radical de este: las mujeres son personas. Desde la sexualización de las niñas hasta la desigualdad de sueldos, los males de la pornografía o las esposas objeto de los futbolistas, las sombras que acechan al feminismo parecen aún opacas e inamovibles. Pero también hay miradas triunfalistas, no exentas de sarcasmo, como la de Sandi Toksvig cuando relata cómo, en una ceremonia de graduación, las chicas iban vestidas como prostitutas, hasta el extremo de que no podían sostenerse sobre sus altísimos tacones y tenían que apoyarse en sus padres: “En mi tiempo podías ser literata o prostituta, pero no ambas cosas”.

A menudo se señala al sistema para identificar la bestia negra que retrasa el derrumbe de los techos de cristal. Pero ¿qué hay de nosotras y nuestra herencia? “¿Por qué cuando un hombre me mira a los ojos, sigo bajando la cabeza?”, se pregunta mi amiga Esther, quien asegura que se enfada consigo misma por no poder dominar ese gesto de inhibición acaso registrado en sus pliegues culturales y biológicos que obliga a claudicar incluso a las más liberadas. Como si, aherrojadas por el veneno de siglos, se sintieran desnudas al mantener la mirada y un instinto paralizador les ordenara mostrase cabizbajas. Pienso en todas esas miradas cruzadas. Hombres y mujeres que por un instante logran que algo suyo nos atrape. El juego del azar nos sigue enamorando hasta el extremo de que se convierte en el primer asunto que una pareja comparte y va agrandando a lo largo de los años. Y son bien pocas aquellas que reconocen que él, un día, la miró por primera vez a los ojos y ella rehusó su mirada.

Pienso en aquellos que dicen: “Ahora mandáis vosotras. Sois las que decidís cuándo queréis sexo y cuándo no”; atrevidas, competitivas, sagaces, depredadoras... describen a una nueva raza de mujeres liberadísimas y sin miramientos. Por otro lado, escucho el tan manido “ya no hay hombres que valgan la pena” por parte de quienes defienden las virtudes de la soledad, aunque anhelen todo lo contrario. Eso sí, cuando un hombre las mira a los ojos, inexplicable pero no deliberadamente, continúan bajando la mirada.

24-IV-13, Joana Bonet, lavanguardia