Pakistán, el huevo -nuclear- de la serpiente terrorista
Dos motoristas acribillaron ayer en Islamabad al superfiscal Chaudhry Zulfikar Ali y, con él, la instrucción de dos de los casos potencialmente más radiactivos para el ejército de Pakistán. Zulfikar tenía en su poder los informes del asesinato de Benazir Bhutto –en el que imputó al exgeneral Musharraf– y del asalto terrorista a Bombay del 2008, en el que se investiga a siete militantes de la organización Lashkar-e-Taiba, apadrinada en su día por los uniformados en su guerra asimétrica con India.
Zulfikar Ali fue asesinado a la salida de su casa, cuando se dirigía en coche al juzgado donde iba a dilucidarse la petición de fianza de Musharraf. Las amenazas de muerte se habían disparado desde el inicio del proceso. Una viandante fue alcanzada mortalmente por las balas, mientras que uno de los guardaespaldas, que respondió al fuego de los pistoleros, fue herido. Las doce balas incrustadas en el cuerpo del fiscal especial marcan una línea roja y envían un recado para el próximo gobierno. El actual jefe del ejército, Parvez Kayani, advirtió hace pocos días que “la revancha no es el camino”. Su antecesor –y el hombre que le nombró–, Pervez Musharraf, se encuentra bajo arresto domiciliario en su mansión de Islamabad.
El exgeneral golpista vio hace pocos días cómo el Tribunal Superior de Peshawar le inhabilitaba para la política de por vida, por haber suspendido la Constitución en dos ocasiones. Ayer mismo, el partido creado alrededor de Musharraf, privado de su cabeza de lista, anunció su boicot a las elecciones, algo que le evitará mayores bochornos, a la vista de la indiferencia que ha suscitado su retorno al país tras cuatro años.
Aunque el general Kayani ha cumplido su palabra de dejar la palestra política a los partidos, y por primera vez en la historia de Pakistán, un partido elegido democráticamente pasará el testigo a otro igualmente salido de las urnas, la campaña dista mucho de ser pacífica. Alrededor de ochenta personas han sido asesinadas desde su inicio. Un candidato del partido de los inmigrantes indios, MQM, en Karachi, fue asesinado ayer junto a su hijo de seis años, con pocas horas de diferencia respecto al asesinato de un líder pastún de la ciudad.
Pastunes y mohayires se disputan el poder en la mayor ciudad pakistaní. El hombre con más posibilidades de presidir el gobierno, Nawaz Sharif, no se ha atrevido a hacer ningún mitin en Karachi, por temor a atentados suicidas. Por su parte, el presidente teórico del Partido Popular de Pakistán, el joven Bilawal Bhutto Zardari, está fuera del país y no volverá hasta después de las elecciones. Y hasta el popular Imran Khan, antigua estrella del cricket, se ha puesto el chaleco antibalas, pese a que los talibanes –con los que siempre se ha mostrado conciliador– habrían prometido respetar sus mítines, los únicos multitudinarios.
A finales del 2007, Benazir Bhutto fue asesinada al final de un mitin en Rawalpindi, a los pocos meses de su regreso del exilio. El crimen aupó a su Partido Popular de Pakistán y, de rebote, colocó a su viudo, Asif Ali Zardari, como presidente. Para honrar a su esposa, el gobierno de Pakistán impulsó una investigación de la ONU, que señaló al general Musharraf como responsable indirecto de su muerte por no haberle proporcionado la seguridad con la que sí contaban otros exprimeros ministros que ni siquiera estaban amenazados.
4-V-13, J.J. Baños, lavanguardia