Edward Snowden, o de cómo la libertad necesita de whistleblowers

“Admiro lo que ha hecho y respeto su buen criterio”, dijo, en una entrevista telefónica, Daniel Ellsberg. Ellsberg, filtrador a principios de los años setenta de los papeles del Pentágono –la historia secreta de la guerra de Vietnam–, es el patriarca de los whistle-blowers. Literalmente, los que tocan el silbato, los informantes que, como ha hecho Snowden, arriesgan su libertad para denunciar lo que consideran un ilegalidad o una injusticia.

Tras pasar tres semanas refugiado en Hong Kong (China), Snowden, que trabajaba como contratado externo en la NSA, la agencia de espionaje electrónico, se encontraba anoche en paradero desconocido.

La Administración Obama, desconcertada por la filtración de documentos top secret sobre varios programas de vigilancia por internet y teléfono y por la identificación del informante, busca una respuesta. Varios legisladores instaron al Departamento de Justicia a pedir la extradición para juzgarlo en Estados Unidos.

“Cualquier persona que tiene una autorización de seguridad (necesaria para manejar los documentos más delicados del gobierno) sabe que está obligada a proteger la información clasificada y cumplir la ley”, dijo Shawn Turner, portavoz del director nacional de inteligencia, James Clapper, que coordina las agencias de espionaje estadounidenses.

Snowden, de 29 años, admitió el domingo por la noche ser el responsable de la filtración a The Guardian y The Washington Post de la información sobre los programas de la NSA para vigilar internet y las llamadas telefónicas.

Las revelaciones alimentan en EE.UU. el debate sobre el equilibrio entre la seguridad y la libertad, el secretismo y la transparencia. Recuerdan a sus ciudadanos –a los ciudadanos del mundo– que, en la era de internet, la privacidad completa es una utopía. Y evidencian que, en algunos aspectos de la política antiterrorista, el presidente demócrata Barack Obama no sólo ha prolongado las políticas de su antecesor, el republicano George W. Bush, sino que las ha intensificado.

“No ha habido revelación más significativa y relevante... diría que jamás”, dijo Ellsberg desde Los Ángeles. “Incluidos los papeles del Pentágono”.

En realidad las revelaciones de los últimos días confirman la pervivencia de programas iniciados con la Administración Bush. El Congreso ha renovado las leyes que los autorizan. Libros como The secret sentry (El centinela secreto), una detallada historia de la NSA publicada en el 2009, ya anticipan los detalles de estos programas, aunque sin el respaldo documental aportado por Snowden.

Ellsberg sostiene que las revelaciones prueban que existe “toda la infraestructura legislativa, administrativa y sobre todo electrónica de un estado policial”. EE. UU. no es un estado policial, dice, pero tras otro 11-S –o si tomase el poder un dictador– “podría activarse de la noche a la mañana”. “La Stasi –añadió en alusión a la policía secreta de la Alemania Oriental– simplemente no tenía la imaginación para pensar en un futuro con las actuales capacidades de vigilancia”.

Se ha comparado a Snowden con Ellsberg. También con el soldado Bradley Manning, que desde hace una semana es juzgado en una base militar en Maryland por filtrar más de 700.000 documentos del Pentágono y el Departamento de Estado. Snowden ha sido más selectivo en su filtración. Su salida del anonimato le emparenta con Ellsberg, que en junio de 1971 se entregó y salió en libertad bajo fianza...

“No sé qué pensar de la salida del armario de Edward Snowden como fuente de las filtraciones de la NSA. No encaja en el perfil del típico filtrador, por lo menos basado en mi experiencia con otros casos de seguridad nacional”, explica, en un correo electrónico, Matthew Aid, autor de

The secret sentry. A Aid le llaman la atención detalles de la biografía de Snowden, como que carece de estudios universitarios y gana 200.000 dólares anuales.

El lunes Snowden salió de su hotel de Hong Kong, su base de operaciones en las últimas semanas, y no dio más señales.

11-VI-13, M. Bassets, lavanguardia

La primera noticia sobre el control de llamadas telefónicas en Estados Unidos, que curiosamente llegó a larga distancia, desde Londres, hacía referencia sólo a la empresa Verizon, la segunda compañía por volumen de clientes en el país. Ahora ya se apunta que tanto AT&T, la más importante, y Sprint, la tercera, también ha tenido que entregar toda la información durante un periodo determinado de tiempo.

SAUL LOEB / AFP Vista aérea de la sede de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) en Fort Meade (Maryland)

Al día siguiente hubo otra filtración. En la prensa surgió el término Prism, que es como en la NSA –la agencia de espionaje electrónico, conocida bajo el sobrenombre de “la agencia que no existe”– se bautizó el programa que ha puesto bajo control los e-mails y el tráfico en internet de las nueve principales empresas estadounidenses recogidos directamente de sus servidores centrales. En un movimiento poco frecuente, James Clapper, director de la inteligencia nacional, emitió un comunicado para confirmar esas informaciones. Clapper ya dejó claro que este asunto on line sólo afectaba al extranjero. También aprovechó para arremeter contra las filtraciones, una de las grandes preocupaciones de los mandatarios de la Casa Blanca.

“El dique se ha roto, dejemos que el agua y la luz fluyan”, replicó ayer en su Twitter Glenn Greenwald, el informador estadounidense que desde el británico The Guardian ha provocado la fractura de la presa.

Estas fugas de información han provocado que Google, Microsoft o Apple hayan desmentido que ellos han colaborado con el Gobierno. Todos ellos han insistido en que se han limitado a cumplir con las órdenes judiciales. Si ellos se han puesto a la defensiva, también lo ha hecho el presidente Barack Obama.

En su comparecencia, Obama afirmó que los funcionarios de inteligencia “no son los chicos malos”, ni nadie se dedica a escuchar lo que dicen o escriben los ciudadanos. Esto no son pinchazos telefónicos ni escuchas, sugirió el presidente. Esta investigación masiva consiste en lo que se denomina metadata o gran base de información.

No deja de ser una cuestión lógica. Este programa de vigilancia afecta a tantas personas que sería inabarcable para cualquier gobierno. Sin embargo, en la presentación interna que se hizo del Prism se indica que es “el más prolífico contribuyente al informe diario que recibe el presidente”. Para su funcionamiento, cuya base se ubica en Fort Meade, curiosamente el mismo lugar donde se juzga al soldado Manning por “filtrar secretos al enemigo”, los analistas utilizan un sistema en el que introducen selectores o claves de búsqueda diseñados de modo que “ofrecen el 51% de efectividad en un objetivo en el extranjero”, según The Washington Post. Pero estos datos, que corroboran el tráfico más frecuente, permiten abrir vías en la investigación.

A pesar de que Obama niegue la intromisión en conversaciones privadas, el Post explica que la fuente anónima que les ha pasado la documentación lo ha hecho bajo la sensación de horror, por lo que considera una enorme intrusión en la privacidad de los ciudadanos. “Ellos pueden literalmente ver tus ideas cuando escribes”, les confesó.

Otros analistas matizan que, si bien las escuchas requieren el trabajo de expertos, en este tipo de casos no precisa más que un programa informático. Y la metadata contiene mucha información personal. “La administración olvida –escribe Amy Davidson en The New Yorker– que los ciudadanos tienen derecho a tener secretos”.

8-VI-13, F. Peirón, lavanguardia