el francés, lengua minoritaria en Canadá, es oficial en todo el país, como el inglés

  

 

El francés, lengua minoritaria en Canadá, es oficial en todo el país, como el inglés. Casi la mitad de los funcionarios de la Administración federal debe conocer ambas lenguas. Los ciudadanos tienen derecho a que se les atienda en su lengua. Graham Fraser, comisario para las lenguas oficiales en Canadá, es el encargado de velar por los derechos lingüísticos de los canadienses.

¿Puede en Canadá un político llegar a lo más alto sin hablar francés?

Canada, eh?Es posible ser ministro, pero en los últimos treinta años ha quedado claro que es virtualmente imposible convertirse en líder de un partido sin hablar francés. Hubo un momento dramático en la campaña para el liderazgo hace treinta años. Un político muy popular, John Crosbie, que había sido ministro de Finanzas, hacía campaña para ser líder del Partido Progresista-Conservador. No hablaba francés. En Quebec, los periodistas le preguntaron cómo podía aspirar a liderar el partido sin hablar francés. Perdió los estribos y respondió que no hablaba alemán y había podido tratar con Alemania, ni hablaba chino y había podido tratar con China. Fue fatal para su campaña, uno de aquellos momentos de cambio de marea, en el que todo el mundo se dio cuenta de que para ser líder político era necesario comunicarse en inglés o francés. Uno de los momentos culminantes de una campaña federal en Canadá es un debate de dos horas televisado en inglés y la noche siguiente en francés. A veces el orden es distinto. Pero uno debe tener un dominio significativo del lenguaje para mantener un debate de dos horas en esta lengua. Durante la selección de los líderes de los partidos, los militantes lo tienen en mente.

Incluso fuera de la provincia francófona de Quebec, los candidatos hablan francés. Y el primer ministro Stephen Harper empieza sus discursos en francés sin ser su lengua materna. ¿Por qué?

Respecto al primer ministro, es un hábito que adoptó cuando llegó al cargo. Se dio cuenta de que decir su mensaje primero en francés era una manera de centrar la mente y de dejar claro que posee esta capacidad, que eso forma parte de la identidad del país, que el hecho de que el país sea bilingüe es un valor que él comparte. También está pensado para la televisión: cuando el político hace campaña, esté donde esté, le cubren televisiones francófonas. Los párrafos del discurso en francés son los que verán las audiencias francófonas.

Estas prácticas ¿son resultado de las leyes para la cooficialidad? ¿O los políticos han entendido la identidad de Canadá?

La práctica se asumió en paralelo con el proceso político que llevó a consagrar los derechos lingüísticos. Lester Pearson, que fue primer ministro entre 1963 y 1968, dijo que esperaba ser el último primer ministro monolingüe. A veces, un poco en broma, digo que en ese momento la mayoría anglófona dijo: “Haremos que los funcionarios aprendan francés, enviaremos a nuestros hijos más brillantes a aprender francés en escuelas de inmersión, y hasta que ellos crezcan y puedan dirigir el país permitiremos que lo dirijan los abogados de Montreal” (la mayor ciudad de Quebec). A Pearson, que se retiró en 1968, le sucedió Pierre Trudeau, a quien, con un breve interludio, le sucedió Brian Mulroney, como Trudeau, un abogado de Montreal, y a quien sucedió Jean Chrétien, también abogado de Quebec. Y Stephen Harper pertenece a la generación que creció con la conciencia de que era importante, si tenías ambiciones, aprender francés. Algunos ministros, que compiten para sucederle, pertenecen a la generación que fue a escuelas de inmersión o aprendió francés de joven.

Sin esta política, ¿Canadá estaría unido?

Ha sido fundamental, una condición necesaria, pero no necesariamente suficiente. Habría sido muy difícil que los quebequeses francófonos sintieran que tienen un lugar en Canadá. El referéndum de 1995 en Quebec tuvo un resultado muy ajustado. Si los canadienses francófonos no hubieran podido obtener servicios del Gobierno federal en francés, es difícil imaginar el mismo resultado.

Estas políticas –la cooficialidad del francés en Canadá y la oficialidad del francés en Quebec– ¿eliminan el argumento secesionista de la lengua?

La política lingüística en Quebec ha sido bastante efectiva a la hora de garantizar el crecimiento, la prosperidad y la estabilidad de la sociedad francófona en Canadá. Y ha eliminado el argumento de que la independencia es fundamental para la supervivencia de la sociedad francófona en Norteamérica.

2-X-13, M. Bassets, lavanguardia

Abril 2011. Toronto. Mitin de campaña del Partido Liberal. Hablan el ex primer ministro Jean Chrétien, francófono de Quebec, y el aspirante a primer ministro Michael Ignatieff, anglófono de Ontario. Ambos en inglés... y francés, aunque Toronto esté en el Canadá de habla inglesa y apenas haya francófonos entre los asistentes.

Chrétien e Ignatieff hablaban francés porque es una lengua oficial de Canadá y hacerlo era una señal de respeto a la identidad bilingüe y bicultural del país. Y lo hablaban para que las televisiones de Quebec emitieran los discursos para los francófonos de esta provincia. En España sería difícil encontrar un político ambicioso habituado a hacer anuncios, discursos, entrevistas en otras lenguas que no fueran el castellano. En EE.UU. y en Canadá ha dejado de sorprender.

En Canadá el bilingüismo se inscribe en la identidad del país. Daniel Leblanc, corresponsal parlamentario del diario de Toronto Globe and Mail, recuerda que en el Parlamento de la capital, Ottawa, hay traducción simultánea. Él, que tiene el francés como lengua materna y escribe en inglés, sigue las intervenciones en su lengua original. Sin el francés, explica Leblanc, alcanzar los escalafones más altos de la política canadiense es complicado. “Si el jefe de un partido hiciese un discurso únicamente en una lengua, se vería muy mal”, dice. “Hablar en las dos lenguas forma parte de la tradición política”.

El caso del primer ministro, el conservador Stephen Harper, es significativo. Harper aprendió francés de mayor. Sabía que sin esta lengua su carrera podía frustrarse. Como otros políticos canadienses con ambiciones, Harper, educado en la provincia occidental de Alberta, asistió a cursos de inmersión en Jonquière, una ciudad en el Quebec más francófono (algo parecido a que Mariano Rajoy se apuntase a un cursillo intensivo de catalán en Vic).

En EE.UU., el caso más célebre de un político políglota es el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, que aprendió castellano –la lengua de más de 2,5 millones y medio de neoyorquinos– con una profesora catalana.

EE.UU. es muy distinto de Canadá. Aquí no hay lengua oficial: el inglés es la oficiosa. Pero las administraciones públicas y los cargos electos no tienen reparos para dirigirse a sus administrados en su lengua.

En las últimas elecciones presidenciales, en el 2012, las campañas del presidente Barack Obama y su rival republicano Mitt Romney, hicieron anuncios en español. El electorado de origen latinoamericano –la minoría más pujante– podía decidir el resultado. La Casa Blanca publica comunicados en castellano y en los últimos años el Departamento de Estado han convocado ruedas de prensa en esta lengua.

2-X-13, M. Bassets, lavanguardia