"El malayazo", Pilar Rahola

Después de tanto ruido, finalmente hay sentencia del caso Malaya. Y no sé si la sorpresa ha sido mayúscula, o si se ha cumplido el mantra popular de que a los ladrones de guante blanco no les cae el mismo peso de la ley, que a los robagallinas. El fallo ha reducido a la mitad las penas que pedía la fiscalía, para los casos más flagrantes, léase Roca, el cerebro de la trama, y los dos exalcaldes, Julián Muñoz y Marisol Yagüe. A Roca le pedían 30 y se sale con 11, a Muñoz diez, y le caen dos y a Yagüe seis años, a pesar de que la fiscalía pedía 16. Y, para rematar, un tercio de los acusados, algunos con nombre sonoro, han quedado absueltos. Se cierra, pues, el caso de corrupción más productivo y vergonzoso de los años del dislate urbanístico. La cuestión es si se cierra bien o si, como aseguran los que han seguido las 199 sesiones y los 4.000 folios, el caso no ha disparado hacia arriba y ha dejado fuera de foco la parte de la trama que escapaba de la estricta esfera marbellí.

En cualquier caso, hay sentencia para el caso Malaya. Con él se da carpetazo a una década de corrupción generalizada donde el ladrillo era el patriarca de la ley y pasaba por encima de paisajes, cuestiones medioambientales, intereses públicos y todo aquello que no significaba llenar los bolsillos de los firmantes de los proyectos. Fue una trama chusca, al estilo del Jesús Gil que inspiró el latrocinio, gestado en las esquinas de una ambición económica tan hambrienta, como desmesurada era la desvergüenza.

Fue así como los antiguos camareros se convirtieron en millonarios y enamoraron a divas de la cobla, y los Roca amasaron fortunas tan excesivas, como vistosas eran sus declaraciones de renta. Porque cabe recordar que el hombre que tenía un helipuerto, amasaba cuadros valiosos que colocaba en los lavabos, y hasta se permitía tener su cuadrilla de pura sangres, nunca levantó el interés de la agencia tributaria: renta negativa. Y ahí duele la criatura porque, más allá de los descarados sheriff de este salvaje oeste marbellí, lo que ocurrió durante años en Marbella pasó porque unos aplaudieron, otros consintieron, la mayoría votó y todos callaron. Y porque los controles lógicos de la democracia, fallaron uno tras otro, como si fueran los desdichados naipes de una partida delirante.

¿Dónde estuvo la Junta de Andalucía mientras Roca hacía literalmente lo que le daba la gana? ¿Y los periodistas, jueces, policías y profesionales de todo tipo invitados a las ostentosas fiestas que se daban en sus hoteles? Fue un silencio ruidoso, como ruidosa fue la inapetencia de la Junta en actuar seriamente. Si hubo robo generalizado en Marbella es porque se permitió, y porque los que los votaron masivamente, decidieron mirar a otro lado y gozar de las mieles de la época. Es la crónica del fallo sistémico de toda una sociedad. Cutre, descarado y durante años impune.

6-X-13, Pilar Rahola, lavanguardia