"Seis sigma", José Antonio Marina

Me gusta volar. Amo los aviones. Me gustaría escribir una filosofía de la aviación. Todo en ella me parece maravilloso. Titulé uno de mis libros El vuelo de la inteligencia. La técnica ha hecho posible lo imposible, un sueño humano. Esa es su grandeza. Y lo ha hecho con audacia y prudencia. La conciencia de que volar es una actividad de alto riesgo, antinatural para nosotros, hace que la parte más peligrosa de viajar en avión sea el trayecto al aeropuerto. La aviación es prácticamente la única invención que logra de manera sistemática funcionar al máximo nivel de rendimiento, lo que se define como seis sigma. Así se califican los procesos que producen menos de 3,4 defectos por cada millón de oportunidades de tenerlos. Es fantástico que una actividad tan compleja como volar lo haya conseguido. No ha sido fácil. La formación de los pilotos es durísima y continua; los protocolos de revisión de los aparatos, minuciosos y rigurosamente pautados. Cuando la inteligencia humana se empeña en hacer las cosas bien, las hace. Por ello me escandaliza que en el extremo opuesto se encuentre la política, como paradigma de una actividad que no ha conseguido establecer criterios de calidad, ni formar a sus protagonistas, ni elaborar modos de prever los riesgos. No somos conscientes de la gravedad de este asunto. Un piloto de avión necesita más pruebas de competencia que un presidente de gobierno. Un accidente aéreo en el que mueren cientos de personas supone una conmoción universal, pero las tragedias políticas que afectan a millones de personas no nos impresionan.

La situación es desesperanzadora. Las urnas deberían proporcionar la certificación de calidad política, pero no sucede así. Todo conspira contra una evaluación rigurosa. El acceso al poder siempre ha sido un asunto turbio, que merece ser estudiado. La democracia es un intento de clarificar ese acceso, pero no logra eliminar la turbiedad. La posibilidad de elección está muy limitada por diferentes filtros: en España, por las listas cerradas; en todos los países democráticos, por el poder de los partidos o la necesidad de conseguir dinero para las campañas. Pero no hemos de echar toda la culpa a los políticos. Los estudios sobre la decisión de voto nos dicen que suele ser una decisión tomada por impulsos emocionales, poco racionales y nada críticos.

Siguiendo a los filósofos griegos, creo que gobernar es la más difícil tarea humana, pero eso no impide afirmar que nada ha provocado más dolor ni ha producido más tragedias que los malos gobernantes. Es incomprensible que no hayamos sido capaces de elaborar un procedimiento seis sigma para distinguirlos. ¿Qué hace que los ciudadanos se sometan al poder de aquellos quienes les conducen al matadero? Escribo mucho sobre este tema, me preocupa. Me interesa averiguar por qué las pasiones políticas son tan poderosas. Veo la posibilidad de escribir un Tratado de patología política, que no sé si tendré tiempo de hacer: identificar las conductas irracionales, la incapacidad de dejarse convencer por la evidencia, el contagio ideológico, la violencia santificada. Ojalá alguien más sabio que yo emprenda la tarea.

1-II-14, José Antonio Marina, lavanguardia