Sochi 2014: volvemos a la idiotez del apoliticismo de las Olimpíadas entre homofobia, patrioterismos...

No debería sorprender a nadie que los preparativos para los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi hayan resultado tremendamente caros y plagados de corrupción. El coste de la construcción de pistas de esquí, pistas de hielo, carreteras, pabellones y estadios de deportes de invierno en un resort subtropical del mar Negro ha sido de más de 50.000 millones de dólares. Los críticos dicen que la mitad de esta cifra ha sido robada o pagada como sobornos a los compinches del presidente Putin. Un crítico , un empresario llamado Valeri Morozov, afirma que los funcionarios de la propia oficina de Putin exigieron sobornos para contratos. Después de que se dijera que iba a "ser ahogado en sangre", Morozov huyó del país.

¿Pero qué se puede esperar de un país donde las grandes empresas, el crimen organizado y la política tan a menudo coinciden? Luego está la cuestión de las leyes del país organizador, que pueden hacer que una competición deportiva internacional parezca indecorosa. Las leyes raciales de la Alemania nazi estaban en vigor cuando se celebraron los Juegos de Berlín de 1936, así como los límites a la libertad de expresión en Pekín en el 2008. Rusia ha adoptado una prohibición de la "propaganda homosexual", una ley patrocinada por Putin que es a la vez absurda y tan flexible que podría ser utilizada para detener a cualquier persona.

Putin, obviando las objeciones de sus críticos, ha asegurado al mundo que los atletas gais y los visitantes de los Juegos estarán absolutamente seguros, siempre y cuando "dejen a los niños tranquilos". La presunción es que los homosexuales son paidófilos de corazón y que para estar a salvo en Sochi sólo tienen que controlarse a sí mismos hasta que regresen a sus países decadentes. Rusia defenderá los valores tradicionales decentes. Así lo dijo el alcalde de Sochi, Anatoli Pajomov, a la BBC: "No tenemos (homosexuales) en nuestra ciudad". Este tipo de intolerancia, destinada a movilizar a los sectores más ignorantes de la sociedad rusa detrás del presidente, debería provocar más protestas que las habidas. Más de 50 atletas olímpicos internacionales ya han manifestado públicamente su oposición a la ley.

Pero la raíz de los problemas en Sochi está mucho más allá de las prácticas corruptas de los amigos de Putin o lo odioso de su ley sobre la propaganda homosexual. Una y otra vez -ya sea en Brasil o en Qatar, que se prepara para el Mundial de fútbol, o los Juegos Olímpicos que se celebraron en sociedades opresivas y autoritarias- se hace evidente la misma contradicción. A pesar de que la FIFA o el COI insisten en que están al margen de la política, sus grandes acontecimientos deportivos son políticamente explotados por todo tipo de regímenes. Así, el deporte se convierte en política. Y cuanto más la FIFA y el COI predican su inocencia política, mejor para los regímenes que usan actos deportivos internacionales para sus propios fines.

Esa contradicción se remonta a los inicios del movimiento olímpico moderno. El barón Pierre de Coubertin, sorprendido por la derrota de Francia en una guerra desastrosa con Prusia en 1871, inicialmente intentó recuperar el orgullo de los varones franceses alentando juegos organizados. Luego se volvió más ambicioso, amplió su visión e incluyó a otros países.

Coubertin consideraba que la paz y la fraternidad internacional se podrían lograr mediante la reactivación de los antiguos Juegos Olímpicos griegos. Insistió desde el principio en que sus Juegos estarían por encima de la política porque la política divide, mientras que el objetivo de los Juegos sería reunir a la gente. Charles Maurras, líder de la profundamente reaccionaria Action Française, vio en los Juegos de Coubertin un complot liberal anglosajón para socavar el vigor racial y el orgullo nacional. Pero pronto cambió de opinión tras asistir a los primeros juegos en 1896 y ver que los deportes internacionales creaban una buena oportunidad para el chauvinismo agresivo que tanto defendía. Pero Coubertin persistió en su sueño de hermandad apolítica. Karl Marx describió en una ocasión ser apolítico como una forma de idiotez. En la antigua Grecia, los idiotés eran personas que estaban preocupadas sólo con los asuntos privados y despreciaban la vida política. Coubertin hizo pública su idiotez.

Y así, a los 73 años, un año antes de su muerte, un Coubertin enfermo se las arregló para grabar un discurso, transmitido en el estadio de los Juegos de Berlín de 1936, sobre los ideales de la justicia y de la fraternidad . Mientras, Hitler y sus secuaces estaban explotando los Juegos para elevar el prestigio del Reich nazi. Entonces, también, los atletas fueron disuadidos de expresar sus opiniones. Las protestas contra el racismo nazi fueron sofocadas con conferencias olímpicas sobre la naturaleza apolítica de los deportes. Se hicieron algunas concesiones. Se retiraron discretamente las señales de prohibición a los judíos de acceder a lugares públicos durante los Juegos. Y algunos atletas judíos fueron discretamente retirados de los equipos nacionales.

Nada ha cambiado desde entonces. Hoy el COI aún se envuelve en el noble manto de la idiotez olímpica apolítica, mientras Putin usa los Juegos para tratar de añadir brillo a su cada vez más autocrático, y fallido, Estado ruso. Sin duda, los Juegos proporcionarán emociones a los espectadores de todo el mundo. Pero dediquemos un pensamiento para los homosexuales y otros colectivos sensibles que tendrán que vivir bajo el Gobierno corrupto y cada vez más despótico de Putin una vez que la fiesta haya acabado.

6-II-14, Ian Buruma, prof. de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo del Bard College, lavanguardia