España cañí -148: "Mis obras valen lo que se paga por ellas" (Santiago Calatrava-te-la-clava)

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En más de una ocasión nos hemos ocupado aquí de las "arquitecturas hinchables", apelativo que hemos empleado para designar aquellos edificios que ignoran las necesidades reales del lugar donde se levantan y el tejido urbano que los rodea. Tal como señala el historiador de arquitectura William J. R. Curtis, la mayoría de estas construcciones buscan un protagonismo puramente formalista y retórico y olvidan la norma implícita en toda buena obra arquitectónica, que consiste en relacionarse de forma coherente y consecuente con su entorno. Un serio agravante de esta tipología de edificios, abundantes en nuestra geografía, es el despilfarro de dinero público que muchas veces lleva asociado. Porque si hay algo más grave que levantar grandes catedrales posmodernas a mayor gloria de la nada es que estas se financien con el dinero de los contribuyentes. Pero todavía puede darse otro agravante; un "más difícil todavía" del que también tenemos unos cuantos casos en nuestro país. Y es que, además de ser "hinchable" y de estar financiada con grandes sumas de dinero público, esta arquitectura puede, encima, ser un auténtico fiasco.

El caso más reciente y sonado ha sido el del Palau de les Arts de Valencia, obra de Santiago Calatrava. La deformación y el posterior desprendimiento de algunas partes del trencadís que cubre los ocho mil metros cuadrados de su cubierta se suman a la larga lista de errores, parches e incrementos de presupuesto de un proyecto que ha quintuplicado su coste original. La del Palau de les Arts, por otro lado, no es la única polémica en la que está envuelta la obra Calatrava, que cuenta con un historial repleto de problemas presupuestarios, retrasos en la finalización de proyectos y fallos de tipo constructivo. Por supuesto, cualquier profesional de la arquitectura sabe que las sorpresas son frecuentes en una profesión que tiene una de sus mayores dificultades en la aplicación del exacto cálculo físico y matemático sobre la materia, muchas veces tozuda e imprevisible. Las contingencias a las que está sometida cualquier obra arquitectónica son múltiples y la necesidad de corregir sobre la marcha es algo prácticamente inevitable. Pero una cosa es corregir pequeños desajustes y otra, muy distinta, multiplicar los costes por cinco y, aún así, entregar un edificio a todas luces defectuoso. Detrás de una buena arquitectura hay algo que resulta todavía más esencial: la buena praxis arquitectónica. En este sentido, un buen proyecto no es aquel que pretende hacer posible lo aparentemente imposible sino aquel que, siempre desde la responsabilidad, se basa, se articula y, finalmente, funciona dentro de la realidad en términos económicos, sociales y, evidentemente, constructivos.

20-I-14, www.fad.cat, lavanguardia

Una verja metálica rodea el Palau de les Arts Reina Sofia, emblema de la arquitectura calatraveña en Valencia, presupuestado en 84 millones de euros, pero que ha costado ya unos 500, más cuatro anuales de mantenimiento. El jueves sopló en Valencia el viento a 100 km/h y cayeron partes del revestimiento de trencadís de los cascarones de acero que perfilan este edificio. Y la Generalitat, para evitar otros daños, decidió acordonarlo, cerrarlo al público y, ya puestos, suspender su programa hasta enero. Precisamente en enero se cumplirá un año del abombamiento del trencadís, que la Generalitat calificó durante tiempo de "efecto óptico".

Nada nuevo bajo el sol: el Palau, que Santiago Calatrava tiene por una pieza mayor, encadena desgracias desde su apertura.

Esta obra es fruto del cambio de gobierno que en 1995 dio la Generalitat valenciana a los populares. El PP heredó de los socialistas el proyecto de una Ciutat de les Ciències que, debidamente modificado, acabó siendo su Ciutat de les Arts i les Ciències. El proyecto socialista contaba sólo con tres piezas: una gigantesca torre de comunicaciones de casi 400 metros, un Cine Hemisfèric Planetari y un Museu de la Ciència. En 1995, año en que Zaplana ocupó la presidencia de la Generalitat, se habían enterrado ya 3.000 millones de pesetas en los cimientos de esa torre. Pero el PP la desestimó. Calatrava, lejos de desesperar, vio la ocasión para subir la apuesta y convenció a los populares de que debían levantar un palacio de ópera sobre los cimientos de la torre nonata. Así se logró la ópera con mejores cimientos del globo. Y con una colección de problemas a tono.

El Palau se inauguró en octubre del 2005 "por necesidades de programación", pese a no estar terminado. Luego siguió otro año en obras. Albergó su primera ópera, Fidelio, en el 2006. Ese año, se atascó la plataforma móvil del escenario (de unos 80 metros cuadrados) en los ensayos de Don Giovanni, lo que obligó a cambiar escenografías y programaciones.

En la segunda temporada operística, no quedó otro remedio que anular más de 200 de las 1.700 localidades de la sala principal: habían sido proyectadas sin ángulo de visión sobre la escena. Y, en el 2007, unas lluvias que no dañaron mucho Valencia tuvieron tremendas consecuencias para el Palau: auditorios anegados, destrucción de maquinaria, sistemas electrónicos, vestuario, etcétera. En la sala Martín y Soler, donde las aguas llegaron a la tercera fila, no hubo tales pérdidas: todavía no estaba abierta ni equipada con maquinaria. Bendito retraso.

Y así hasta este año del 2013, en el que, en verano, se descubrió carcoma en el Palau; y, en otoño, se pactó un ERE que lo cerrará a cal y canto cuatro meses al año.

Todas estas desgracias parecen empequeñecer al lado de las que afectan a los cascarones que envuelven el Palau, ejemplo destacado del capricho formal calatravesco. Para hacerlos realidad hubo que encargarlos a un taller de Sevilla, trocearlos, cargarlos en transportes especiales y unirlos con enormes grúas, antes de revestirlos con trencadís. Pero para unir metal y cerámica en un clima caluroso fue preciso investigar (tres meses) hasta dar con la amalgama que pareció adecuada para pegarlos. Y que, al cabo de ocho años, resulta no serlo.

¿Por qué les pasan tantas desgracias a obras como esta de Calatrava? Por dos motivos: porque las idea llevado por un delirio estético, sin reparar en gastos ni garantizar la supuesta excelencia constructiva por la que sólo en Valencia ha cobrado 94 millones de euros en honorarios. Y porque las autoridades valencianas se debieron de creer lo que un día dijo Calatrava a La Vanguardia -"mis obras valen lo que se paga por ellas"- y se lo consintieron todo.

28-XII-14, Ll. Moix, lavanguardia