"La captura del Estado", Josep Maria Ruiz Simon

El Nobel George Stigler lo denominaba "captura del regulador". Con este concepto, que puso en circulación a principios de los setenta, quería describir el fenómeno que se da cuando las agencias reguladoras estatales, supuestamente dedicadas a la defensa del bien público, acaban defendiendo intereses del sector empresarial que les toca regular en vez de resguardar los de los ciudadanos o los consumidores. Luego, otros economistas han hablado de la "captura del Estado" como de un caso extremo de este fenómeno, que acontecería cuando la élite dirigente ejerce de manera generalizada su poder para propiciar el establecimiento de reglas que benefician las grandes empresas.

Hace unos años era corriente encontrarse con el discurso sobre estas capturas en escritos sobre las insuficiencias del libre mercado y el papel de las oligarquías en los países en vías de desarrollo o en proceso de transición hacia el liberalismo. Ahora, no es inusual toparse con él en la literatura que se ocupa de la crisis económica en el "primer mundo". Perfiles como el del primer ministro de Italia o del ministro de economía español han favorecido su proliferación. Pero las condiciones de posibilidad de la verosimilitud de este discurso vienen de antes. Ya meneaban la cola durante el peculiar proceso de desmantelamiento del sector público iniciado a fines del siglo XX en nombre de la modernización y de la hipotética mejora de los servicios. Y sólo hay que recordar, cuando parece que la sanidad y la educación están en la lista de espera, cómo fueron entonces en España los procesos de privatizaciones y de fusiones bancarias para entender cómo esta captura tan consentida redefinió las relaciones entre la política y el poder económico.

En este contexto, es ilustrador hablar de las puertas giratorias que comunican lo privado y lo público, Wall Street y Washington o Goldman Sachs y el palazzo Chigi. Pero conviene no olvidar lo que se esconde tras lo que, considerado individualmente, sería anecdótico: que, como decía hace un par de años el ex-economista jefe del FMI Simon Johnson, el poder político que han logrado las grandes empresas, sobre todo las financieras, lo han conseguido acumulando capital cultural, vendiendo a los políticos y a la sociedad, con algunos expertos universitarios actuando como comerciales, un sistema de creencias que, convertidas en dogmas de fe sobre el interés general, les permiten maximizar sus beneficios particulares. Las ideas gobiernan el mundo. Y su poder, como recordaba Keynes, no depende para nada del hecho de que sean verdaderas o falsas.

31-XII-11, Josep Maria ruiz Simon, lavanguardia