"El post(nacionalismo)", Jordi Graupera

A falta de una expresión mejor, lo llamaré posnacionalismo. Ya sé que la palabra nacionalismo tiene muchos significados. Míralo en Wikipedia, incluso lo hay idiota y inteligente. La variedad de las encarnaciones del nacionalismo hace que, a menudo, cuando se discute si tal o pascual es o no es nacionalista parezca que discutamos sobre la vigencia del diccionario.

En realidad hablamos de disimular. Todas las analogías entre el independentismo y los nacionalismos destructivos se basan en ocultar la mala leche tras la ambigüedad de la palabra. Si consigues que al escribir "nacionalismo catalán" el lector vea nacionalismo serbio ya lo tienes. En el juego, hasta el más tonto toca esta carraca para disimularse las lealtades.

Precisamente porque es obvio que las familias de la vía catalana y los libros de Antonio Baños, o la tesis doctoral de Junqueras y la bici de Herrera, o el Col·lectiu Wilson y las conferencias de Martí Anglada, o los manifiestos de los jueces catalanes explicando que la consulta es legal no se parecen en nada a la intolerancia ni a un genocidio, los perdonavidas de aquí y de allí insisten en hacernos responsables de los mecanismos psicológicos que han causado las masacres de los pueblos europeos. No, si tiene gracia.

Pues yo voy más allá y, a falta de una expresión mejor, lo llamaré posnacionalismo. No creo que los límites o el contenido de ninguna nación puedan ser descritos con precisión, ni que podamos establecer sus orígenes de manera clara. Ni mucho menos creo que se pueda hablar realmente de identidad nacional si no es como complemento de muchas otras identidades colectivas e individuales que todos tenemos con gran alegría y promiscuidad. No creo que todas las naciones tengan que tener un estado. No creo que haya naciones superiores a otras, más allá de hechos objetivos como ganar o perder una guerra: contingencias. No creo, en definitiva, en ninguna metafísica nacional.

Y aunque comprendo la utilidad política del nacionalismo –en la retórica del encaje y el autonomismo, por ejemplo, contra la uniformización–, lo veo superado, hoy. No es por nacionalismo que quiero la independencia. Y es fácil ver que no soy el único. Ni siquiera parte de una minoría. Veo a más gente intentando frenar el nacionalismo estatal que intentando afirmarse. De hecho, que el estar en la UE sea tan determinante en las encuestas indica que hablamos de abrirnos, incluso al precio de aceptar lo de Bruselas. La teoría de los dos nacionalismos retroalimentándose es a penas un mecanismo de defensa para lavarse las manos y seguir disimulando las lealtades.

La convicción motora es esta: un Estado hecho por los habitantes de Catalunya tiene hoy más posibilidades de expresar su pluralidad y libertad, de promover el progreso económico y cultural, y de relacionarse civilizadamente con España, Europa y el mundo que cualquier reforma de las posibles hoy y mañana en el Estado español. A falta de una expresión mejor, lo llamaré posnacionalismo.

22-II-14, Jordi Graupera, lavanguardia