crisis humanitarias: ¿política asistencial o respuesta política?
¿Qué ocurre cuando una crisis humanitaria, como la que sufren Palestina, Somalia, la República Democrática de Congo o Haití, se eterniza? ¿También tiene que prolongarse sine die la ayuda que llega de otros países? Este es el dilema al que se enfrentan muchas oenegés conscientes de que "si continúan ayudando contribuyen a generar dependencia y no fortalecen ni al Estado ni a las organizaciones locales", comenta Francisco Rey, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (Iecah), en la jornada Un món en emergència, organizada por el Fons Català de Cooperació al Desenvolupament.
Rey subraya que, en crisis de larga duración, es difícil mantener los principios humanitarios y la independencia. "Por ejemplo, en el Sáhara Occidental España realiza mucho trabajo humanitario, pero a veces eso impide que haya una solución política del problema, que acaba enquistándose. Como las necesidades básicas de la población están solucionadas, la comunidad internacional se relaja, no tiene prisa por hallar una salida", opina Rey. Conflictos ya históricos evidencian, a juicio del codirector del Iecah, que seguir ofreciendo asistencia contribuye a alimentar esa relación de subordinación a la vez que debilita las instituciones locales. Ante este panorama la disyuntiva es "seguir o no seguir". "Si nos quedamos -añade- se corre el riesgo de que la situación se cronifique".
En aquellas crisis en que los recursos para asistir a las poblaciones siguen llegando fluidamente es fácil que oenegés y agencias de las Naciones Unidas se acomoden y no tengan prisa por marchar.
Rey recuerda que la acción humanitaria está pensada para atajar emergencias de manera rápida, pero cuando estas se alargan el remedio puede ser peor que la enfermedad. En este escenario, las oenegés tienen que enfrentarse a presiones políticas; los gobiernos donantes instrumentalizan la ayuda para mitigar su falta de voluntad para resolver estos conflictos, apuntan desde el Iecah. La tendencia en Palestina o el Sáhara Occidental es "privilegiar un enfoque asistencial precisamente en un contexto donde se requiere una respuesta más sofisticada".
Rey recuerda que ha habido casos, como el de Ruanda, en que algunas oenegés optaron por abandonar el país para llamar la atención de la comunidad internacional de las dimensiones del genocidio, y que hiciera algo.
En el caso de Haití, la historia se repite. "No se está fomentando que se refuercen las estructuras del Estado, se sigue actuando con paternalismo y con desconfianza. Si la ayuda se perpetúa, se impide que Haití camine por sus propios medios", indica Rey. Por eso es vital diseñar y negociar estrategias de salida de una zona que ha vivido una emergencia pero que ya puede andar sola.
Otra historia es cuando la ayuda se utiliza para favorecer los intereses de una de las partes enfrentadas. Rey recuerda que "personal humanitario ha sido llevado a juicio al regresar a sus países porque para poder acceder a la población, en determinadas zonas de Somalia, ha tenido relación con Al Shabab", milicia islámica radical.
El presidente de Médicos sin Fronteras, José Antonio Bastos, ya cuenta en el libro ¿A cualquier precio? (Icaria Editorial) los intereses que se ocultan tras la bandera humanitaria: "Siempre hay que negociar, hay que aceptar que los que tienen el poder nos dejarán actuar sólo si con nuestra presencia obtienen alguna ventaja" y reconoce que "la apropiación y manipulación del nombre y la imagen de lo humanitario por políticos y militares existe desde siempre, pero se ha intensificado en la última década, a la sombra de la Guerra contra el terrorismo".
A menudo, la decisión que se tome tendrá efectos colaterales. Hay que ser valiente y optar por la opción menos mala, aunque eso suponga marchar.
14-IV-14, R.M. Bosch, lavanguardia
Jean-Max Bellerive, breve primer ministro del Haití postseísmo, me lo dijo así de claro: "Yo no quiero una oenegé que me haga un pozo; quiero que lo haga una empresa que genere empleo y beneficios". Este planteamiento tiene sus peajes, claro, pero Bellerive hablaba como un hombre honesto. Llamaba "Estado paralelo" al despliegue de la ONU y las oenegés: "Tanta organización, tanto consultor, tanto gasto de dinero". En el primer año tras el terremoto hubo cumbres y conferencias, planes grandiosos que ejecutarían agencias, empresas y oenegés de los países donantes. De hecho, ya desde la época de Baby Doc Duvalier, Haití es un país asistido (gracias a una clase dirigente parasitaria en extremo y a sus socios extranjeros). Haití se consolidó como "NGO republic" con el seísmo: al cumplirse el tercer año, un tercio de los 7.000 millones de euros recaudados para la emergencia y la reconstrucción correspondían a donaciones a las oenegés. Se acusaba a algunas de ser más poderosas que el Gobierno, pero el impacto global de sus proyectos es más que difuso. Salvo en cierto aspecto. "A partir de un cierto punto, que algunos sitúan en el 30% del PIB, los efectos \[de la ayuda\] sobre la economía nacional son tremendamente nocivos", escribe Gustau Nerín en Blanco bueno busca negro pobre, una crítica tan dura como necesaria de la industria de la cooperación. Todas las contradicciones, los errores, los vicios allí reseñados se encuentran en Haití para quien quiera verlos.
14-IV-14, F. Flores, lavanguardia