"Antes le llamábamos invierno", Víctor-M. Amela

De toda la vida se le había llamado invierno. Se trataba de una estación del año en la que se sabía que solía hacer frío y podían caer un par de dedos de nieve. Nos abrigábamos un poco más, nos calzábamos botas de agua, quizá nos salía algún sabañón y tomábamos la medida extrema de quedarnos en clase a leer tebeos en vez de bajar al patio. Por la noche podías colocar una bolsa de agua caliente entre las sábanas de la cama, y arreando.

A este momento del año ya no le llamamos invierno, sino fase de alerta, ola de frío siberiano, conflicto viario, prevención civil, suspensión de rutas de transporte escolar, supresión de partidos deportivos de fin de semana, recojan ustedes rápidamente a sus hijos de la escuela o mejor no los lleven a clase. Ayer sólo había 12 niños en el aula de mi hijo de 13 años, de los 28 alumnos habituales. Los restantes 16 niños y sus familias han sido víctimas del estilo Pedro Piqueras y de un estado social de alarma espeluznante, escalofriante y apocalíptica agitada por la televisión. Y no por mala intención de sus directivos o periodistas, sino por la lógica intrínseca del espectáculo audiovisual: los que hacen televisión saben lo mucho nos gusta asustarnos, y nos dan lo que queremos.

¿Un poco de frío? Toma mapas, toma gráficos, toma planos de algún pueblo nevado, algún campo escarchado, alguna carretera helada, aunque no estén muy nevados, escarchados o helados: con un reportero con gorra, nos colará. Sí, porque nos gusta conectar el televisor y que desde la pantalla nos sacudan y sobresalten con adversidades, reveses, contrariedades y situaciones anómalas y un poco peligrosas: dado que nuestra vida es tan monótona, estas sacudidas son una bendición, nos excitan y estremecen de íntimo placer. ¡Uy, que nos congelaremos! ¡Uy, que nos colapsaremos! ¡Esto será un circo de tres pistas, quedémonos en casa y atentos a la pantalla, a ver!

Como el relato del miedo viene avalado por la pátina científica de los meteorólogos, resulta muy eficaz y emocionante. Los hombres del tiempo de la tele son ya una de los pocos vectores de emoción que podemos inyectar a nuestras aburridas vidas. Los hombres del tiempo anuncian con tres días de antelación un poquito de frío, viento, lluvia o nieve ¡y todos nos sentimos un poquito más vivos! Las televisiones, radios y periódicos se sienten protagonistas, los políticos se sienten importantes y todos tenemos de qué hablar.

3-II-11, Víctor-M. Amela, lavanguardia