"De arriba abajo", Enric Juliana

En junio de 1976, los reyes de España hicieron su primer viaje al extranjero. Destino: Estados Unidos. Después de una breve escala en Santo Domingo, el nuevo jefe de Estado y su esposa aterrizaban en Washington el 2 de junio. Cuatro días de intensa agenda en los cuales el sucesor del general Franco iba a explicar a las autoridades norteamericanas cuáles eran sus planes para una gradual y segura transformación de España en una democracia parlamentaria.

En la Casa Blanca, los consejeros del presidente Gerald Ford preguntaron a Juan Carlos de Borbón si entre sus planes figuraba la posibilidad de comenzar la democratización con unas elecciones locales. Una pregunta muy washingtoniana. Muy ateniense. Las ciudad, base del edificio democrático. El rey de los españoles contestó que sus planes pasaban por una primeras elecciones de carácter general. Y añadió el siguiente comentario: "Mi abuelo tuvo una experiencia negativa con las elecciones municipales". Lo cuenta la historiadora Encarnación Lemus en un excelente trabajo titulado Estados Unidos y la transición española (Silex, 2011).

De arriba abajo. Los interlocutores norteamericanos estaban perfectamente avisados por el embajador de Estados Unidos en Madrid, Wells Stabler, diplomático de fino olfato, nombrado por Ford en 1975, pocos meses antes de la muerte de Franco. Stabler, un pulcro bostoniano, había hecho llegar a Washington un exhaustivo informe sobre la situación española, fechado en enero de 1976, cuyo texto el historiador Charles Powell, actual director del Real Instituto Elcano, incluye en un muy completo estudio sobre el papel de Estados Unidos en la transición. (El amigo americano, Galaxia Gutemberg, 2011). Todo iba a transcurrir, gradualmente, de arriba abajo.

De arriba abajo. Celebradas las primeras elecciones libres en junio de 1977, el Gobierno de UCD no tuvo ninguna prisa en estrenar la democracia municipal. Había miedo a un desbordamiento en las grandes ciudades. El rey ya había podido comprobar la temperatura social de Barcelona el 17 de febrero de 1976, durante su primer viaje a Catalunya. Días antes de su visita, los domingos 1 y 8 de febrero, las calles del Eixample habían sido escenario de dos manifestaciones de notable envergadura, convocadas por la Assemblea de Catalunya, reclamando la amnistía. Una foto de la Policía Armada reprimiendo brutalmente a los manifestantes en el paseo Sant Joan, obra del fotógrafo badalonés Manuel Armengol, apareció en la portada de The New York Times, el diario más importante del planeta. En abril, el rey declaraba a la revista norteamericana Newsweek que Arias Navarro era "un desastre". La transición se tenía que acelerar. De arriba abajo.

La aprensión del Ministerio de la Gobernación a las elecciones municipales era tan elevada que Rodolfo Martín Villa, el hombre mejor informado de España en aquellos momentos, hizo todo lo posible para retrasarlas hasta después del referéndum de la Constitución (6 de diciembre de 1978) y las segundas elecciones generales (1 de marzo de 1979).

La renovación de los ayuntamientos llegó tarde. En las áreas metropolitanas de Barcelona y Madrid, la autoridad de los alcaldes nombrados por el franquismo se había evaporado totalmente. Para evitar males mayores, en Barcelona se había nombrado un alcalde de transición: Josep Maria Socias Humbert, antiguo colaborador de Martín Villa en el sindicato vertical. Un hombre dúctil e inteligente que dejó buen recuerdo en la ciudad. Las primeras elecciones locales democráticas se celebraron finalmente el 3 de abril de 1979, cuando los españoles ya habían sido llamados tres veces a las urnas en régimen de libertad política. El perímetro ya había sido dibujado. De arriba abajo.

Las nuevas reglas del juego estaban en buenas medida definidas -aún faltaba la rebelión andaluza a la asimetría autonómica, en febrero de 1980- y se había discutido con cierta intensidad en el Parlamento sobre el modo de elección de los alcaldes. UCD quería la elección automática del candidato de la lista más votada. Para evitar alcaldes en minoría, esa elección automática exigía un premio de mayoría para el partido más votado. El PSOE se sentía tentado por esa fórmula. Tenía dudas, sin embargo, sobre Madrid. En la capital de España, UCD podía seguir siendo el primer partido y sólo una alianza con el PCE cerraría el paso al centroderecha. El PCE-PSUC y la Minoria Catalana -enérgicos discursos de Macià Alavedra en favor de la elección indirecta de los alcaldes, en marzo de 1978- se oponían al esquema bipartidista, con apoyo de Alianza Popular. El PNV, bastante seguro de sus fuerzas en Euskadi, se lo miraba desde una cierta distancia, aun estando en contra del automatismo. La presión de los partidos más pequeños surtió efecto y el 9 de marzo de 1978 fue aceptada la enmienda comunista a la ley de Elecciones Locales: los alcaldes serían escogidos por los concejales y sólo en el supuesto de que no hubiese mayoría, sería proclamado el candidato de la lista más votada. UCD, efectivamente, fue el primer partido en Madrid y el socialista Enrique Tierno Galván resultó elegido alcalde con el apoyo de los comunistas.

Treinta y cinco años después, en medio de una colosal crisis económica que convierte las elecciones municipales y autonómicas de mayo del 2015 en una durísima prueba para el todo sistema político español, el Partido Popular ha decidido recuperar la idea de UCD. Elección automática de los alcaldes con premio de mayoría para la minoría más votada. La elección directa es otra cosa y se practica en Estados Unidos, en el Gran Londres, en varios länder de Alemania y en Italia, desde la grave crisis institucional de 1992-93. Cuidado con las trampas del lenguaje. La elección directa consiste en dejar en manos de los electores -en una o dos vueltas- la persona del alcalde. Voto en urna aparte.

La fórmula que propone el PP difícilmente puede considerarse regeneracionista. Estamos ante una iniciativa de importante calado político que puede modificar una de las reglas del juego pactadas en 1978. Lo más importante del próximo curso -también en Catalunya, no nos engañemos- serán las elecciones municipales y autonómicas de mayo, preámbulo de las generales, si es que estas no se adelantan, para hacerlas coincidir con la convocatoria local.

Asustado por el desastroso resultado de las europeas y con miedo a perder la hegemonía en Madrid, en la Comunidad Valenciana y en la Andalucía más urbana, el Gobierno piensa en un cerrojazo. Que los concejales perdidos por culpa de la crisis sean devueltos por el Ministerio de la Gobernación a la minoría más votada. Sin doble vuelta y sin indicación directa de los ciudadanos. Como siempre, de arriba abajo.

6-VII-14, Enric Juliana, lavanguardia