"El fútbol, esa gran estafa", Gregorio Morán

Unas décadas antes no había un intelectual en Europa que no considerara el fútbol, y el deporte de competición en general, como una de las manifestaciones totalitarias por excelencia. De eso escribió Walter Benjamin, Adorno, hasta mi admirado Günter Anders, primer marido de Hannah Arendt, que por sus posiciones radicales jamás fue considerado otra cosa que el aventado primer marido de una leyenda intelectual con la que, por cierto, podría competir en todo, incluso en dignidad intelectual. ¿Qué decir del magnífico artículo de Jankelevich sobre nacionalismo y deporte? "El deporte ejerce una función de estabilización del sistema dominante a través de la identificación con los campeones". Eso está escrito en uno de los dos libros sobre la relación entre política y deporte publicados en España, ambos en editoriales marginales, Pepitas de Calabaza, de Logroño (El libro negro del deporte), y el reciente de Virus, en Barcelona: La barbarie deportiva.

Pero es como la fe ciega: el lado inquietante de la bestia. El de la señora de exquisita educación que grita: "Rómpele la pierna", o el caballero impecable que exclama: "Mátale, coño, mátale". Como el partido dura 90 minutos es como una visita al psiquiatra con la garantía de pagar poco y que nadie te llame la atención por un momento de locura. Descarga la violencia, aseguran, del animal agresivo que llevamos dentro. Pero es pura estafa para gente complaciente consigo misma. El poder se divierte en los palcos de honor de los grandes estadios; hace negocios, que de eso se trata.

Y lo que realmente conmociona es que plumas y plumillas hagan exquisiteces de gastrónomos de ocasión para puntualizar el partido y el rendimiento de tal o cual acémila, a 50 o 70 millones el contrato, con los que suelen ser benévolos. ¿Quién no puede tener una mala tarde? Les pagan por engrasar el mecanismo, pero están muy contentos porque, como decía un partidario de la lucha armada en Argentina, "si allí está el pueblo, allí debemos estar nosotros", teoría genial para desarmar cualquier elemento de racionalidad y convertirnos a todos en fascistas de ocasión.

El fútbol, esa gran estafa organizada por unos tipos que causarían rubor a cualquier periodista digno, el deporte que concentra desde hace ya muchos años individuos como Gil y Gil, o el expresidente del Betis, por no hablar de los británicos dirigidos por magnates rusos de la especie muerte súbita. El Barça ha contratado a un individuo uruguayo que juega muy bien pero que tiene cierta querencia a morder en el hombro al adversario. A este draculín de cómic, pero de ganancias inconmensurables, se le disculpará la inclinación, más bien delirante -carne de psiquiatra, nada de psicoanalista argentino- y los hinchas incondicionales entenderán que estos supuestos genios de bajos instintos no pueden ocultar su talento deportivo. ¿Deportivo?

No nos engañemos. La religión deportiva es más deleznable socialmente que creer en Lourdes o en Fátima, porque aquello oculta una presunta trascendencia que va más allá de lo inmediato, pero esto es una estafa enmascarada en la estupidez humana de una generación que ha perdido el sentido de la dignidad. Unos chorizos que se forran gracias a que el negocio del fútbol otorga tales beneficios a sus promotores que la gente común cree que es verdad, como cuando antaño en los pueblos había combates de lucha libre que encandilaban a los paletos. Creo que las escuelas de fútbol para niños, en Barcelona, están siendo un auténtico éxito. Inquietante panorama. Deberían animarse algunos audaces a llenar los campos de fútbol con el lema: "Poco pan y mucho circo".

19-VII-14, Gregorio Morán, lavanguardia