saqueo, muerte y humillación para los musulmanes ahmadíes

Un bebé, una niña y una mujer se convirtieron el pasado domingo en las últimas víctimas del fanatismo religioso en Pakistán. Pertenecían a la secta más perseguida de Pakistán: los ahmadíes. Murieron asfixiadas después de que una turba de cientos de hombres, guiados por el hijo de un imán, prendiera fuego al pequeño barrio ahmadí en Gujranwala, por una supuesta blasfemia. Como es habitual en estos casos, el pillaje precedió a la destrucción. No en vano los ahmadíes son una comunidad relativamente próspera, en la soñolienta república islámica de Pakistán. Y como de costumbre, los crímenes fundamentalistas quedarán impunes.

La mayoría de ahmadíes optaron por Pakistán -antes que por la India- en 1947, y la ciudad de Rabwah sustituyó a Qadian como centro neurálgico de la comunidad. En pocas décadas su nuevo país los despojó de derechos, arrojando a muchos a la emigración, aunque uno de cada tres ahmadíes siga viviendo allí, como ciudadanos de segunda.

Hace cuarenta años, el padre de Benazir Bhutto, para contentar a los mulás suníes más conservadores, negó a los ahmadíes la condición de musulmanes (a diferencia de lo que sucede en India o Bangladesh). Diez años más tarde, el dictador Zia ul Haq aumentó las restricciones hasta niveles paranoicos. Desde entonces los ahmadíes no pueden saludar con un Salam Aleikum -bajo pena de tres años de cárcel- ni hacer nada "que lleve a pensar que son musulmanes". El término mezquita ya no puede aplicarse a los lugares de culto de los ahmadíes, que tampoco pueden rezar ya con el resto de musulmanes, ni citar versículos coránicos, ni poseer un Corán, ni llamar a la oración, ni peregrinar a la Meca. Ante el cúmulo de coacciones, el jefe espiritual de los ahmadíes, el "sucesor del mesías", se trasladó a Londres, donde sigue. Desde entonces, las críticas a los ahmadíes como "títeres de Occidente" han arreciado entre los islamistas.

Su humillación se perfecciona cada año. Los pakistaníes musulmanes que quieren un pasaporte deben afirmar por escrito que los ahmadíes no son musulmanes. Esta comunidad tiene muchas dificultades para estar en el censo electoral y suelen boicotear las elecciones. A pesar de todo ello,aún hay religiosos y exjueces que se reúnen con regularidad, arropados por cientos de estudiantes coránicos, en lugares de fuerte población ahmadí, para pedir "que se les apriete más la soga". Que se les niegue el derecho de imprenta y el acceso a empleos públicos. Recientemente, más de cien abogados de Lahore consiguieron el boicot de cierta bebida refrescante en los juzgados, por ser propiedad de ahmadíes.

Los que han podido emigrar al Reino Unido o a Australia -como también es el caso de los chiíes hazaras- lo han hecho. Hasta en China hay decenas de refugiados ahmadíes.

El punto de inflexión fue en el 2010, cuando dos atentados casi simultáneos contra dos mezquitas ahmadíes en Lahore provocaron 94 muertos y más de cien heridos. Desde entonces, acercarse a los ahmadíes es como intentar acceder a un búnker. El asedio y la vulnerabilidad legal -la ley antiblasfemia está pensada para atenazar a las minorías- les impide abrir la boca. Identificarse o protestar les puede salir muy caro. La protección policial es permanente, a veces con agentes cristianos, más inclinados a solidarizarse con ellos. Pero no logra enmascarar la inquina oficial: los versículos del Corán esgrafiados en la fachada de su templo están zafiamente tapados con plásticos. El muecín lleva treinta años mudo.

Del mismo modo, el único premio Nobel pakistaní, el físico Abdus Salam, ahmadí que quiso ser enterrado en su país, ha sido víctima de una humillación póstuma. En su lápida, que lo reconoce como primer Nobel musulmán, una escarpa ha borrado el epíteto musulmán por orden judicial.

Los ahmadíes representan la rama más joven del islam, ya que su doctrina fue establecida hace ciento veinticinco años en Qadian, en la India Británica. El islam mayoritario considera herética a la secta ahmadí por dos principios: defender que el último profeta del islam no fue Mahoma, sino su fundador, Mirza Ghulam Ahmad, y considerar que Jesús -también profeta para los musulmanes- no murió en la cruz en Jerusalén sino de muerte natural, a los 120 años, en Cachemira, donde estaría enterrado. Los pakistaníes, además, lo odian por ser prósperos. Como los bohras, los khojas o los ismailíes, los ahmadíes son relativamente prósperos y están presentes en casi todo el mundo. Los hay en Barcelona, Madrid y Valencia, aunque su epicentro está en el pueblo cordobés de Pedro Abad, donde en 1982 levantaron la primera mezquita que se construía en España desde los tiempos de Boabdil.

1-VIII-14, J.J. Baños, lavanguardia

Ahmadia:

Fundada en India en 1889 por Hazrat Ahmad

15.000 mezquitas repartidas por casi todo el mundo, además de 500 escuelas

Total fieles12-14 millones

ASIA

Pakistán 4 millones

India1 millón

Indonesia0,4 millones

Bangladesh0,1 millones

ÁFRICA (foco de actividad misionera)

Nigeria2 millones

Tanzania2 millones

Ghana0,7 millones

Sierra Leona0,5 millones

Curiosidad

Sostienen que Jesús murió a los 120 años en Cachemira, donde está enterrado