Hong Kong: cuando la democracia necesita de la desobediencia civil gandhiana

A medida que uno se adentra en la zona cero de las protestas en el centro de Hong Kong, en Gloucester Road y su prolongación, Harcourt Road, empiezan a aparecer chiringuitos con todo lo que se puede necesitar para participar en una movilización. "Sírvase usted mismo", dice el cartel escrito en inglés y en mandarín. Y la gente cumple: coge lo que precisa y se va. Sin acaparar. Hay comida, botellines de agua, fruta y hasta ropa. Pero también material para protegerse de las cargas policiales. Uno puede encontrar máscaras antigas o toallas para cubrirse el rostro, así como paraguas, ya sea para protegerse del sol, la lluvia o las cargas de las fuerzas antidisturbios. De ahí el nombre de revolución de los paraguas. "Todo son aportaciones voluntarias", explica Moon, una estudiante de Ciencias Sociales.

La ocupación del centro financiero y comercial de Hong Kong se ha convertido en algo más que una protesta contra Pekín para reclamar democracia. Se ha transformado en una especie de fiesta mayor colectiva, salpicada de cortos discursos políticos y arengas a miles de jóvenes. Una situación que poco tiene que ver con las declaraciones catastrófistas de las autoridades locales o de los dirigentes chinos acerca de la acción ilegal de los estudiantes o de su voluntad de provocar el caos en la excolonia británica.

La imagen que demuestra que la tensión ha cedido paso a la confraternización la dieron ayer un grupo de estudiantes que se acercaron a unos pocos agentes policiales que vigilaban sus acciones y les ofrecieron agua y toallas, para aliviarse del fuerte calor reinante en la ciudad. "No tenemos nada en contra de ellos. Los enfrentamientos con gases lacrimógenos durante el fin de semana fueron muy duros, pero los antidisturbios se retiraron y han comprendido que nuestra protesta es pacífica y es por el bien de Hong Kong", dijo Joey, un estudiante de Historia.

Un espíritu de diálogo realmente difícil de encontrar en cualquier otra parte del mundo, entre manifestantes y fuerzas del orden como no sea en la excolonia británica. Es ese talante democrático el que explica que la situación no haya explotado.

La misma voluntad de colaboración la constató este cronista cuando, en otro momento de la jornada, pudo observar cómo un policía ayudaba a unos jóvenes a acarrear suministros hacia el lugar donde los manifestantes mantienen la protesta.

Y es que si hay algo que caracteriza este movimiento ciudadano que ha tomado el control del centro financiero y administrativo de Hong Kong es el orden y la organización. Una respuesta silenciosa, pero contundente, de los estudiantes a las advertencias del jefe del Ejecutivo de la excolonia, Leung Chunying, quien había advertido de que ni él ni Pekín tolerarían la menor muestra de caos o desorden. Chunying reiteró ayer que no piensa dimitir.

Uno de los jóvenes de los chiringuitos, Cheng, señala: "Nues- tros profesores no querían que nos sumásemos a la protesta, así que decidimos que lo mejor sería preparar bocadillos y traerlos".

La conversación con Cheng, un muchacho alto, delgado y vestido con la camiseta negra que caracteriza a los participantes en las protestas del movimiento Occupy Central, deriva hacia un tema recurrente en esta movilización: y es que muchos padres no saben que sus hijos se manifiestan todos los días pidiendo la dimisión de la autoridad local de Hong Kong.

"Yo lo hablé con mis padres, que me ordenaron que no viniera", explica este estudiante de Ciencias Sociales, quien añade que no les hizo caso. "Pero su opinión empezó a cambiar después de la carga policial del domingo", precisa Cheng.

A juicio de muchos observadores, las autoridades locales se equivocaron al ordenar a la policía cargar para dispersar a los estudiantes. Esa decisión provocó que muchos ciudadanos modificaran su opinión y decidieran apoyar a los jóvenes. Fue un grave error táctico del jefe del Ejecutivo, Leung Chunying.

Eso es lo que impulsó a Chow y Lo, dos amigos de 75 y 69 años respectivamente, a sumarse a las protestas. Con sus taburetes y sus mochilas de camuflaje, los dos colegas observaban ayer a la juventud corear "¡Leung, dimisión!, ¡Leung, dimisión!".

Su presencia parece extraña en un mar de juventud. "Lo que hizo la policía fue inadmisible", dice Chow, quien tras dar a entender que tiene nietos en la protesta, reconoce que "los jóvenes tienen razón en reclamar democracia" y añade que por eso ellos estan aquí. Y muestra un paraguas y un par de inhaladores por si los necesitan en caso de un nueva ofensiva policial.

A unos pocos pasos de donde se hallan Chow y Lo, en el recodo de una bocacalle y frente a las dependencias del Gobierno, un grupo de chicos y chicas trabajan afanosamente. Entre sus manos tienen paraguas o, mejor dicho, restos de ellos. "Los reciclamos", dice Qing Lam, una joven de 35 años, que parece llevar la voz cantante del grupo.

Su labor consiste en recuperar los paraguas que quedaron inservibles durante la batalla del domingo con las fuerzas policiales y mirar de aprovecharlos. "Los desguazamos. Por una parte, reciclamos el metal y el plástico. Por otra, utilizamos la tela para confeccionar máscaras o capuchas para protegernos en caso de una nueva carga policial", añade Qim.

Los restos, los arrojan a unas grandes bolsas de basura, que son recogidas por otros estudiantes, encargados de mantener el recinto limpio y en orden. Van en pequeños grupos recogiendo los papeles o envases de plástico que hallan por el suelo. Su consigna es no dar argumentos a las autoridades para que los critiquen.

Tiffany, una estudiante quinceañera, explica que la víspera un hombre se acercó a un grupo de estudiantes, les insultó, les instó a regresar a las clases y, acto seguido, les empezó a tirar huevos. Los jóvenes no le respondieron y ella y sus amigos recogieron las cáscaras de los huevos en silencio, limpiaron la calle y prosiguieron con su labor.

De repente suena un trueno y empieza a llover. ¿Qué va a hacer la gente? ¿Supongo que se irá a sus casas, no?, le pregunto a Qing. "¿Por qué?", me responde, ¿Acaso no es la revolución de los paraguas?

1-X-14, I. Ambrós, lavanguardia