"La degeneración", Pilar Rahola

Lo que está ocurriendo continúa siendo un auténtico desvarío. España camina hacia una degradación institucional que parece no tener freno, y las bombas de tiempo han empezado a estallar con letal precisión. No sólo se trata de la cadena de escándalos de corrupción política que pone sobre la mesa la gran impunidad con la que han actuado los grandes partidos. Porque es evidente que no se llega, por ejemplo, a una trama Gürtel tan tupida y extensa en el tiempo sin que los controles del Estado padezcan de una seria ceguera. Y si sumamos las instituciones públicas, desde las más coronadas a las más terrenales, que han estado implicadas en graves escándalos de igual naturaleza, la caída de los dioses del actual sistema parece inminente. El régimen surgido de la transición está en quiebra política y deja desnuda una democracia seriamente enferma.

Decía que no sólo por lo de la corrupción, porque si miramos con calidoscopio no queda nada en pie, y el repaso es demoledor. No se salva la independencia judicial, clave para la buena salud de un Estado de derecho, y los ejemplos van desde el escándalo de tener un presidente del Constitucional con carnet en la boca hasta la persecución de un juez como Vidal, o el dedo del poder que coloca a un fiscal general. Puede que la justicia no sea un cachondeo, pero la presión política sobre la justicia es un cachondeo redoblado, con bombo de Manolo incorporado.

Tampoco se salva el sentido de responsabilidad política, en un país donde el verbo dimitir desapareció de la gramática. Que España haya vivido gravísimos escándalos vinculados a la gestión pública, que nunca haya dimitido ni un solo cargo y que siempre se haya culpabilizado al eslabón más débil, llámese Prestige, Alvia o ébola, lo dice todo de lo que significa la susodicha responsabilidad. Lo último, lo del ébola, que añade a una grave crisis sanitaria un listín inagotable de errores, sumados a un desparpajo inmoral de declaraciones, es el ejemplo de manual de lo aquí denunciado. Ciertamente, que no se esfuercen los partidos antisistema, porque nadie es más antisistema que este Gobierno.

Y a partir de aquí, añadamos aspectos antiestéticos que dicen mucho del grueso democrático del sistema, por ejemplo la naturalidad con que se pasean símbolos nazis, o se permiten partidos ultras, o se banaliza el nazismo para atacar al contrario. Lo de Rita Barberá del otro día, feliz entre esvásticas, era para enviárselo a Merkel con postal incluida. Esto no se aguanta y lo peor no es que se hunda, es que alguien quiera hacer de Nerón para evitar la caída del imperio.

11-X-14, Pilar Rahola, lavanguardia