España cañí -177: 50.000 millones gastados (que no aprovechados) en el AVE

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Tarde de domingo en la redacción de La Vanguardia. Mientras ultimamos la edición de las páginas que informan de las graves consecuencias del temporal del fin de semana, hago partícipe a mi compañero de guardia, el sagaz reportero de sucesos Enrique Figueredo, de un temor más que razonable: ¿A ver si va a inundarse el AVE en Girona? Un par de horas después, la infatigable corresponsal Bàrbara Julbe nos comunica que, dos meses después de que la inundación del túnel dejara sin servicio de alta velocidad durante una semana la línea Barcelona-Figueres, la historia vuelve a repetirse. No hacía falta ser un adivino para intuir lo que podría pasar. Bastaba estar al corriente de la pasividad, del silencio administrativo, del españolísimo vuelva usted mañana con el que los responsables de Fomento habían atendido las reclamaciones del Ayuntamiento de Girona para que terminaran de una vez por todas el trabajo que dejaron inacabado hace ahora dos años, cuando se inauguraba la conexión entre Sants y Figueres.

El mismo Estado que lleva gastados ya cerca de 50.000 millones de euros en hacer de España la campeona mundial de la alta velocidad -sin pararse a preguntar cuál es la rentabilidad económica y, sobre todo, social, de conectar vía AVE todas las capitales de provincia- no ha considerado urgente hasta esta semana realizar los trabajos de reparación a los que se había comprometido a finales de septiembre, cuando un ridículo muro de ladrillo cedió ante la fuerza de las aguas y el túnel de Girona se convirtió en un lago subterráneo. Ahora sí, ahora, mediante una declaración de emergencia que, dicen, ahorrará tiempo y trámites -¡ay, ay, ay!-, se han puesto manos a la obra para devolver las aguas a su cauce, recuperando incluso el trazado original del Güell que, como río genuinamente mediterráneo que es, ya se ha rebelado dos veces en muy poco tiempo contra quienes infravaloran la tozudez de la naturaleza y se empeñan en alterarla. Ahora sólo cabe encomendarse al dios de la lluvia y rogarle que nos dé una tregua y que espere a que, por una vez, el Pepe Gotera de las infraestructuras cumpla su palabra y haga bien su trabajo. Lo que me parece inútil es pedir dimisiones: a un miembro de la casta le sucederá otro de la misma casta. Así funciona desde su creación, en 1832, una institución que tiene el Estado en la cabeza (se entiende que no le quepa nada más), con independencia de la valía y del talante del ministro/a de turno, y aunque esta se llame Ana Pastor y mantenga una excelente relación con el conseller Santi Vila.

7-XII-14, R. Suñé, lavanguardia