"Obsolescencia", Clara Sanchis Mira

En casa, miramos con recelo a los aparatos electrónicos que han sobrevivido. Ahora sabemos que bajo su apariencia de plancha o aspirador inocentes, se esconde un mecanismo perverso. El ambiente se ha vuelto así de irrespirable desde que sufrimos un ataque masivo de obsolescencia programada. Sucedió que al fallo mortal del lavavajillas se sumaron las averías irreparables y en cadena de la batidora, la tostadora, la impresora, la lavadora y mi iPhone. No nos lo podíamos creer. La muerte súbita de cada nuevo aparato parecía una broma más graciosa que la anterior. Pero no tenía ninguna gracia. Para asumir el fenómeno -y no caer en explicaciones paranoicas del estilo del mal de ojo- alguien sugirió que viéramos un vídeo sobre la obsolescencia programada de la que, sin duda, estábamos siendo víctimas.

Por si alguien no está familiarizado con el término, cabe aclarar que obsolescencia programada viene a querer decir algo así como 'avería premeditada' o 'tomadura de pelo del consumidor lerdo'. Como bien puede verse en múltiples vídeos que circulan por internet, la cosa consiste en la práctica habitual de un sinfín de fabricantes que preparan el interior de sus aparatos para que se estropeen misteriosamente, tras vencer la garantía. Asunto soterradamente aceptado, en pro del anhelado crecimiento económico histérico en el que se basa nuestra sociedad de consumo. Hábitat o ideología donde no es dinámico, competitivo, expansivo, flexible ni rentable fabricar productos duraderos y de buena calidad. De lo que se deduce, con aplastante sencillez, que el sistema en el que hemos decidido organizarnos, como si no existiera otro posible, precisa de las peores artes para sobrevivir. La obsolescencia programada desnuda los mecanismos de un sistema que necesita la burla y la falta de ética -profesional y de la otra- para crecer y proporcionar supuesta riqueza. Y supuesto bienestar. Dicho de otro modo: es bueno que las cosas se hagan mal.

Filosofía de mercado -es bueno fabricar mierdas y es bueno engañar- que, por extravagante que parezca, circula tranquilamente por nuestras neuronas de consumidores consumidos. No deja de tener su lógica intrínseca que, con estas leyes del juego, en otros ámbitos, el robo y la mentira no conozcan límites. Ni es de extrañar que ahora mi marido planche sin ilusión, lanzándonos a todos miradas de desconfianza. Pero en especial a la plancha, imaginando el lugar de su barriga en el que se esconde el posible mecanismo perverso que, en el momento más insospechado, hará que deje de funcionar. Todo mientras, al otro lado del tablero, los despojos de nuestros aparatos de usar y tirar se amontonan en nuestros vertederos particulares del tercer mundo, atiborrándolos de materiales altamente contaminantes que, así de inservibles, nos sobrevivirán.

12-XII-14, Clara Sanchis Mira, lavanguardia